"¡Dios mío, Dios mío! ¡Qué extraño es todo hoy! ¡Y ayer, en cambio, era todo normal! ¿Habré cambiado durante la noche? Vamos a ver: ¿era yo la misma al levantarme esta mañana? Casi creo recordar que me sentía un poco distinta. Pero si no soy la misma, la pregunta siguiente es: ¿quién diablos soy? ¡Ah; ése es el gran enigma!"
-Alicia (Alicia en el país de las maravillas).
I
Y no dejo de preguntarme hacia donde voy, porque hay un sinfín de posibilidades y todas parecen asombrosas, justo como una taza de té.
Un viaje en auto es capaz de sanar el alma. No hay más que sentarse, escuchar la radio y mirar el paisaje. Una carretera interminable y húmeda por la lluvia nocturna, y por ambos lados los pinos más altos que hubiese visto jamás. Ciertamente era como el inicio de un cuento, uno de esos que no te dejan dormir.
Mientras me encontraba en el asiento del copiloto, los rayos de sol se asomaban por entre las nubes y mi madre tarareaba Strangers de nuestra querida Sigrid. Quien iba a pensar que después de haber escuchado su presentación en el Nobel Peace Prize Concert del 2017 se convertiría en una de nuestras favoritas. Cantando el coro mi madre podía verse como la mujer más feliz de la faz de la tierra, quedaba poco del despojo que era después del divorcio con mi padre; una época muy dura para nosotros, pero que sirvió para unirnos más. Podía decir que mi madre era mi mejor amiga, y este era nuestro nuevo inicio. El inicio de la familia Bee.
—Friday, ¿no tienes hambre? Debimos llegar a ese puesto de alitas que dejamos atrás. - Dijo mientras colocaba una de sus manos en su estómago.
—Pero no hiciste el menor caso, ahora moriremos de hambre, chocaremos con un árbol y yo nunca conoceré al chico de mis sueños—dije mientras reprimía las risas.
—Ay, hijo. No es tan grave, ya verás que todo se solucionará en cuento lleguemos a nuestra nueva casa.
—¿El chico de mis sueños?
—¿Qué? Hablo de la comida, tontuelo.
Cuando mi madre sonríe es como si el mundo alcanzara la paz mundial, como si se solucionaran los problemas de hambre, discriminación, racismo. Me encanta verla sonreír. De hecho, a mí me gusta hacerlo casi tanto como me gusta verla a ella; el problema aquí que mi sonrisa es un poco extraña, las personas suelen decir que parezco un desquiciado. La gente nunca ha dudado en señalar que me falta un tornillo, que tengo la cabeza en la luna. No puedo negarlo.
Comenzamos a dejar atrás cualquier atisbo de modernidad, lo único que se mantenía constate era la inmutable carretera y el millar de pinos que nos saludaban solemnes nuestra llegada a Endless Fall. Por lo que sabía, Endless Fall era un pueblito alejado de cualquier parte en medio de un bosque. A pesar de estar muy alejado de todo, los habitantes se las arreglaban para tener una eficiente dosis de civilización propia del siglo XXI. Me emocionaba la idea de dejar atrás lo bullicioso de las grandes ciudades y, sobre todo, a toda esa gente desinteresada. Vivir en un bosque respirando aire fresco sonaba muy bien, aunque temía no poder adaptarme del todo.
Mi estilo no era exactamente poco llamativo: Llevaba el cabello decolorado, tan blanco como la nieve; unas cuantas perforaciones en la oreja izquierda; pantalones rotos y camisas de los estilos más raros era lo de mí día a día; y la incalculable cantidad de pecas que manchaba mi cuerpo, sobre todo en lo que se refiere a mi cara. Sí, no podría decir que pasaría completamente desapercibido. Nunca me he considerado un tipo atractivo, aunque mi madre se empeñe en decirme lo contrario, mi nariz está un poco chueca, y mi piel demasiado pálida para ser saludable. Supongo que cuando uno tiene un hijo la vista se le atrofia un poco.
El trasero me dolía a horrores, la idea de seguir un minuto más sentado en el auto se me antojaba terrible. Por fortuna, nos desviamos por un camino de tierra, bastante lúgubre, y un poco más allá pude ver el letrero. Era de madera y en él se leía con una caligrafía bellísima "Take a peek". Que encantador, me sentía en un cuento para niños, con la inocencia de una mariposa.
—¡Mira, llegamos! Es encantador, ¿no te parece?
Mi madre no dejaba de soltar pequeños gritos de niña emocionada cada vez que veíamos algo inusual. Y es que para nosotros, todo era diferente: Las pequeñas calles de piedra, casas de madera con sus chimeneas manchadas de hollín expulsando el denso humo, el rostro trabajador de los habitantes que no estaban acostumbrados a recibir vistas. Era un pueblo de cuento de hadas.
Y ahí, mientras nos dirigíamos a lo que sería nuestro nuevo hogar, pude verlo. Aquel que tenía las estrellas en sus ojos. Fue solo un segundo, tan rápido que temí fuese solo un producto de mi altiva imaginación. ¿Qué habrá sido eso? ¿Por qué pasó? ¿Con qué motivo? ¿Quién se atreve? Después de todo no sabía a lo que me enfrentaba al llegar aquí.