Capítulo 1. Azul cielo nublado.
JADE MILLER
Una pesada caja cae de repente en mis brazos, me quejo sintiendo un dolor en mi espalda que se hace presente debido al brusco movimiento, le doy una mirada furiosa al tipo de la mudanza quien me ignora y sin más arranca su camión y se marcha dándole absolutamente igual si me ha fracturado la columna vertebral. Bufo indignada ante su falta de empatía y comienzo a caminar hacia la nueva casa que de ahora en más promete ser mi hogar.
Ni siquiera entiendo por qué mamá aceptó el trabajo en el hospital de aquí en primer lugar, es decir, recién acabábamos de llegar a una buena ciudad, en un buen país y de repente ¡Zass! nos mudamos a un pueblo olvidado con unos cincuenta habitantes como mucho. Lo que más me molesta del pueblo es su maldito clima del carajo, el aire es tan frío que los labios se ponen resecos y quebradizos, ¡y ni hablar de los dedos engarrotados y el enrojecimiento de la nariz! En pocas palabras... el pueblo es un refrigerador.
Al menos agradezco que los dolores en mis huesos, las fiebres infernales y las convulsiones esporádicas parecen haberse tomado unas vacaciones, no he sentido ningún malestar desde que llegamos y ese ya es un gran avance. Lo único que deseo por ahora es no tener complicaciones y poder asistir presencialmente a la universidad todo el año; a pesar de los nervios y la ansiedad que la idea de convivir con gente de mi edad implica, dentro de mi siempre he anhelado poder ser normal como todos ellos. No más hospitales, no más clases en línea, es todo lo que deseo.
La puerta se abre antes de que pueda llegar a la casa y mamá sonríe burlona al verme cargar la pesada caja con la cara roja del enojo.
—Quita esa cara amarga, hija. Te prometo que a veces no hace tanto frío.
—¿Segura? —alzo una ceja y ella se encoge de hombros.
—¡Claro, en la casa hay calefacción todo el tiempo, así que no lo sentirás mucho!
Me quejo molesta y ella ríe de mi desgracia, todo lo que resta del día nos la pasamos arreglando nuestras cosas y acomodando muebles, el día se vuelve pesado para ambas puesto que no tenemos la ayuda de ninguna otra persona. Solo somos mamá y yo, una pequeña familia. Mi pequeña familia.
Mi padre falleció cuando yo apenas tenía unos cuatro años de edad debido a un ataque cardíaco fulminante, por ende no hubieron hermanitos para mi, a veces miro su foto y no puedo evitar pensar en cómo hubiese sido mi vida si él estuviera vivo, seguramente nos cuidaría a mamá y a mi como si fuéramos su vida entera.
A pesar de que mi madre es mi todo y considero que teniéndola a ella es más que suficiente; por alguna extraña razón, a veces siento que mi vida está incompleta, que algo me hace falta... es un sentimiento demasiado extraño que me invade tan de repente, es como si faltara la mitad de mi ser. Lo peor de todo es que no sé si algún día podré encontrar esa pieza faltante, por un lado pienso que quizás se trata de mi padre, pero él siempre ha estado en mi corazón a pesar de no haberlo disfrutado lo suficiente. En fin, siempre termino ignorando ese vacío inexplicable dentro de mi pecho porque es más fácil eso que intentar descubrir los misterios de mi corazón confundido.
Obviando el horrible clima y el espeso bosque que invade todo el pueblo, no me arrepiento de haber aceptado seguir ciegamente a mi madre hasta él. Tengo la suficiente edad para vivir sola y ser independiente, pero desde niña desarrollé una extraña enfermedad que me impide estar sola debido a los alarmantes síntomas que sufro casi a diario y que podrían llevarme a la muerte de encontrarme sola, ese pequeño detalle sumado al trabajo de mamá me han llevado a estudiar todo el tiempo en línea o a distancia, así que nunca he pisado siquiera un instituto en mi vida.
Mamá dice que el pueblo tiene su encanto, pero hasta el momento yo no lo he encontrado, pero sé que este será un buen comienzo y realmente deseo con todas mis fuerzas que sea el definitivo porque ya no quiero seguir dejando más vidas atrás.
El primer día de clases en la universidad Kingston llega rápidamente, casi en un parpadeo de ojos, mentiría si dijera que no estoy nerviosa porque me estoy cagando del miedo por dentro; es la primera vez que podré asistir de manera presencial a la universidad. Así que una nueva etapa en mi vida comienza, agradezco al cielo porque esta maldita enfermedad me está dando una tregua, de lo contrario una vez más tendría que abstenerme de tener una vida fuera de las cuatro paredes de mi habitación o de una habitación de hospital.
Al graduarme de la preparatoria por un momento me planteé ser pediatra como mamá, pero tuve que reconsiderarlo porque a decir verdad no me siento cómoda tratando con niños y de hecho soy un desastre con ellos, así que finalmente me decidí por estudiar una carrera que no tuviera nada que ver con esas pequeñas criaturitas que parecen detestarme sin razón alguna. Quería estudiar algo que me apasionara de verdad, entonces supe lo que quería estudiar los siguientes años de mi vida. Literatura fue la elección, encontraba en las letras el desahogo perfecto de mi alma. Los libros me ayudaban a distraer mi mente del dolor, de la soledad, de la repentina tristeza que muchas veces se adueñaba de mi ser.
Todavía me sorprende que la nueva universidad tuviera disponible esa carrera, principalmente porque es una universidad pequeña y poco conocida debido a su recóndita ubicación.
—¿Estás lista, cariño? ¿Sientes algún dolor? Dime que pusiste tus pastillas en el bolso.
Volteo a ver a mamá y luego vuelvo a ver el edificio de la universidad. Efectivamente no es muy grande, ni parece tener más de un edificio como las grandes universidades que he visto antes en folletos.
—Creo que se me va a salir el trasero por la boca, pero estoy bien, madre. No te preocupes, no me duele nada y las pastillas están en mi bolso... creo que todo está en orden —contesto en un hilo de voz, mamá sonríe y pone un mechón de mi cabello detrás de mi oreja cariñosamente.