Sabía que ése era su camino. Lo esperé todo el día, aunque se presentó ya con el dorado sol del ocaso. Su figura era imponente, fuerte y noble, así era el último de su especie. Por el rostro que puso supe de inmediato que ya tenía tiempo que me había visto y adivinaba de manera instintiva el propósito que me llevó a ese lugar.
Una vez que ambos estuvimos de frente me dijo en esa lengua que en tiempos olvidados hombres y bestias hablábamos:
-Tú y yo ya no pertenecemos a este mundo. Tengamos una pelea de la cual se canten gestas -
Con la serenidad que siempre tuve contesté - Que así sea hermano de destino. Luchemos hasta que cada músculo de nuestro cuerpo muera cansado por el enfrentamiento -
Así con la llegada de la noche inició la confrontación. Fue una lucha sin cuartel, hombre y bestia luchamos con todas nuestras fuerzas, acero y fuego brillaron como relámpagos, truenos sonaron nacidos del choque de garras y espada, nobles armas no cedieron ante los embates.
La noche y la lluvia fueron testigos mudos de grandes hazañas en esa batalla, aunque para los pobladores cercanos no les pareciera más que una simple tormenta.
Escudo y alas rotas fueron el precio de la defensa. Armadura fundida y escamas sangrantes fueron el premio del ataque. Al final, ambos corazones fueron letalmente heridos.
Ahora que los dos yacemos moribundos, compartimos un pensamiento común. Con la muerte de él nadie jamás volverá a blandir una espada con tal honor y con mi muerte la verdadera magia será olvidada, aunque vivamos eternamente en las viejas leyendas.