De París, con amor

Capítulo 18 (Parte II)

—Necesito darme una ducha —digo en voz baja, sintiendo un repentino asco hacia mí misma, además de la necesidad de aclarar mi mente.

Miro mi cuerpo como si estuviera cubierta de excremento de pies a cabeza. Quiero quitarme cada rastro de Henri de mí desesperadamente.

Gabe me libera de entre sus brazos, dándome la libertad de ponerme en pie por mí misma, sintiendo la seguridad necesaria en mi propio cuerpo como para moverme sin ayuda.

Me encierro en el cuarto de baño, sabiendo que Gabe está del otro lado de la puerta al tanto de todo. No confía en mi sentido común, y razones tiene para hacerlo.

Miro la parte superior de mi cuerpo desnudo frente al espejo del lavabo. Recordar cada toque de Henri hace que sienta repugnancia de mí misma, que comience a odiar mi cuerpo por ser un vívido recordatorio de todo lo que ha pasado.

Nunca había sentido un rencor tan grande hacia nadie, él saca lo peor de mí en todos los sentidos, y no tengo la más mínima idea de cómo controlar eso.

Entro a la ducha antes que mis pensamientos vuelen aún más alto y termine odiándome completamente. Cierro los ojos y respiro profundo, colocando la mano en la llave del agua y girar un poco. Mi cabello comienza a humedecerse de inmediato, las gotas caen por mi rostro, se deslizan por todo mi cuerpo hasta chocar contra el suelo y perderse en el desagüe.

No siento nada.

No me siento más limpia, ni más a gusto conmigo misma. Tampoco me siento sucia, ni repulsiva. Simplemente... nada.

Aún sin abrir los ojos, abro un poco más la llave, sintiendo que me relajo poco a poco. Tomo el jabón, deslizándolo a lo largo de todo mi cuerpo lentamente, haciéndome la idea de que, con cada roce, me quito las manos de Henri de encima.

Al darle un giro más a la llave del agua, ésta sale a todo lo que da. Mi cabello se pega a los costados de mi rostro, cayendo por sobre mis hombros. No muevo ni un músculo para apartarlo, lo dejo ser y dejo que el agua lo amolde a mí.

—Amber —Gabe dice mi nombre, algo alarmado, a la vez que toca la puerta—. ¿Amber, estás bien?

—Sí.

—Ya estuviste mucho tiempo ahí —gira el pomo de la puerta, mas no logra entrar ya que le pasé el pestillo al cerrarla—. Sal, por favor.

No le veo el sentido a su desespero. Apenas voy entrando a la ducha y aún no me siento limpia.

—Amber —esta vez, su tono cambia a uno lleno de advertencia.

Mi nombre queda resonando en mi cabeza unos segundos más, y la imagen del rostro de Henri aparece en mi mente de repente. Me abrazo a mí misma en busca de protección y aprieto mis ojos, ya cerrados, con fuerza en un intento de alejarlo. Paso el jabón con más fuerza sobre mi cuerpo, como si eso ayudara a sentirme más limpia emocionalmente.

Algo roza mi cintura y reacciono, echándome a un rincón de la ducha, a la vez que ahogo un grito. Luego, el agua deja de caer y abro los ojos. Gabe me observa con cautela, casi con reproche, mientras que le devuelvo el gesto con temor, aun sabiendo muy, muy en el fondo que Gabe no va a hacerme nada malo.

Su mirada se mantiene fija en la mía, se suaviza poco a poco y se adentra un paso en la ducha, tendiéndome su mano en todo momento; la miro, pero no la tomo, aún temerosa por lo que pasaba por mi mente antes de su intromisión.

—Tranquila —su tono de voz es suave, calmado—. Soy yo. No te haré nada.

Toma la toalla que cuelga del perchero y me la ofrece, cayendo en cuenta que estoy totalmente desnuda ante sus ojos. El miedo irracional no me había permitido percatarme antes de eso.

—Ven —me anima, con un asentimiento de cabeza, a que me acerque a él.

Adentra su mano un poco más en la ducha y me tenso aún más, mirando su mano con pánico.

—¡No te acerques! —exclamo, alternando la mirada entre su mano y sus ojos.

—Sólo lo haré si me lo permites.

Mi mente comienza a divagar. «Es Gabe, no Henri», me repito una y otra vez hasta convencerme a medias de que es así.

Me despego de la pared de la ducha, acercándome a él sigilosamente. Me cubre con la toalla, a la vez que me rodea con sus brazos, precavido y temeroso; me acurruca entre ellos y me obliga de buena manera a hundir la cara cerca de su clavícula.

—Por favor —suplica con tono casi entrecortado, como si le afectara verme en este estado—, no te hagas esto. No te hagas daño.

Coloco las manos en su espalda, envolviéndolo con mis brazos con fuerza, comenzando a sollozar.

—Lo odio —murmuro en un hilo de voz.

—Lo sé —me besa en la sien—. Pero no vale la pena que te trates de esta forma.

—Me da miedo dormir —mi voz describe cómo me siento por dentro: rota—. Después de aquella vez soñaba con él casi todas las noches, había llegado al punto de no ser tan frecuente y viene ese desgraciado a meterse en mi habitación a arruinar todo el progreso que sentí que había logrado —buscando algo a qué aferrarme, tomo la tela de la camiseta de Gabe entre mis manos y aprieto fuertemente con rabia.

—Hace casi tres meses, estaba preparándome para ayudar a mi equipo a extinguir un incendio luego de rescatar a los residentes de un edificio, cuando escuché a una chica gritar como loca que aún quedaba alguien dentro —levanto la mirada a sus ojos al entender más o menos lo que dice. Pronuncia cada palabra sin prisas, y con una voz tan aterciopelada que me calma poco a poco—. Fui a avisar que entraría nuevamente y me encontré con una chica rubia decidida a salir viva de ahí.



#19945 en Novela romántica
#3492 en Chick lit

En el texto hay: pasion, romance, proteccion

Editado: 13.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.