El cielo se aclarado y las personas caminan despacio por las aceras, no hay un aire romántico alrededor de la ciudad, como narran las películas sobre este día, pero si se siente un poco diferente y creo que se debe a los adornos rosados y rojos que hay en los diferentes lugares.
—Mira, hay una promoción de helado. Vamos.
Le digo a Raymond mientras señalo la heladería que está pasando el semáforo.
—¿Helado? ¿A esta hora? Eso no me parece muy saludable.
—Pero si delicioso, vamos, yo invito.
—La última vez dijiste lo mismo y yo termine pagando. ¿Por qué debería creerte ahora?
A pesar de decir eso, cuando el semáforo se pone en verde, él conduce hasta la heladería y estaciona el auto, pero no hace ningún movimiento para bajarse.
—Sería una forma de sellar nuestra amistad.
—Evité que tú y tus primas vayan a prisión, creo que ya sellamos de esa forma nuestra amistad.
Le dedico una sonrisa y él hace un gesto de resignación antes de bajarse del auto y caminar, como todo un caballero, para abrir la puerta y ayudarme a bajar.
—Me encanta el helado.
—Me puedo dar cuenta de eso, Atenea.
—Ate, ya te dije que mis amigos me dicen Ate.
Él parece pensarlo por un momento, pero no repite mi apodo.
—Pide lo que quieras, amiga, yo invito.
—Muchas gracias amigo.
Él encargado nos mira con cara de pocos amigos, al parecer molesto por tener que lidiar con personas tan temprano o por el ridículo disfraz de cupido que le han hecho utilizar.
Yo me pido un helado de pistacho y Raymond pide lo mismo, nos sentamos en una de las mesas en la heladería a comer nuestros helados mientras hablamos de los peores recuerdos que tenemos de esta fecha. Él me cuenta sobre una cita fallida que salió terriblemente mal y yo le cuento sobre el amigo secreto en la secundaria. Y mientras hablamos, descubro que es muy agradable hablar con Raymond, mucho más de lo que ya pensaba que era.
—Asumo que no te gusta el día de San Valentín —le digo a Raymond.
Tomo un poco de helado y hago un sonido de satisfacción por el delicioso sabor.
—Asumes bien, aunque yo solía celebrarlo.
—¿De verdad?
Intento no sonar o verme tan sorprendida por lo que él acaba de decir, pero no lo consigo.
—Sí, la persona con la que yo salía le gustaba celebrar esta fecha. Pero todo era tranquilo, una cena, flores y un regalo. Nada muy elaborado.
—¿No había bailes en la acera?
Él sonríe de lado ante mi pregunta.
—No, nada de bailes en la acera. ¿Tú celebras esta fecha?
—Aunque no lo crees, no me gusta mucho San Valentín.
—¿Por qué?
—Cuando amas a alguien, todos los días deberían sentirse como San Valentín, y siento que si debemos esperar un día al año en específico para demostrar nuestro amor o que nos demuestren que nos aman, bueno, ahí no es. Pero es solo mi punto de vista.
Raymond parece meditar mis palabras y después de un momento da un pequeño asentamiento con la cabeza en mi dirección.
—Te entiendo.
—¿Desde cuándo no celebras San Valentín?
—Un tiempo, no es lo mismo sin ella.
Noto que Raymond no me está mirando, tiene sus ojos fijos en un punto de la mesa, pero su mente parece estar a kilómetros de distancia. Sus cejas están fruncidas y sus ojos verdes reflejan algo de nostalgia. Ella parece ser alguien muy importante para él, pero no presiono el tema para conseguir más información sobre ella. Aunque me intriga un poco saber si la mujer de quien habla, es alguien que ya ha superado o sigue siendo algo presente para Raymond.
Cualquiera que sea la respuesta, no lo voy averiguar este día.
—Nunca he celebrado San Valentín con un novio. Cuando estaba con mi ex, siempre sucedía algo en esa fecha y nunca celebramos, tal vez por eso no siento la magia de San Valentín, porque a pesar que no me gusta, siempre quise hacer algo romántico y ridículo para celebrar.
Termino de comer mi helado y limpio mis manos con una servilleta.
—El día recién empieza, Atenea.
Nos levantamos de la mesa y salimos de la heladería a un paso muy lento. Mi mente va hacia la vaga conversación que tuve con mis primas sobre que me gusta Raymond y la apuesta que hicieron. Ellas aseguran que a mí me gusta él, pero ninguna de las dos dijo nada sobre Raymond, lo cual es igual de importante.
—Baila conmigo —me pide él mientras pasamos cerca de un hombre que está tocando el saxofón en la acera, con el estuche de su instrumento abierto—. ¿Quieres ser un cliché de San Valentín conmigo?
Sonrió mientras miro a Raymond, creyendo que es una broma de su parte por la pregunta que yo le hice antes sobre los bailes en la acera, pero hay algo en la forma que sus ojos verdes me miran, que entiendo que esto no es una broma.
—¿Estás loco? Estamos en la acera.
Él extiende su mano hacia mí con determinación.
—Tú hablaste sobre bailes en la acera, además, es San Valentín y que más cursi que bailar al ritmo de música en vivo.
—Ni siquiera sé si sabes bailar, que pasa si me pisas los pies.
Él se ríe por lo que acabo de decir y me mira con fingida molestia.
—Para tu información, yo sé bailar, es uno de mis múltiples talentos —mi expresión le dice que no le creo y él me explica como aprendió a bailar—. La señora que nos cuidaba me enseñó a bailar cuando estaba en la secundaria porque la chica que me gustaba estaba en una academia de baile y yo quería invitarla al baile de invierno.
Raymond Larson siempre parece encontrar formas de sorprenderme.
Le dedico una sonrisa antes de tomar su mano, cuando él me acerca hacia su cuerpo, poniendo su mano en mi espalda mientras su otra mano sostiene la mía, el saxofonista nos guiña un ojo y cambia a una música suave que reconozco, es Perfect de Ed Sheeran.
—Nunca le diría que no a esa música.
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Editado: 20.12.2021