De París, con amor

Prólogo

Goldenberg

 

Imaginen una sala.

Una pequeña sala iluminada por apenas una insignificante bombilla de luz amarilla; esas salas que aparecen en las películas para dar un toque de misterio a la situación, con la pintura lúgubremente gris de las paredes desconchándose.

He estado ahí infinidades de veces, oyendo súplicas, sollozos, quejidos, palabras y miradas de odio, además de promesas falsas. Estoy harto de todo esto. Harto de tanto sufrimiento ajeno, de hacer algo que no me gusta y que sé que está mal. Odio mi vida y desde hace tiempo no me saco de la cabeza la idea de dejar todo atrás.

Soy perfectamente consciente de que no será sencillo, sin importar qué haga, pero ya es tarde para acobardarse.

 

—Goldenberg —el oficial canturrea mi nombre con suma satisfacción, entrando en la habitación, con un caminar que roza lo engreído, y sosteniendo una carpeta en sus manos. Sé lo que son: mis antecedentes—. Qué sorpresa tenerlo aquí.

—El cinismo está de más —espeto, mirándolo de mala gana desde mi asiento.

Justo ahora siento que él me mira como un depredador mira a su presa recién cazada, aunque esa fachada no dura mucho. He sido objetivo de la policía durante años, no me sorprende que lo último que haya querido ver hoy es a mí aquí sentado. Sin embargo, no me importa. A decir verdad, nada me importa ya.

—¿Por qué te entregas? —toma asiento del otro lado de la mesa metálica. Luce comprensivo, calmado, incluso puedo decir que piadoso, pero deduzco que es así con todos los que han tomado asiento justo en la misma silla en la que me encuentro ahora. Sólo es una fachada para hacerme hablar sin problemas.

—Quise. —me remuevo, incómodo ante su mirada compasiva, no es normal que la gente me mire así. No quiero que me mire así.

—Eres consciente de todo lo que has hecho…

—Por eso estoy aquí —escupo.

—¿Cómo puedo estar seguro de que no eres un señuelo?

—Soy la mano derecha de Zane Saul —me incorporo lentamente en la silla, irguiendo la espalda, apoyando los codos en la mesa y entrelazando mis dedos, aprovechando mi altura para adquirir una posición más desafiante—. ¿Por qué creería usted que él sería capaz de usarme como algo tan insignificante como lo es un señuelo?

 

Zane Saul es la persona más desalmada que he podido llegar a conocer. Es despiadado, cruel, vengativo, rencoroso y no siente compasión por nada ni nadie. No muchas personas forman parte de mi círculo social, la gente con la que trabajo es la misma con la que comparto mis «tiempos libres», todos con una malicia extraordinaria, pero sé que él, Zane, es una de las más malvadas que han pisado este mundo.

 

—Tus antecedentes no son nada envidiables, muchacho —continúa hablando luego de unos segundos en los que decidió si creer o no en mi palabra, y ojea la carpeta que trajo consigo, mirando con… ¿tristeza? Mi vida actual—. Apenas tienes veintitrés años de edad. ¿Cómo acabaste así?

Sí, me mira con tristeza. Lo más seguro es que tenga algún hijo con una edad cercana o igual a la mía y quizás se lo ha imaginado en mi lugar. Miro su mano en busca de un anillo, encontrándome con que no tiene ninguno.

—¿Viudo o divorciado? —le pregunto con tono jocoso, a la vez que una mínima elevación de mis comisuras se hace presente con sorna.

—Buena pregunta —guarda silencio unos segundos, analizando mi expresión—. ¿Qué crees tú? ¿Por qué no soltero?

—Viudo —respondo con tanta seguridad que hasta yo mismo me sorprendo—. Eres alguien de principios, vienes de una familia muy tradicional. El matrimonio es casi una obligación para los tuyos —luce inexpresivo ante mis palabras, pero eso no me hace sentir menos seguro de lo que digo. Conozco su vida tanto como él conoce la mía, y eso que esta es la primera vez que nos vemos.

—De acuerdo, has dado en el clavo… pero ahora me toca a mí —se acomoda en su silla—. Estas aquí por voluntad propia, no soportas tu miserable vida y por eso has decidido entregarte. No tienes esperanzas, ni sueños, ni motivos para vivir; quieres pasar el resto de tu vida metido en una celda porque crees que te lo mereces por todo el daño que has causado, y no te opondrás a tu sentencia, pues mientras más años sean, mejor será para ti.

»Déjame decirte que es deprimente verte. Irradias oscuridad, eres siniestro y realmente mereces todo eso que crees. Pero no te daré el gusto —a este punto ya no prestaba atención a lo que me decía, no tenía por qué oír cosas de mí que ya tengo muy claras, pero esa última frase ha capturado todo mi interés.

—¿Qué quiere decir eso? —lo miro con suspicacia.

—Exactamente lo que está pasando por tu mente —me dedica una sonrisa llena de socarronería—. No te daré lo que quieres: no te pudrirás en la cárcel.

¿Qué está diciendo este ahora? ¿Le afectó la vejez antes de tiempo?

—¿Por qué no?

—Entérate después.

Con veintitrés años de edad, soy una de las personas más buscadas de toda la ciudad, cualquier policía que me tuviera en la misma situación en la que me tiene éste me torturaría con sus palabras, me diría un montón de cosas sobre estar orgulloso de por fin tenerme ahí, a mí, al segundo pez más gordo; pero él no lo ha hecho, no me ha «interrogado» como yo esperaba… ni siquiera sé si llamar a esto un interrogatorio.



#19909 en Novela romántica
#3478 en Chick lit

En el texto hay: pasion, romance, proteccion

Editado: 13.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.