Había despertado aturdida, me tomó algo de tiempo reconocer el lugar donde estaba, no se cuanto tenía dormida pero aún así me sentía cansada, a lado de mi estaba Damián sus ojos enrojecidos delataron que estuvo llorando, bajo sus ojos aguamarina estaban dos oscuras ojeras, que hacían contraste con su pálida piel.
Me incorporé en la cama estaba cansada de estar acostada, por alguna razón al levantarme sentí mi cabeza dar vueltas, mi estómago quería botar lo que fuese que estuviese ahí dentro, me sentía fatal —¿Qué me pasó? —fue lo único que alcancé a preguntar la respuesta llegó en forma de abrazo, no uno cualquiera, si no un abrazo efusivo de esos llenos de mucho sentimiento.
—¡Tonta! —dijo Damián sin deshacer el abrazo.
Me quedé allí estática y confundida «¿Qué habrá pasado?» Me preguntaba de nuevo lo mismo, un dolor en mi cabeza llegó de la nada y junto a este un montón de imágenes rememorando lo que había pasado, no sabía que decir, ni que hacer así que solo correspondí al abrazo con fuerza.
Damián deshizo el abrazo, para mirar a Melodía a los ojos y asegurarse que está estuviese bien —llevas tres días inconsciente. —Dijo en un hilo de vez, volviendo a tomar a la chica en sus brazos.
No daba crédito a las palabras de Damián «¡En serio tres días!» Me llevé las manos al rostro aún sin poder creer lo que había pasado, aquel dolor de cabeza volvió a mi. Recordando un sueño extraño que había tenido.
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La luz del sol era fuerte tanto que apenas y podía abrir mis ojos, al ponerme de pie pude apreciar mejor aquél lugar era un hermoso campo lleno de flores blancas y amarillas. Me acerqué a ellas su aroma era delicioso, la brisa fresca mecía mi cabello de manera grácil, inundando mis sentidos de aquella fragancia silvestre.
Escuché ramas crujir no estaba sola en aquel sitio, seguí caminando buscando la fuente de aquel sonido, el campo de flores quedaba atrás, sustituido por unos árboles de Grumelias, caminaba distraída.
Algo cayó sobre mi haciéndome caer al suelo —¡Auch! —sentí un peso en mi cuerpo, que impactó con fuerza tirándome al suelo.
Resultó ser un niño aquello que me había caído encima, no parecía de más de ocho años su cabello rebelde y rojizo apuntaba a todas las direcciones, sus ojos eran grandes, de un peculiar color turquesa muy profundo podría decir que hasta hipnóticos, pero lo más peculiar en el pequeño no eran sus ojos, si no un par de orejas peludas en lo alto de su cabeza y una colita esponjosa y chistosa.
—¿Qué miras? —cuestionó el niño de manera altanera, más que verse intimidante, se veía tierno, su rostro infantil estaba cubierta de Grumelias, unas bayas de color rojo intenso que al morderlas expulsaban mucho jugo.
—Quítate enano malcriado. —Respondí con la misma altanería, con la que aquel chiquito me habló. «Después de todo el juego de la rudeza podíamos jugarlo los dos, no me dejaría de un crío mal educado y respondon».
El pequeño pelirroja no dejaba de mirar molesto a la muchacha, aún así siguió sentado encima de ella, con la misma mirada de enojo —si yo soy un enano tú mujer eres una anciana. —Respondió el niño sacando su lengua burlesco.
Quité al bribón pelirrojo que estaba encima de mi era pequeño pero pesado, saqué un pañuelo de mi vestido, tomé al pequeño mal encarado de sus mejillas y comencé a limpiar todo rastro de las bayas de Grumelia.
—No, ¿qué hacés? —se quejaba el pequeño pelirrojo intentando escapar de Melodía.
—¿Tú que crees? grosero te limpio el rostro, comes como animal. —Intentaba soltarse de mi el enano cabeza de Grumelia, lo tomé mas fuerte las mejillas y terminé de limpiar al pequeño salvaje—. Estas listo y presentable. —viendole mejor era un niño tierno.
—Fea. —Dijo sacando la lengua.
Un fuerte gruñido, seguido de una explosión cerca del lugar donde estaba, hizo al niño brincar de mis piernas para huir corriendo, a gran velocidad «¿A dónde irá?» Seguirle el paso no era fácil es rápido, me detuve corriendo no lo alcanzaría nunca, me concentré y afortunadamente logré que salieran mis alas aún no sabía muy bien como funcionan esas cosas, mucho menos era experta en lo que volar respecta pero logré alcanar al pequeño escurridizo.
—¡Dejame tranquilo! —el niño intentaba soltarse, como su fuerza no superaba la mía mordió, mi brazo y ambos caímos al suelo, de una manera estrepitosa. Todo me dolía «ese pequeño malagradecido, me las pagará», pensaba sobando las magulladuras de la caída.
—Debe estar herido. —Me levanté fui con el pequeño estaba inconsciente, revisaba si tuviera algún golpe.
—¡Vete, vete tonta si él te ve, te va a comer hada tonta! —decía el pequeño molesto.
—¿Él?
Estaba confundida y aún aturdida por la caída, pero algo si era cierto no dejaré a este niño aquí solo.
—¿De quién hablás pequeño? —volví a preguntar.
—Tisha. —Dijo el pequeño en un susurro.
—¿Quién?
El pequeño señalaba tras de mí me di la vuelta y allí supe a que se refería, una enorme criatura de mueve colas, sus ojos rojos como la sangre su pelaje blanco con detalles rojizos lo hacía ver más intimidante. Abrió sus fauces de allí salió una enorme esfera de fuego azul, que se hacía más grande, iba directo a nosotros, tomé al chiquillo en mis brazos y cerré mis ojos con fuerza esperando un final que nunca llegó.
Una luz nos cubrió a mi y aquel pequeño, por completo cuando la luz se detuvo frente a mí estaba una mujer de cabello blanco como la nieve, alas hermosas mucho más grandes que las mías. La mujer se volteó a mirarme, me regaló una sonrisa cómplice para ir frente a la enorme bestia y acarició su hocico como si se tratase de un cachorro.
—Tisha matando al pequeño príncipe, no serás libre y lo sabes bestia terca. —Dijo la dama albina con voz cansina, tratando de calmar a la criatura de intimidante apariencia.
—¡Ya no quiero estar dentro de ese mocoso Serena! —bramó molesta la colosal bestia.
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Editado: 22.01.2024