Miro cada una de las mesas y encima de la barra para verificar que todo esté organizado, busco mis cosas y salgo de la cafetería. Hoy volví a insistirle a mis abuelos para que me dejaran cerrar la cafetería como llevaba haciendo hace casi un mes. Me coloco mis audífonos en los oídos y camino hacia la casa mientras escucho “Hasta la raíz” de Natalia Lafourcade.
Doy un paso tras otro desconectada completamente del mundo, tal vez por eso es que en vez de seguir el camino a mi casa, los pasos me guían hacia la calle enfrente de la casa de los Dasch. No me acerco, solo me quedo quieta en mi lugar como si se me hubiera olvidado de cómo caminar. Fijo mis ojos en la misma casa que atravesé hace dos meses, ahora la hierba ya no está tan alta y algunas flores están empezando a crecer en la entrada.
Veo todas las luces apagadas, menos la de la sala, me imagino a Esmeralda viendo alguna película con Darcel y Catalina, aunque como es ella, es más probable que sean un par de capítulos de The Vampire Diaries. Me doy la vuelta y esta vez sí voy a mi casa.
Desde que aprendí a pintar descubrí un nuevo mundo, algo en lo que soy buena y disfruto. No pasaba un día sin que no tomara un pincel en mis manos, pero ahora solo me despierta recuerdos de cuando Diego me enseñó a pintar, de las tardes que pasábamos jugando en el parque cercano a la casa, las noches de pijamadas o las tardes estudiando para los exámenes. Extraño cada uno de esos momentos, a veces se vuelve demasiado doloroso recordar.
Me termino de vestir con un jeans sencillo y una camiseta y me recojo el pelo en una trenza. Tal vez debería utilizar un poco de maquillaje para disimular un poco las ojeras que tengo producto de dormir menos de seis horas todos los días. Tomo un bolso pequeño y guardo mi celular antes de bajar a desayunar.
Antes de entrar a la cocina ya siento las voces de mis abuelos.
- Buenos días.- Los saludo mientras camino hasta donde está la cafetera.
- Buenos días mi niña.- Mi abuela me saludo y mi abuelo la imita.
Me sirvo el café en la taza que suelo usar y le doy un trago. No se escucha ni una voz en toda la cocina, pero aún así siento las miradas que me clavan.
- Hoy pienso ir más temprano a la cafetería.- Hablo tratando de romper el silencio.
- Sobre eso queríamos hablarte.- Mi abuelo habla mirándome a los ojos como si tratara de decifrarme.- Verás… hoy no va a ser necesario que vayas.
- Pero, si estamos hasta arriba de trabajo.- Lo miro sin entender.
En estos últimos días hemos tenido que cerrar más tarde de la cantidad de personas que vienen a la cafetería.
- Contratamos a otra persona, se va a encargar de cubrir la mitad de tu tiempo y hoy va a trabajar el día completo para que puedas descansar.- Mi abuela explica.
- Pero… saben que no es necesario, yo puedo encargarme de todo. Estos días lo he hecho muy bien.
- Ele, prácticamente vives en la cafetería, créeme que agradecemos tu ayuda, pero es evidente que algo sucedió para que te obsesiones con trabajar más de las horas que te tocan.- Mi abuela busca mi mirada tratando de que los comprenda.
- Pero ustedes necesitan ayuda.- La interrumpo con la peor excusa que podría haberme inventado.
- Y tú no vas a dejar de ayudarnos, pero sin descuidarte a ti por el camino.
- Pero yo...
- Eleena Díaz.- Mi abuelo dice mi nombre a modo de regaño y me callo como cuando tenía cinco años y hacía algo indebido.- Ahora vas a aprovechar que estás vestida y vas a salir.
- ¿A dónde? .
- A donde sea mientras no estés aquí metida en una cama, ni en la cafetería. No te queremos ver en la casa antes de las cuatro.
Sin darme tiempo a protestar salen de la cocina y yo solo puedo pensar en algo.
¿Ahora qué voy a hacer para olvidar? .