Defensores de Havenfield

CAPÍTULO XI

A lo lejos, muy a lo lejos, escucho la chillona melodía de la diana que retumba en las cornetas del patio de los dormitorios. Me levanto muy lentamente para intentar no sentir dolor alguno, pero es inevitable sentir un tirón en la nuca, justo donde me dieron el golpe.

- Pero Helena dijo que no dolería hoy –mascullo en voz baja.

- Lo dije para calmarte, estabas algo… alterado –responde Helena, detrás de la cortina, junto a la cama de Damián. Casi me infarto del susto, creí que estaba solo… Bueno, sin nadie consciente cerca–.  Tienes que ir a tu dormitorio y alistarte, nuevo Distinguido; la ce­remonia es en tres horas –Está completamente empapada, su cabe­llo rojo y su ropa ajustada gracias al agua le hace ver mucho mejor de lo normal.

«¡Cierto, el ascenso!», me recuerdo, pero me quedo mirando unos segundos, en silencio, a los ojos casi escondidos detrás del húmedo cabello rojo de Helena Giovan.

- ¿Qué? –pregunta–. ¿Es que tengo algo extraño en la cara o qué?

- No, es que… –titubeo– es que… ¿cómo te enteraste? –digo lo pri­mero que se me viene a la mente.

- ¡Hola! –dice con sarcasmo–. Soy General, ¿recuerdas?

- Por supuesto –río, mientras me permito ruborizarme, pues no es para menos, me ha encontrado detallándola–. ¿Llueve?

- No, me metí a la ducha sin quitarme el uniforme –exhala, mien­tras le cambia los sueros a Damián.

- Yo creí que llovía –respondo con el mismo sarcasmo. Me mira y sonríe a la vez que yo hago lo mismo. Esto se pondrá bueno con el paso del tiempo.

- Anda, Jordi, que el tiempo pasa. Al salir, encontrarás un armario a tu derecha. En el compartimiento B está tu uniforme. Vístete y vete. En tu dormitorio tienes el traje de gala. Cámbiate. Te llevarás una sorpresa.

¿Sorpresa? Bueno, ella sabrá de lo que habla. No la culpo por llevar el apellido Giovan, nadie escoge cómo nacer pero si escoge cómo vivir y cómo ser con los demás. Quizás Helena sea una de esas excepciones den­tro de esa familia.

Me meto dentro de mi uniforme de tela semielástica y un poco gruesa, me queda algo ajustada, a todos en realidad. No es incómodo, pues está diseñado para permitir libertad de movimientos. Me coloco mi cintu­rón de cuero y adjunto a él la funda de mi pistola a mi derecha y los estu­ches de las balas justo al lado. La funda con el cuchillo la anexo a mi lado izquierdo. Me miro en el espejo, estoy un poco más delgado que antes, pero en mi rostro se dibuja una sonrisa que nace por recordar que estoy aquí por más razones que por las que entré originalmente.

Camino despacio hacia los dormitorios, disfrutando de la brisa fresca y del olor casi natural que caracteriza a esta zona de Nueva Caracas y dejo que las gotas de lluvia empapen un poco mi ropa y mi rostro. Recuer­do cuando jugaba con Damián y Natalia durante las épocas de lluvia, allá en El Fuego; nos perseguíamos, nos llenábamos de barro, nos divertíamos y luego nuestras madres nos daban un regaño de proporciones astronómi­cas. Sin embargo, éramos felices.

Llegando al patio de los dormitorios, escucho unos cuantos gritos y veo movimientos de lucha en el galpón 7, donde, justo enfrente, hay un carro negro con vidrios ahumados. La curiosidad por saber que sucede me quiere llevar hasta allá para averiguar qué está sucediendo, pero no es ne­cesario. Sacan a rastras, inconsciente a uno de miembros del Batallón 7, de tez morena y sin cabello. Tiene su uniforme puesto. Veo una herida en su frente, una cor­tada. Ha de ser el golpe que lo noqueó.

Quienes lo sacan van con el uniforme de la Policía Militar, la misma que nos aprehendieron, a Damián y a mí, el primer día de los entrena­mientos. El último en salir, con un uniforme distinto, con el mismo uni­forme que tengo, pero con algunos distintivos que lo diferencian de mi cargo, es Hugo Giovan. No se me extrañaba que esto estuviese sucediendo así, de la nada.

Así que decido definitivamente no acercarme, sería estúpido y más en las vísperas de mi ascenso.

Entro a mi dormitorio y, tal como me dijo Helena antes de salir de la habitación, ahí está mi traje de gala esperándome. La camisa es blanca, de mangas largas, con los extremos de las mangas adornados con una lí­nea vinotinto de unos dos centímetros de grosor que le dan la vuelta a la muñeca y con botones a juego. En la parte superior de la manga izquierda, cerca del hombro, hay un pentágono totalmente gris: es la insignia que me identificará como Distinguido. El pantalón es gris claro, con las mis­mas líneas vinotinto en vertical por los costados de las costuras, desde la cintura hasta los tobillos, y los zapatos son de charol, en los que puedo ver mi reflejo.



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En el texto hay: misterio, amistad, guerra

Editado: 02.10.2018

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