La llamada va al buzón de voz, tal y como pensé que sucedería, porque siempre es lo mismo con ella y ya he perdido la esperanza que sea diferente. Entendí que esa es su forma de ser y yo no puedo cambiarla o perder el tiempo intentado encontrar una razón a su forma de actuar.
—Hola, mamá, soy yo Ate. Llamo para decirte que leí tu correo, y voy hablar con Maeve sobre eso, ella es quien se encarga de autentificar las cosas en la casa de subastas sobre el imperio Inca, Maya y en general de las antiguas civilizaciones de América, igual que Miguel, pero mi hermano no quiere hablar contigo, ya sabes cómo es él—no sé exactamente como continuar después de decirle eso porque su correo era más que algo maternal, un correo profesional, para pedir información sobre unas herramientas que encontró en una de las fosas comunes en las que trabajaba—. Cuídate, adiós.
Termino la llamada y guardo mi teléfono.
Hay veces que me gustaría que mi relación con mi madre fuera diferente, tener una verdadera comunicación con ella, saber que pase lo que me pase, yo puedo acudir a ella si tengo un problema o si necesito un consejo. Pero mi madre no es así, no es mala o fría, quizás es algo distante, le gusta mantener la distancia con nosotros, pero ella no es mala. Suele leer mis publicaciones científicas y mandarme algunas anotaciones, a veces me manda artículos que cree que me van a interesar, también me manda un mensaje en navidad y en mi cumpleaños, o cuando se entera que me ha sucedido algo bueno. Yo he aprendido a conformarme con eso y no pedirle más de lo que ella me quiere dar.
—¿Dra. Montenegro? ¿Me está escuchando?
Aparto a mi madre de mis pensamientos y me concentro en Magnus que me mira con una pequeña escultura en sus manos.
—No lo siento, ¿qué me estabas diciendo?
—¿Esta escultura en que sección la pongo?
Yo miro un momento la escultura antes de responder.
—En la sección del faraón Akenatón—le respondo—. El famoso faraón que decretó como único dios al Sol, eliminando a todos los demás dioses de Egipto. Esto sucedió en el periodo de Amarna.
Magnus asiente y gira sobre sus talones para llevar la escultura donde le he indicado. Pronto se va a inaugurar una nueva ala sobre Egipto en el museo y debemos tener todo listo porque aún no tenemos una fecha precisa y no queremos dejar todo para último minuto.
—¿Cómo es tu relación con tu mamá, Magnus? Si la llamas, ¿ella suele contestar tus llamadas?
Veo la confusión en el rostro de mi pasante al escuchar mis preguntas, pero la duda acaba de surgir en mí como muchas otras veces que mantengo esta clase de comunicación con mi madre.
—Mi mamá falleció hace años.
—Vaya, lo siento, Magnus.
Y dado que su mamá está muerta, Magnus por lógica no puede comunicarse con ella, a menos que utilice la ouija y si ese fuera el caso, dudo mucho que él quiera que ella le conteste. Pero como él no puede darme una respuesta a mi duda, la espina de la curiosidad sigue hincando mi costado.
—Creo que, si ella siguiera viva y yo la llamara, ella dejaría de hacer cualquier cosa y contestaria mi llamada. Lo sé, ella diría que es lo que cualquier buena madre haría por sus hijos.
—Eso suena lindo, Magnus.
Después de esa pequeña conversación cada uno regresa a su trabajo, pero yo no dejo de pensar en sus palabras, sobre que eso es lo que una buena madre haría, porque si ese es el caso ¿dónde deja eso a mi madre? Tengo esas preguntas en mi cabeza por culpa de Miguel, él se molestó conmigo porque le dije que le daría una respuesta al correo que ella me envió y Miguel me dijo que no me debo molestar, porque nuestra madre ni siquiera va a responder la llamada, porque es nuestra madre solo de nombre y ya.
Las madres se preocupan por sus hijos, Ate y no los abandonan—me dijo mi hermano anoche—¿Cuándo aceptaras que ella nos abandonó? Ella no se fue, ella nos abandonó, y no importa las veces que te repitas lo contrario, eso no lo vuelve cierto.
Esa es otra discusión que suelo tener con mi hermano, porque él dice que mamá nos abandonó y yo le digo que no es así, ella solo se fue, pero que sigue en contacto con nosotros y eso no cuenta como abandono. Miguel siempre me pregunta porque pienso eso y yo le digo que pienso eso porque es así, pero la verdad es que lo hago porque de lo contrario sería hija de un padre que solo siente decepción y una madre que me abandonó, y no quiero tener que lidiar con ese tema, así que tomo lo que sucedió con mi madre y lo entierro en algún rincón de mi mente. Soy buena haciendo eso: desesterando tesoros y enterrando cosas que no valen la pena.
Me quito las gafas de sol cuando llegamos al restaurante y Miguel hace lo mismo antes de abrir la puerta del lugar para mí.
—Te equivocas, Ate y no pienso seguir discutiendo sobre el tema.
Eso es algo que siempre me frustra de mi hermano, que suele zanjar un tema cuando no va en la dirección que él quiere o sus argumentos empiezan a dejar de tener peso.
—Sabes que detesto cuando haces eso, Miguel.
—¿Hacer qué, hermanita?
—Eres un idiota, ni siquiera sé porque acepté venir a comer contigo.
Él le pide al maître una mesa para dos antes de girarse de nuevo hacia mí con una sonrisa petulante.
—Porque prometí pagar el almuerzo y no le puedes decir que no a la buena comida, y menos si es gratis.
—Diría que me sorprende saber eso de ti, amiga Atenea, pero sueles invitarme café y siempre termino pagando yo.
Giro mi cara para buscar al hombre dueño de esa voz y sonrió casi de forma involuntaria al ver a Raymond de pie detrás de mí parado junto a un hombre casi de su misma edad con cabello y barba negra.
—Exageras, yo pagué el almuerzo de ayer, ¿recuerdas, amigo Raymond? —le digo —Y te dejo pagar el café porque no me gusta.
Miguel mira a Raymond y después enarca una ceja en mi dirección esperando una respuesta, a una pregunta que él no ha formulado. No hay necesidad de presentaciones porque ya se conocen y mi hermano también conoce al amigo que acompaña a Raymond ahora, al cual Raymond me presenta como William o Will, como todos le dicen.
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Editado: 20.12.2021