—Ha desaparecido otra chica —murmuró mi madre, depositando un vaso de cristal justo enfrente mío.
Mi padre se cruzó de piernas y agarró el asa de su taza de café para llevársela a los labios, sin mirarla.
Había llegado aquella noche de Londres, y podía jurar que había vuelto mucho más feliz que cuando se había marchado a su viaje de negocios. Mi madre también se había dado cuenta aunque, claro, no iba a mencionarlo. Siempre ocurría cuando él se iba a fuera.
Tomé el vaso lleno hasta arriba de zumo de naranja y bebí un trago, sin apartar mi libreta y sin ocultarla de mis padres. Tampoco les importaba demasiado lo que estuviera haciendo.
—Seguro que es por el efecto Amanda. Habrá muchos desaparecidos en el próximo mes —pronosticó Francis De'Ath, sin darle importancia.
Yo tampoco se la había dado, a decir verdad.
—Desaparecen de tres en tres. Amanda fue la primera —pronunció amargamente mi madre, sentándose a mi lado.
Tomé mi tostada, ya fría, para pegarle un bocado, mirándola de reojo.
—¿Quién es? —pregunté con curiosidad.
Desvió la mirada al techo, pensativa. Mi padre la miró por encima de sus gafas durante una milésima de segundo, y luego negó con la cabeza para volver a prestar atención al enorme periódico que ahora yacía en sus piernas.
—Sabrina, Sandra... —murmuró, intentando recordar, hasta que, de un salto, exclamó:—. ¡Samantha! La hija de los Clifford, los que viven cerca del ayuntamiento en la Payne Lane.
Chasqueé la lengua.
—Savannah —la corregí.
Estaba ayer sentada en el Golden Caffé, en la mesa contigua a la mía, con sus rizos negros ocultando parte de su rostro y ojeando una revista de moda, su único cometido desde que había terminado el instituto.
—Sí, eso —rio mi madre, aunque volvió a ponerse seria casi al instante, para añadir:—. No volvió a casa ayer por la noche, me lo ha dicho Rebecca, cuando Grant ha salido de casa esta mañana.
Desvié la mirada hacia mi padre, quien, de pronto, nos estaba prestando atención, aunque fingiendo que no le importaba demasiado.
Rebecca, la madre de Olivia, a parte de ser nuestra vecina, también había salido con mi padre en su época de instituto, y él no podía evitar levantar la cabeza cada vez que pronunciábamos su nombre.
Mi madre intentaba no verse demasiado afectada por ello, aunque siempre bajaba la miraba cuando pronunciaba su nombre, pese a que fueran amigas.
—De hecho —añadió, evitando que el silencio nos envolviera a los tres—, deberían de estar hablando de ello en las noticias.
Alcanzó el control remoto y apuntó directamente a la televisión de plasma que había sobre el mueble blanco frente a la mesa en la que los tres estábamos desayunando, provocando así que la imagen de Luke Clarke, el padre de Gavin, apareciera en pantalla, mirando directamente a la cámara, con toda la seguridad que le faltaba a su hijo.
Estaba concluyendo un informe sobre el alumbrado en nuestra ciudad cuando, de pronto, el rostro pálido y enfermizo de Savannah Clifford, con una tímida sonrisa en sus labios sin color y una penetrante mirada azulada, apareció en la esquina superior de la pantalla, tras la cabeza de cabellos tupidos y canosos de Luke.
Mi padre miró de reojo a mi madre para observar cómo reaccionaba a la imagen del presentador, aunque ella se mantenía en una postura seria, demasiado correcta para tratarse de mi madre. Siempre había discusiones con el tema del señor Clarke, así como los había con la señora Rees.
La diferencia era que el único que había sido infiel en aquella casa, era mi padre.
Mi madre colocó un dedo sobre sus labios para silenciarnos antes de que empezáramos a hablar.
Agarré el vaso de nuevo y me bebí de golpe el zumo de naranja, sin pensar en que todavía no me había terminado la tostada con mantequilla que seguía enfriándose en el plato frente a mí.
—El suceso más destacado en las últimas veinticuatro horas ha sido la desaparición de la joven de diecinueve años Savannah Clifford, estudiante de arte dramático en la Academia de teatro de Aurumham —dijo Luke Clarke, apoyando las manos sobre la mesa—. La última vez que fue vista fue a las doce del mediodía de ayer, sábado diecisiete de noviembre, al abandonar el Golden Caffé, propiedad de Dean Birdwhistle, en dirección a la alameda Della Rovere.
Mi mandíbula cayó lentamente hasta que mis labios formaron una "o", que no pasó inadvertida.
—¿Qué pasa, Barbara? —preguntó mi padre, dejando de lado su periódico para centrarse en mí.
Mi madre también se giró, dejando en segundo plano al periodista, quien seguía comentando datos del caso y advirtiendo a todos los ciudadanos de Aurumham que el bosque había sido acordonado de nuevo por la policía.
Bajé la mirada hacia mi libreta y la cerré, tomándome mi tiempo para responder.
¿Por qué era yo siempre la última en ver a los desaparecidos de aquella maldita ciudad?
—Barbie, ¿sabes dónde está? —preguntó mi madre con preocupación, colocando una de sus manos sobre mi muslo, intentando establecer lo que ella llamaba "conexión". Nunca había funcionado si lo que pretendía era hacer que hablara.
Me apresuré a negar con la cabeza, cogiendo la tostada asquerosamente helada para darle un último bocado, dándome por vencida tras ese mordisco.
—Qué voy a saber yo —murmuré.
—Barbara, ésto es muy serio, mírame y dime qué pasa —dijo mi padre con autoridad, quitándose las gafas y dejándolas sobre el periódico.
Me coloqué un mechón detrás de la oreja, levantándome de la silla para apuntar la salida de la cocina hacia el recibidor con el dedo, como si nadie supiera que estaba allí.
—Tengo que irme. No os preocupéis, yo... Tan solo es que vi a Savannah ayer, en la cafetería. Voy a... Hablar con alguien —aclaré con la voz entrecortada, cogiendo mi libreta y tirándola en el interior de mi bolso, junto a la silla.
Me colgué el asa del hombro y, con rapidez, desaparecí de la cocina a pesar de los gritos de mis padres ordenándome que volviera, pero yo no iba a hacerlo.
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Editado: 01.10.2020