¿de quién es el bebé?

28. No te dejes amedrentar.

Álvaro repartió los cafés entre sus compañeros de trabajo y ocupó después su mesa, revisando su teléfono móvil y viendo que finalmente Rubén se dignó a responderle. 

Le envió una fotografía de Camilo durmiendo en el sofá y un texto avisando de que Fernando aún no le había dicho nada. 

Álvaro miró a su alrededor, no había clientes y los compañeros que quedaban en la oficina estaban a lo suyo, se decidió a llamarlo por teléfono. 

— Responde idiota… — Musitó cuando Rubén se hizo desear y fingió estar trabajando en su ordenador. 

— ¿Qué? — Le preguntó Rubén tan pronto contestó. 

— No ha pasado nada con Irati. — Se excusó. 

— ¿Por qué tendría que creerte? 

— Porqué me conoces mejor que yo mismo y sabes que no hago eso cuando estoy… 

— Después de entrar, volví a salir. — Lo interrumpió Rubén. — Te has besado con ella, y con las ganas que le estabas poniendo quién sabe qué más has hecho. 

Álvaro sonrió pícaro por verse descubierto. 

— No es lo que crees. Bueno sí lo era, pero no he sentido nada. 

— ¿Qué quieres decir con eso? — Le preguntó Rubén, parándose frente al mostrador de la frutería de mamá Margaret. 

— Pues… — Álvaro iba a explicarse, pero oyó la voz de su madre a través del teléfono. 

— ¿Hablas con Álvaro? Debería estar trabajando duro y no hablando por teléfono. — Habló Margaret. 

— Está en un descanso, tía Margaret. — Lo justificó Rubén con una simpática sonrisa. 

— En verdad no. — Dijo Álvaro al teléfono y corroboró que nadie le prestaba atención. — ¿Por qué estás con mi madre? 

— Mi madre me ha mandado a comprar el pan. 

— Ten cuidado con lo que le dices sobre Camilo. No estará contenta cuando se entere de lo que quiero hacer. 

— Queremos. — Lo corrigió Rubén. 

— Es lo mismo. — Dijo Álvaro. 

— No, no lo es. 

— Te cuelgo tengo mucho trabajo. 

Álvaro le colgó la llamada y Rubén se guardó el teléfono. 

— ¿Va todo bien? — Le preguntó Margaret. 

— Sí. — Asintió Rubén. 

— ¿Hoy no trabajas? 

Margaret le dejó en el mostrador la bolsa de papel con la barra de pan que mamá Lucy se llevaba siempre. 

— Me han dado el día libre. ¿Cuánto te debo, tía Margaret? 

— No te preocupes, mañana me lo paga tu madre. Con lo caras que están las cosas últimamente, los jóvenes tenéis que ahorrar. 

Rubén sonrió. 

— Álvaro ha heredado lo ahorrativo de ti. Me lo hace pasar difícil cuando quiero gastar de más.

Margaret se rió al saber que era así. 

— ¿Sabéis ya si Camilo es hijo de vuestro vecino? — Se interesó después Margaret. 

— Aún no. — Mintió Rubén y sonrió. — Me voy. Dalton me está esperando fuera. 

— Claro, claro. 

Rubén agarró la barra de pan y salió de la frutería. 

A un lado de la frutería de mamá Margaret, Dalton fue empujado al suelo por un niño mientras otros niños se reían de él. 

— Eh. — Se acercó Rubén y se paró delante del niño que empujó a su hermano. — Si vuelves a empujarlo así, te empujaré yo a ti. — Lo amenazó y miró a los demás niños. — Eso va por todos. El próximo que lo toque se las verá conmigo. 

Los otros niños echaron a correr y el agresor se sintió intimidado al verse solo. 

— Déjalo, hermano. — Habló Dalton, agarrando a su hermano mayor del brazo. 

— ¡Tonto! — Lo insultó el niño con coraje y advirtió a Rubén. — ¡Yo también tengo un hermano mayor y voy a decirle que me has amenazado con pegarme! 

— Adelante. Pero si Dalton me dice que lo has vuelto a empujar, nos veremos las caras y no me importará que tengas un hermano mayor. — Le dijo Rubén y el niño salió corriendo asustado. 

Dalton soltó el brazo de su hermano.

— ¿Le vas a pegar? — Preguntó Dalton y Rubén se giró mirándolo.

— No puedo. Pero si asustarlo. — Le sonrió y le pasó el brazo por encima de los hombros. — ¿Te han hecho daño? ¿Estás bien? 

Dalton asintió. 

— Me han empujado tantas veces que ya sé cómo caer para no hacerme daño. — Le contó. 

— No presumas de eso.

— ¿No? 

— No. — Rubén se agachó y le dijo. — Voy a hablar con papá de esto para que él y mamá vayan al colegio y lo solucionen. Sé que te puede parecer poca cosa lo que te hacen esos niños, pero no lo es y no está bien permitírselo. 

— Una vez me defendí y me pegaron entre todos. 

— Yo te voy a ayudar. — Le sonrió Rubén y se levantó dándole un abrazo. 

Álvaro se quedó serio al escuchar lo ocurrido por boca de Rubén. 

— El otro día pasó lo mismo. Esos niños se estaban metiendo con él, pero salieron corriendo en cuanto me vieron. — Habló Álvaro por teléfono. — No lo dejes pasar igual que no lo hiciste conmigo. He pasado por eso y sé cómo tiene que sentirse Dalton. 

— Si no me da tiempo de hablar hoy con mi padre, lo haré mañana. — Afirmó Rubén, sentado en el sofá de casa de sus padres y viendo a Camilo jugando en el suelo con Dalton. 

Camilo se reía de todo lo que Dalton le hacía. 

— Tengo que colgar. Pásame la dirección ahora. — Le pidió Álvaro. 

— A eso iba, Fernando ha dicho que el sitio donde nos veremos está lejos y va a mandar un coche a casa para recogernos. 

— ¿Cómo que un coche? ¿Un taxi? 

— Ni idea. Solo ha dicho un coche. Mándame la ubicación de la inmobiliaria, después de que me recoja iremos a buscarte allí. 

— Vale. — Accedió Álvaro sin más y antes de colgar, le dijo. — ¿Puede tu madre cuidar de Camilo por esta noche? Creo que será mejor no llevarlo con nosotros al encuentro. 

— Se lo digo. 

— Vale. — Álvaro colgó el teléfono y recogió de la máquina fotocopiadora unas hojas que llevó a Gina. — Aquí tienes. 

— Gracias, Álvaro. — Le agradeció Gina y Álvaro vio como le mostró las hojas a los clientes que estaba atendiendo. 

Un matrimonio hetero con un bebé que buscaba una casa para vivir. Álvaro había visto las ofertas de venta que Gina le buscó y eran bastante buenas, barrios buenos, con colegio y parques cerca, pero a precios altos. Él tendría que trabajar muchos años antes de poder pensar en comprar una casa. 



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En el texto hay: romance, drama, gay

Editado: 17.05.2024

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