Los giros del destino son inevitables, y es cierto que cuando corres de algo o alguien, la vida te lo pone frente a ti, para atravesarlo. Y quizás, pisotearlo en la cara en el proceso.
“Dos amigos pueden compartir habitación sin ningún problema”, fue lo que él me escribió por mensaje antes de dirigirnos por separado a nuestro campo de batalla: El hotel Royal.
Sí claro, ¡Cuando son roomies! Y no se han besado públicamente anteriormente.
¿Amigos con derechos? De ninguna manera. ¿Enemigos con beneficios? Puede ser.
—Públicamente somos pareja, si se dan cuenta que dormimos en habitaciones separadas… Será una polémica o cancelación innecesaria que nos podemos ahorrar —camina por el pasillo del hotel con sus gafas de sol que la combinación de un día caluroso acompañado de su presencia, la irritabilidad es innegable.
Quedamos de vernos aquí después de terminar nuestros pendientes y recién nos encontramos, es lo primero que me dice. Llegó más tarde, supuestamente por el tráfico, a pesar de que a ambos nos quedaba lejos el lugar y me quedé como tonta, esperándolo en el lobby mientras movía el pie una y otra vez.
Reluciendo mi papel falso como novia que espera ansiosamente regañar a la otra parte por su impuntualidad.
—Silencio, ni me hables. Es ridículo siquiera gastar energía en una justificación barata y eso sí, es innecesario. Ya estamos aquí, ¿contento? —lo miro con molestia y entramos en el elevador que es transparente, de cristal.
Nos quedamos en silencio después de saludar a las personas que salen y nos dejan en un silencio más que incómodo, tenso. Siento la mirada de Kieran y ni siquiera lo volteo a ver cuando presiona el botón hacia nuestro piso.
La música del ascensor es lo único que nos acompaña en nuestro trayecto. Son unos cuantos segundos y salgo primero, soy quien tiene la tarjeta de acceso.
El hotel luce lujoso, es enorme, tiene una decoración que combina lo clásico con lo moderno. Clásico en los muebles de decoración y moderno por los colores predominantes como el azul oscuro y blanco. Tiene cuadros con arte lineal y diseños de alfombra peculiares, abstractos. Es como si fuera una galería de arte.
—¿Ya puedo hablar? —pide permiso como si fuera un niño regañado y castigado.
Ahora sí, parecemos pareja con estas absurdas peleas.
Toso y así disfrazo mi risa.
—Primero, quítate las gafas, Kieran —le mando después de darle una mirada de desaprobación y pongo el acceso hacia inevitablemente, “nuestra habitación”.
—Está bien, pero antes… —me hace caso, pero se adelanta a la puerta ya abierta y se opone a mi paso. —Discúlpame por llegar tarde, si es por eso que estás de mal humor.
—¿Crees que estoy así solo por eso? —niego y al ver aumentar mi claro desagrado, se queda pensando con una expresión ingenua.
—Entonces, por invadir tu privacidad y la proximidad forzada.
Sonríe y asiente con orgullo.
Es un tonto.
Miro hacia arriba y me tapo los ojos con una mano, sin poder hacerme la ruda ante él.
—¿Por existir? —se apunta mientras lo dice y es lo que provoca mi risa, el que sume a la cuenta más hechos.
Cuando lo miro, intercambiamos sonrisas y después me pongo seria.
—¿Qué tal, “por invadir mi camino”?
Sin necesidad de repetirlo, se lleva mi maleta junto con la suya de color negro y las deja ya dentro.
Doy unos pasos, cierro la puerta con un tono metálico y observo con detalle la habitación, es amplia, los colores son desde beige, caoba y blanco. Lo que más resalta, es el enorme ventanal en donde se ven los edificios, la carretera principal decora la vista. Tiene un baño más grande de lo que pensaba y husmeo al llamarme la atención lo pulcro que está todo, el mármol de colores claros, la elegancia se marca en cada rincón en donde poso mi atención.
Es un lugar perfecto para poner todo mi maquillaje y mis productos de cuidado personal, si no fuera porque es compartido y es evidente, cuando hay el doble de todos los artículos disponibles, específicamente, las toallas y batas de baño.
—¿Es tu primera vez en un hotel, o qué? —Kieran interrumpe mi meticulosa inspección y acto seguido, escucho que se deja caer, seguramente en la cama, nuestra cama.
Salgo de ahí y efectivamente, está como rey en su trono en esa enorme cama king size con unas sábanas blancas, ya desarregladas debido a sus evidentes modales.
¿Se supone que debo responder a su pregunta capciosa? El doble sentido no es tan divertido cuando estamos aquí solos, en donde nadie puede controlarnos.
Y ahí es cuando comienzo a maquinar mi plan maquiavélico en donde se arrepentirá de dormir conmigo y se tragará sus palabras. De eso me encargaré.
—“Lo que pasa en el hotel, se queda en el hotel” —le respondo con esa chispa que enciende mi sed de venganza. Llegó el momento de la acción.
Me acerco con lentitud y después me tumbo a la cama para reflejar su comportamiento. Es tan suave y cómoda, sientes que te hundes en ella. Quedamos cerca y me muevo más cerca suyo, a propósito.