Defensores de Havenfield

CAPÍTULO X

«¿Dónde estoy?» es lo primero que pienso al despertar acostado en una camilla con una cánula en mi nariz y mangueras transparentes que conectan mi brazo derecho con un par de bolsas llenas con líquido que cuelgan de un paral. Está claro, al abrir mis ojos del profundo sueño en el que me encontraba, que no estoy en ese jardín donde estuve hace… ¿Cuánto tiempo ha pasado y qué pasó? No recuerdo más que ver a Damián siendo arrastrado hacia el rústico de Hugo Giovan por dos oficiales y que yo estuve a punto de darle su merecido a ese idiota.

Me impulso para sentarme en la camilla y observo, con la vista algo nublada, esta blanca ha­bitación en la que me encuentro, llena de máquinas que hacen sonidos y muestran números y pantallas de cortina a ambos lados de mi camilla, cumpliendo la función de paredes movedizas. Aturdido aún por los deste­llos de la luz blanca que irradian las lámparas en el techo, logro sacarme la cánula y, con dolor, me quito las vías de suero de mi brazo derecho. Me giro hacia mi izquierda para levantarme y al volver mi vista hacia la almohada, veo una mancha de sangre seca en ella, amplia en el lado derecho. Instintivamente llevo mi mano al lugar de donde creo que provino esa sangre, detrás de mi oreja derecha y el primer contacto duele como una puñalada que me hace soltar un gruñido de dolor.

- Afortunadamente, solo ha sido un golpe –me dice una chica de voz desconocida desde la parte de atrás de la pantalla de la izquier­da, debe ser la enfermera–. Estás mucho mejor que él.

No sé si se está dirigiendo a mí.

- Será mejor que te recuestes y esperes a que vaya para tu camilla, ¿no crees, Hamilton?

- ¿Quién eres y dónde estoy?

- En el hospital del cuartel, soldado. Y en cuanto a mí… ya me co­noces.

Ella sale del compartimiento contiguo y camina hacia mi camilla, donde no me recosté como ella sugirió. Está más cerca de mí que otras ve­ces y me sorprendo, pensando que la guapa Helena Giovan, vestida de en­fermera, vendrá a decirme algo sobre lo sucedido hace…

- Dos días –dice, su voz es distinta a través de las cornetas.

- ¿Dos días?

- Sí, llevabas dormido dos días, desde que te dieron el golpe en la nuca.

- ¿Qué pasó con Damián?

- ¿Quieres verlo? Está aquí junto

Mi expresión de sorprendido se nota demasiado en mi manera de mirarla, con ojos de intriga. ¿Será ella tan parecida a su hermano? ¿Qué hace vestida de enfermera?

- ¡Oye, reacciona!

- Disculpe, General yo… –digo y ella me interrumpe.

- Helena, aquí sólo soy Helena... para ti, claro está. Solo cuando estemos en público debes hacer uso de tus formalidades conmigo.

- ¿También eres enfermera? –se me escapa la pregunta y noto que se me han subido los colores al rostro.

- Es mi vocación, no nací para estar en un cuartel, como mi herma­no. Aquí, al menos, me dieron la oportunidad de estudiar lo que quisiera, siempre y cuando prestara mi servicio y lo hago de esta manera –hace una pausa y respira profundo–. Hugo y yo somos muy distintos, Jordi.

Suelo responder a este tipo de cosas, pero prefiero callar y asentir con la cabeza. Helena intenta ganarse mi confianza de alguna manera, pero desde que Hugo dijo que sabía más de mí de lo que yo creo, no puedo confiar en nadie más en este Cuartel que no sea en mis amigos.

Me pongo de pie y camino a la cama de Damián, quedándome sin aliento a la primera vista. Vendajes similares a los míos en su cabeza, he­ridas en sus brazos suturadas con puntos, su ojo izquierdo hinchado y mo­rado y laceraciones en sus muñecas, además de un tubo con oxígeno que entra por su boca

- ¡Oh, hermano! –suspiro.

- Tiene cortadas en toda su espalda, por los latigazos que recibió –explica Helena–. Las heridas de sus brazos también son producto de ello. El ojo morado y el vendaje en su cabeza es por la cantidad de golpes que le dieron y lo de sus muñecas… lo tenían amarrado.

- ¿Se pondrá bien?

- Oh, sí. Él estará listo para la guerra. La medicina ha avanzado mu­cho y estará totalmente recuperado en un par de días. Por ahora, está en coma.

- El golpe aún me duele. ¿Cuándo regresaré a los entrenamientos?

- Observa –Helena me muestra una radiografía–. No tienes fractu­ra, ni fisura, ni hemorragia, solo una contusión. La piel se abrió un poco… –me toma por la nuca y se alza para ver la herida– y por suerte ya cerró. Ese dolor desaparecerá en unas horas y volverás a la acción mañana por la mañana.



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En el texto hay: misterio, amistad, guerra

Editado: 02.10.2018

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