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EL ATAQUE DE LOS BETABELES
El terror encarnado en una verdura...
Hasta ahora hay dos detalles en la historia a los que no les he dado la suficiente importancia. El primero son las elecciones convocadas para elegir al nuevo alcalde de Villa Gris. Este fue un acontecimiento que había despertado el interés de toda Farland, pues era ya sabido que sus gobernantes bajo circunstancias normales ocupaban el puesto de por vida. Si bien el incidente del escándalo del alcalde Fullpocket había hecho estragos en su reputación de persona benevolente y capaz de manejar cualquier problema con prudencia, la verdad era que seguía contando con el voto popular, por lo que se le concedió la oportunidad de postularse contra el padre de Jenny.
Según las leyes farlandianas, durante la primera semana de elecciones pueden postularse tantas personas como lo deseen, pero pasado este tiempo, sólo aquellas que contaran con suficientes puntos de popularidad podrían competir en una verdadera elección. Esto significaba que si 5000 personas deseaban competir por el puesto, eran libres de hacerlo, pero sólo aquellas que tuvieran el mayor nivel de aceptación entre el público se quedarían para cuando iniciaran las votaciones.
En base a lo anterior, puedo asegurarles que durante los primeros días se habían postulado al menos 4,200 farlandianos interesados en ocupar el puesto del alcalde, pero al final de la semana, sólo 5 de ellos habían alcanzado el nivel de popularidad requerido, el cuál se medía con encuestas y estadísticas. Uno de ellos era el ex alcalde Fullpocket, y otro de ellos el padre de Jenny. Otros dos de ellos eran políticos que habían tenido un record intachable de honestidad y decencia durante años, pero a quienes en esa misma semana se les había asociado con escándalos horribles y habían tenido que abandonar la candidatura. Parte de mí sospechaba que Jenny se las había arreglado para ensuciar la imagen de aquellos hombres como lo había hecho antes con el señor Fullpocket.
Con lo que Jenny no contaba, era con que unos chicos, por diversión, meterían un candidato a la presidencia como broma, pero a un gran porcentaje de la población de Farland se le haría tan divertido, que ganaría popularidad suficiente para estar entre los finalistas. Los chicos, al parecer, habían postulado a un dinosaurio mascota, y pronto un padre de familia de éstos se aprovechó de la situación para adelantarse en la encuesta.
–¡Voten por el T-Rex!– exclamaba el vocero, un hombre de bigote y copete pronunciado –¡Un voto por el T-Rex es un voto por la igualdad de las especies inteligentes de Farland!
A su lado, un vulgar dinosaurio que ni siquiera sabía que estaba compitiendo con dos humanos por un puesto político, iba subiendo en las encuestas.
Por más que lo analizamos, ni Jenny, ni yo, ni ninguna persona en realidad, podía entender cómo aquella broma había llegado a convertirse en algo serio. Esto, concluimos, se debía a tres razones. Uno: los niños lo adoraban; dos: los adultos se sentían culpables, pues rechazarlo por el simple hecho de ser un dinosaurio sería discriminación de especies, y tres: tanto el alcalde como el señor Flowers habían salido recientemente en el periódico, ambos con muy malas notas. El alcalde por demoler la casa del Juez Frodo, y el señor Flowers por intentar pagar el hospedaje de su hotel con pedazos de papel sin valor, a los que llamaba dólares.
Debo admitir que tenía curiosidad por saber qué planes tenía Jenny para acabar con la reputación del T-Rex.
Ahora, el segundo punto al que no le di la suficiente importancia fue a la aparición de este nuevo enemigo, Droidbert, de quien me enteré más tarde de boca de mi padre, había sido contratado para arrebatarme a Jenny mediante el uso de las tradiciones farlandianas como la del sagrado duelo de dedos.
Aunque Droidbert apareció muchas veces más ante nosotros en los días que siguieron, en batallas de dedos que no tiene caso narrar porque perdió una y otra vez ante Jenny cada vez que la emboscaba, la verdad es que llegó a convertirse en un peligro para nosotros, cosa que narraré más adelante.
La aventura a la que dedicaré este capítulo, sin embargo, no deja de ser bizarra, incoherente y hasta ridícula, pero es necesaria para desarrollar más la historia, y dar por hecho de una vez lo que esta nueva visitante, Jenny Flowers, era capaz de hacer con tal de cumplir con sus ambiciosos propósitos.
Todo comenzó días atrás, cuando Jenny en sus investigaciones descubrió que muchas frutas, verduras y granos conocidos en el mundo eran aún desconocidos para la gente de Farland, por lo que de alguna manera encontró la forma de hacer que una embarcación trajera algunas de estas maravillas al nuevo mundo, es decir, a Villa Gris.
Más tarde deduje que, nuestro viaje a bucear había ayudado a Jenny en más de una forma, pues pronto encontró una forma de seguir exportando alimentos en una ruta que aseguraba que ningún barco se hundiría.
Una mañana en mi día de descanso con Mairo, decidí ir a ver en qué andaba Jenny, pues me alarmaba que pudiera estar tramando alguna otra treta elaborada como la que había mandado a la miseria al alcalde. Abraham me acompañó. Para mí fue tranquilizante saber que en estos días Jenny sólo se había ocupado de exportar algunas verduras y contratar empleados que trabajaran en hortalizas, pero algo le daba mala espina a Abraham.