De París, con amor

Capítulo 5

Dos semanas después, la cortada en mi mano ha sanado notablemente, mis pulmones no arden y se han recuperado casi por completo, pero aún quedan secuelas que, según los médicos, desaparecerán pronto y ya puedo retomar mi vida con normalidad.

Durante todo este tiempo, he estado de baja en el restaurant y de las clases en la universidad para que pudiera recuperarme sin complicaciones, y aún me quedan unos pocos días para retomar mi rutina en ambas cosas.

Me coloco los auriculares y pongo mi lista de reproducción especial para esta ocasión. Son las seis de la mañana, media ciudad aún duerme y los más trabajadores van camino a su destino, mientras que otros van a sus hogares luego de haber trabajado su turno nocturno.

Camino a pasos grandes hacia la plaza más cercana como calentamiento luego de haber estirado, donde intento acudir al menos dos veces a la semana —sin contar las fatídicas semanas y las que vinieron después—, para trotar y liberar el estrés que me causa ser mesera del lugar donde quiero cocinar.

Más personas trotan a mi alrededor, rebasándome o yendo en sentido contrario al mío. Respiro profundo el aire aún puro de París, todavía sin ser contaminado por los vehículos.

Varios parisinos corren con sus mascotas. Otros sencillamente pasean para que el animal estire las patas y haga sus necesidades antes de estar otras horas más encerrado.

Al terminar de correr, luego de trotar, camino unos segundos para estabilizar mi pulso, estiro las piernas y los brazos y me dejo caer acostada en el césped bajo un árbol, observando cómo el cielo abandona sus colores rosa y anaranjado, y el sol se va adueñando de la ciudad, el bullicio urbano haciéndose más notable.

Siento una respiración rápida, curiosa y profunda en la pantorrilla, seguida de una nariz húmeda. Me siento rápidamente, observando al curioso cachorro Golden alejándose por el sobresalto y volviendo a mí meneando la cola sin cesar.

Apoya las patas delanteras en mis muslos, meneando más la cola y mirándome con ojos animados y curiosos, y con la lengua afuera.

—¿Cómo estás, preciosura? —acaricio su cabecita con la yema de los dedos.

El perrito baja las patas y se acuesta en la grama, panza arriba, meneando la cola y estirando las patas para llamar mi atención. Le sonrío inconscientemente y lo complazco, fijando la vista en su cuello.

Soso —leo la placa que cuelga de su collar, junto con un número de teléfono. Acaricio su panza con vehemencia—. Dime, Soso, ¿qué hiciste para que te colocaran ese nombre? Claramente es todo lo contrario a ti.

Soso me ladra como si entendiera mi pregunta y estuviera de acuerdo en que ese nombre no va con él. Su aguda vocecita sólo me causa más ternura.

—Niño travieso —lo reprendo, dándole un ligero golpecito con el dedo en su barriga, el cual toma como una caricia—. No puedes escapar de tu dueño de esa forma. Harás que le dé un infarto.

Saco mi teléfono para marcar el número que está grabado en su placa cuando un grito me detiene al tener la intención de activar la llamada.

—¡Soso! —grita una chica a lo lejos, y ahora veo las ventajas de ponerle un nombre así a un perro: no es muy común—. ¡Soso!

—Será mejor que la busquemos —le digo al perro mientras guardo el teléfono.

Me pongo de pie, acurrucándolo entre mis brazos para evitar que escape, y me guío por la voz de la chica que grita desesperada el nombre del cachorro.

A lo lejos, veo a una joven pasándose las manos por el cabello y con una expresión de notorio desespero en su rostro. Lleva una correa azul en las manos y mira a todas partes.

—¡Soso! —vuelve a gritar.

Me acerco a ella sigilosamente cuando se da por vencida y se sienta en el césped, dándome la espalda.

Soso está bien —me detengo detrás de ella, quien se sobresalta al oír mi voz y se gira rápidamente, mirándome con el ceño fruncido—. Él me encontró —alzo un poco los brazos, haciéndole notar la existencia del perro entre ellos.

Sus ojos se iluminan y el alivio queda plasmado en su cara. Se pone de pie rápidamente, suspirando de alivio, no insinúa quitarme al perro inmediatamente, aún está analizando la situación. Es más baja que yo por unos centímetros, cabello castaño y ojos azules, su aniñado rostro me indica que está en la secundaria.

—Muchas gracias por traerlo —engancha la correa con el collar de Soso y me inclino para dejarlo en el piso—. Su dueña me asesinaría si lo pierdo de nuevo. Por cierto, soy paseadora de perros en mis días libres —saca una tarjeta de su bolsillo y me la da—. Ese es mi número por si quieres que pasee a tu perro cuando no puedas.

—Gracias, pero no tengo mascotas —le devuelvo la tarjeta.

—Consérvala, puede que algún día tengas uno y me necesites. Y gracias por traerme a Soso.

Le sonrío antes que dé la vuelta y se marche. No la llamaré cuando tenga a mi perro, no correré el riesgo de que se le pierda por un simple descuido. Desecho la tarjeta en el cesto de basura más cercano, dispuesta a ir a una cafetería por una botella de agua, la que traje ya se me ha acabado.



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En el texto hay: pasion, romance, proteccion

Editado: 13.07.2023

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