De pequeños y grandes problemas

3

Capítulo tres: Los monos, los koalas y yo, nos vamos por las ramas.

 

Lucas:

Luego de todo aquello ambos habíamos ido a clases. La verdad no había demasiado que contar de eso, usualmente los jueves eran cansadores pues eran los días en los que más trabajo teníamos. Matemática, historia, salud y finamente ciencias y un breve receso también. No tuve nada que rescatar de la agotadora tarde más que al final de ella acabé muerto y cansado como nunca y apenas toqué la cama me dormí al instante.

—Chau —me había despedido de Luis antes.

Estuvimos en el banco en el que habitualmente nos sentábamos, él se había sentado en esa pésima postura que tenía siempre, y yo me había puesto con la cabeza en su pierna. Podría pasarme horas pensando en lo raro que era esa postura entre dos hombres y todo... Pero prefería mantener mi paz mental estable, y además, era ultra cómodo aunque no tenga los muslos muy grandes, no había cosa más cómoda que acostarme ahí.

Eso sonó raro. Qué asco.

Bueno, quizás entre las piernas de cualquier chica seria cómodo también. Pero sólo era como un crío haciendo cosas de adultos, porque no pensaba mucho en ello y solo lo disfrutaba ahí. ¿Qué tenía de entrañable aquello, a fin de cuentas?

Si lo volvía a repensar ahora, me daba cuenta de que en realidad todo esto no tenía sentido. Él era mi amigo, yo era el suyo, no había reales problemas más que el de mi mente, la cual creaba cosas raras sin darme cuenta.

—Si, nos vemos mañana —soltó mientras con la cabeza gacha, al parecer con la mente dispersa. No siquiera me miró cuando chocamos los cinco y se fué camino a su casa. Pues bien.

Yo demoraría más en ir a la mía ya que tenía que hacer algo antes.

Esta vez tomé otro rumbo. Mi teléfono sonó y justo a tiempo, las seis y veinte, como de costumbre. El timbre de llamada era distinto a todos y eso me hizo saber que mamá llegaría hoy a casa. No supe si alegrarme, no tenía ni un sentimiento en claro cada vez que ella iba y sentía que mientras más veces pasaba, más fría era la sensación que tomaba de ello. No le dí importancia, como era de esperarse, y fuí a la casa de mi papá sin contestar, no hacía falta y también algo en lo más profundo de mi me dijo que puede que eso sea lo mejor, prefería ignorarlo aunque la cabeza se me remordiera en mi interior.

Mis padres vivian separados, se habían divorciado hace un año, hace un año se había ido todo en picada y nunca supe por qué, pues un día solo nos reunieron en la sala y nos lo contaron, como quien habla del clima, de forma tranquila y hasta podría decirse que forzada, como un guión que luego de veces y veces de repetirlo, queda guardado en tu memoria. Mis hermanos no reaccionaron, lucieron robóticos ante la noticia, y, debo admitir que yo también.

¿Cómo más podrían reaccionar tres chicos a él divorcio de sus padres?

Nos habían criado de forma en la que sabíamos que lo que nos convenía, era no meternos en los problemas de los adultos. Éramos sólo unos críos y tenían razón, no nos enseñan a ser algo y tampoco a ser otra cosa a parte de marionetas escuetas que están a el poder de su progenitor. Eso era, desde siempre. Sé lo que haré porque ellos lo quisieron, seguiré probablemente algo relacionado con la administración de empresas y luego trabajaría en la empresa de papá, me casaría con la hija de alguno de sus amigos y seré feliz, tendré hijos y ellos seguirán mi camino ejemplar luego. Simple. Esa historia me la sabía cómo una nana, era lo que me prometieron y a lo que no me he permitido refutar, tampoco era como que pudiera hacerlo o esa era lo que se podía dar a notar. Todos teníamos un objetivo y un lugar aquí, por algo vivíamos. Eso me enseñaron.

Dos toques al timbre y Lis no tardó en abrir la puerta.

—Hola, enano.

En respuesta él, y sin decir palabra me abrazó cortamente antes de ir y salir disparado hacia su cuarto. Me adentré en la casa y en la sala me encontré con mi papá.

—Hijo. ¿Cómo estás? —saludó alegremente aunque se le notaba tenso, aún más cuando me acerqué para abrazarlo.

Le molestaba que no halla salido de la casa de mi mamá. Era realmente estúpido, aunque en verdad nunca me lo halla dicho, realmente se le notaba, se le notó cuando nos lo preguntó y fuí el único que decidió quedarse pues mis hermanos habían decidido hacerlo intercaladamente. Había sido un divorcio bastante tranquilo, repentino y casi desapercibido de no ser por el hecho de que ya no vivamos juntos. Le dije que estoy bien, le conté sobre mamá y cuando ví su rostro ensombrecerse le dije que me llevaría a los chicos.

—Hijo... ¿Sabes que esta siempre será tu casa, verdad?

—Si, papá, lo sé, lo sé... Sabes lo que pienso de eso, por favor...

—No voy a insistir. Sólo tenlo en mente, ¿bien? —asentí antes de abrazarlo de nuevo con brevedad, cuando ví a mis hermanos esperar por mí cada uno con su respectiva mochila colgando de sus hombros — Dios te bendiga.

—Igualmente, papá.

Con eso salí de ahí. Agarré a mis hermanos de la mano y fuí directo a casa sin mayores distracciones. Miraba a mis hermanos con fascinación de la cual ellos no parecían percatarse, ella tenía doce años y él nueve, aunque a veces, o la mayoría del tiempo, ese pequeño se comportaba como el mayor, incluso de los tres. Y ella era tan fuerte, porque sabía que le exigían más siendo ella una chica y más aún la única, era impresionante cada vez que la acompañaba a sus clases de piano o veía que podía hablar inglés casi tan fluidamente como alguien de mi edad, era muy inteligente. Ni siquiera charlamos ni nada parecido por el camino, no intenté hacerlo pues los conocía. Eran callados, tranquilos y usualmente estaban en su mundo, no los sacaría de allí como mis padres lo hicieron conmigo, todo el día fuera sin permitirme meterme en cualquier mierda de la cual ellos fueran participes, tapándome la vista con cientas y cientas de cosas inservibles, idioma, instrumentos, deporte... Si me ponía a pensar era realmente desesperante.



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Editado: 17.06.2020

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