Defensores de Havenfield

CAPÍTULO III

Hace frío. El sol apenas se levanta. Camino lo más lento que puedo, observando cada ruina y tratando de recordar qué había allí antes del im­pacto del asteroide. Me detengo frente a los escombros de la casa de los Sears. Es inevitable no sentir nostalgia y no pensar en tantos momentos que Natalia y yo pasamos en ese lugar.

No soy de los que le gusta estar en casas ajenas, pero en casa de los Sears todo era distinto. Era un ambiente agradable, de familia, yo era par­te de esa familia. De ellos ya no queda ninguno con vida, salvo Naty, o eso espero.

Me encuentro en el lugar donde el Sr. Sears fue asesinado y donde vi a su hija por última vez. Maldigo ese momento, pero aún más maldito es Alapín. Él y el Comandante Leitner. Malditos. Malditos mil veces. La ira me consume, pero debo guardar mis energías para continuar, pues el camino que me queda es largo. Ya estoy a pocos pasos de salir de El Fuego. Es otro buen momento para renunciar.

- Adiós –suelto de manera seca y nostálgica.

No negaré que me invade el dolor al dejar mi hogar. Pero el dolor a veces es necesario. Te hace ser fuerte y te da el valor que te hace falta para continuar, por más que cueste levantarse de la caída. Es por esto que no pierdo mi norte en este momento: llegar a Atsuín, presentarme volun­tario y encontrar a Natalia. No importa que vayamos a combate, pero ire­mos juntos, como un equipo, cubriéndonos las espaldas, como hacíamos cuando pequeños.

Una mañana, estando en la escuela, recuerdo que Damián, Natalia y yo, estábamos planeando hacerle una broma a uno de nuestros profeso­res. La idea era llenar de pega extrafuerte el asiento de su escritorio, de manera que se le dañara el traje cuando se levantara. Nos caía mal el vie­jo. La mente maestra de este plan fue Damián. Quien lo llevó a cabo fue Naty. Yo sólo aporté con la pega. Mientras Naty untaba la pega en la silla con una paleta, llegó el profesor. Como cosas del destino, me encontraba junto a ella y logré quitarle la pega y la paleta y le pedí entre dientes que me regañara. En efecto, lo hizo. El profesor se creyó la pequeña escena allí montada y me llevó ante el rector principal. Fui sancionado a trabajo social dentro de la escuela, como limpiador de baños, durante 3 meses. Además, me tocó ayudar a armar otra silla para el profesor y, en casa, mi madre me dio hasta con la hebilla de la correa, mientras que Natalia pasó desapercibida y a Damián ni lo vieron.

Siempre estuve dispuesto a proteger a Natalia. Aún lo estoy.

Camino riéndome por ese recuerdo y pensando luego en Yannick y mi madre. ¿Cómo estarán? ¿Mi madre habrá leído la carta? Ojalá no haya reaccionado mal. Si ha sido difícil para mí aceptar que estoy camino a mi posible muerte, cómo será para ella. Ahora me resulta un poco complica­do concentrarme. Me detengo varias veces, sólo para mirar hacia atrás, a lo que he dejado y lo que en unas semanas, quizás, deje para siempre.

-o-o-o-

Tengo sed, olvidé guardar la cantimplora. A unas decenas de me­tros adelante veo un grupo de personas, entre niños y adultos, jugando y conversando. Supongo que es una familia y por ahí cerca estará su bú­nker, aunque veo muchos escombros adelante. Me imagino, ahora, que se trata de un pequeño vecindario. Todo está tan destruido que cualquier lu­gar es igual a otro. Me acerco a la multitud y los mayores se me quedan viendo como jauría de lobos al acecho.

- Disculpen –digo–, voy camino al cuartel de los Defensores, en Atsuín. No tengo cantimplora, la olvidé en casa, tampoco tengo que comer.

- ¿Quieres algo? –me ofrece una anciana, tendiéndome una cesta con pan rebanado– Aún queda mucho camino por delante.

-  Gracias –suelto mi pesado bolso y cojo el pan.

- ¿Así que vas a presentarte voluntario? –me pregunta un señor de edad madura, debe ser hijo de la señora.

- Sí, así es. No tuve otra opción.

- ¿Murió tu familia? –pregunta de nuevo.

- No ellos están bien –le contesto–, es una amiga que está allá, fue reclutada a la fuerza y buscaré la ma­nera de regresarla con vida del combate.

Los hombres del grupo soltaron la carcajada y las burlas no se hi­cieron esperar. En este momento quisiera morderme la lengua.

- Lo que hace el amor, ¿no? –ríe uno de ellos.

- Pobre chico –continúa otro, burlándose.

- ¡Eh! ¿No te quedaban cosas que hacer en casa? Eres joven. ¡Vuelve y vive! Muchas mujeres sobrevivieron a la tragedia, ahí está Kate. –sugiere un anciano.

- ¡Ya déjenlo! –corta la anciana que me ofreció pan–. Al menos es un acto noble de su parte, quizás, si alguna de nosotras fuese sido reclutada, ninguno de ustedes se hubiese atrevido a ser voluntario.



#12445 en Joven Adulto
#31542 en Otros
#4515 en Acción

En el texto hay: misterio, amistad, guerra

Editado: 02.10.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.