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Prólogo
De la espuma
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Sus pies tocaban por primera vez la suave arena humedad, su cuerpo estaba envuelto en un halo de luz azul que lo cubría por completo, iluminando entre tanta oscuridad junto a la luna.
Sus ojos se abrieron lentamente, su visión era borrosa, tuvo que parpadear varias veces para centrar su vista. Observando con sus orbes azules todo a su alrededor.
Allí estaba ella, parada en un lugar desconocido sin saber que hacer, se sentía sumamente extraña, pero como no sentirse de esa manera cuando ella antes de esto era simplemente nada.
La curiosidad le ganaba, examinó cada parte de sus extremidades, levantó su mano en alto para indagar está, cinco dedos delgados y largos, de uñas perfectamente cortadas. Se percató que podía moverlos a su voluntad, al igual que todo su cuerpo.
Para ella era como acabar de nacer, sus pulmones funcionaban por inercia en busca de oxígeno, su corazón late contra su pecho a un ritmo rápido como las olas del mar que chocaban contra la costa de la Push, sus párpados se abrían y cerraban solos, lubricando de esta manera sus ojos.
¿Qué era lo que estaba experimentando?
Estaba completamente desnuda el frío calaba sus huesos, la brisa hacía danzar su cabello castaño de lado a lado, su pequeño cuerpo temblaba exigiendo calor, ella no tenía recuerdos, no había nada en su cabeza sobre su pasado.
Era un lienzo en blanco
Inconscientemente movió sus pies tratando de caminar, tal cual, de la misma manera que un niño cuando aprende a dar sus primeros pasos, movió primero un pie y luego el otro, no obstante sus piernas cedieron haciéndole caer de rodillas.
Dejo escapar de sus labios un pequeño jadeo al impactar sobre la superficie, pero este cambio a un puchero, al sentir la arena incrustarse en las palmas de sus manos, entre sus dedos y rodillas. Sintió como la marea creció suavemente, un pequeño oleaje arropaba su cuerpo, tal cual, como cuando un padre arropa a su hija antes de dormir, ella experimentó una nueva sensación en su pecho, era cálida y abrazadora.
Amor.
Eso era lo que el mar le expresó.
Trato de levantarse usando sus manos como apoyo, ejerció fuerza pero eso no basto, sus brazos flaquearon, ocasionando que volviera a quedar tendida en la arena.
No sabía cómo moverse.
No tenía la fuerza.
Su cuerpo estaba tan endeble y temblaba.
¿Pero por qué?
Sin embargo, el sonido de ramas quebrándose causadas por imponente pisadas, captó su atención. Sus ojos llenos de curiosidad buscaban el causante de aquél ruido, una nueva sensación se apoderó de su pecho.
Una opresión.
No.
Era ansiedad.
No.
Era miedo.
Al observar no solo una, sino varias figuras que salían del oscuro bosque que conectaba con esa zona. Tres siluetas humanoides se acercaban a ella.
¿No sabía qué hacer?
Cuando la luz de la luna reveló ante sus ojos, las siluetas tomaron forma en tres chicos, vestidos sólo con unos shorts desgarrados, de piel bronceada, cabellos oscuros y de rasgos aborígenes. Su intriga creció, al verlos cada vez más cerca.
Ellos estaban sorprendidos, se notaba en sus rostros al ver como se encontraba la extraña mujer.
—¿Estás bien?—le preguntó en tono de preocupación uno de los chicos.
Ella simplemente lo observó, no estaba siendo descortés, era el hecho que aunque por alguna razón le entendió, no sabía lo que debía decir, nunca lo ha hecho antes, jamás había hablado.
—¿Necesitas ayuda? ¿Estás herida?—le bombardeo el otro chico.
Mientras que el más imponente de los tres la analizaba, dándose cuenta que nunca la había visto en la reversa, era una completa desconocida.
—Paul, busca algo con la que la podamos cubrir—le ordenó, al chico.
Paul, sin perder tiempo corrió hacia algún lugar desconocido para ella.
—Jared, ayudala—dijo, al otro chico que sólo asintió para inclinarse sobre sus rodillas hacía adelante.
Ella con sólo sentir el suave tacto caliente de las manos del chico sobre sus delgados brazos, supo que eso era lo que necesita para que su cuerpo dejara de temblar por el frío.
—¿Qué haces a estas horas por aquí? Sabes, es peligroso—habló, metiendo sus manos por debajo de las axilas de ella para ayudarla a ponerse de pie.
—¿Peligroso?—su voz resonó como un pequeño susurro tan dulce y melodioso, como si de una sirena se tratará.
Dejando a ambos Quileutes sorprendidos por el timbre de su voz, el mayor se acercó más a la chica para detallarla mejor, mientras que Jared logró ponerla de pie.
—Si cada vez que hagamos las rondas, aparecerán chicas hermosas como ella a la orilla y desnudas, estaré encantado de hacerlas—comentó, Paul llegando con una sábana entre sus manos para colocarla sobre los hombros de la chica.
Ella tambaleó tal cual venado sobre el hielo, sus manos las llevó hacía adelante en busca de apoyo, pero sólo consiguió colocarlas sobre el dorso desnudo del chico que le ayudó a ponerse de pie. Este emanaba mucho calor, era perfecto para ella y así combatir el principio de hipotermia que estaba sufriendo.