Hay días donde no quiero o puedo levantarme de la cama, días donde siento el peso del mundo sobre mis delgados y desgastados hombros, y es entonces cuando aquellas inseguridades que me han acompañado desde siempre, se disfrazan de demonios e intentan llegar hasta mi mente para poder controlarme, para dominar cada uno de mis movimientos, y por momentos, lo consiguen. A veces esos demonios ganan, otras veces soy yo la que gana, aunque al final del día no se sienta exactamente como una victoria, porque lo único que siento es que he sido fuerte por demasiado tiempo y ya estoy un poco cansada de eso.
Hay días donde no puedo ver más que oscuridad, porque parece que todas las luces se han apagado.
Intenta no pensar en eso, Atenea —me digo para tranquilizarme—. Intenta sentirte mejor.
Me siento por un largo momento en mi auto tratando de mantener todas las emociones a raya y solo pensar en el día que tengo por delante antes de conducir hasta el laboratorio. Esta lloviznando, es un día gris, lo cual me parece tan cliché para el tipo de situación en la que me encuentro. La lluvia va en aumento conforme pasa el tiempo y el paisaje frente a mí se torna borroso y deforme, yo enciendo los limpiaparabrisas para quitar la lluvia y este la mueve a un lado, pero la lluvia sigue cayendo con fuerza y no hace ninguna diferencia.
Por favor, no le digas nada a papá—le pedí a Miguel—. Déjame ordenar mis pensamientos y yo mismo le preguntaré.
En la última cita que tuve con mi terapeuta me recomendó empezar analizar mis decisiones desde el momento que las tomé hasta el momento que me arrepentí de haberlas tomado, como una manera de reconstruir lo que quiero ser y mi sentido de autoestima. Yo pensé en eso durante mi viaje hacia mi casa, lo pensé por un momento en la noche mientras el sueño abandonaba mi cuerpo o al menos intenté pensar en eso antes de sentir que empezaba a caer hacia un abismo muy oscuro y preferí dejar esos pensamientos a un lado.
Porque si me permito ser honesta conmigo mismo, no sé exactamente quien soy. Sé que no soy la hija que mi padre hubiera querido. Sé que soy la hija que mi madre abandonó. Sé que no soy perfecta y que soy alguien que algunos sienten que puedo ser difícil de amar o entender. Pero sé que no soy solo eso, el problema es que me asusta que más soy, porque tal vez nunca sea lo suficientemente buena y es por ese pensamiento que me esfuerzo tanto en todos los aspectos de mi vida y eso a la larga me tiene tan agotada.
Me duele mucho sentirme de esa manera, el creer que nadie nunca me podrá querer porque jamás seré lo suficientemente buena. Me duele pensar que siempre estaré sola mis sueños de querer una historia cliché, a pesar que ya debería estar acostumbrada a eso, porque así ha sido siempre. Pero más que nada, me duele que sea yo quien haya puesto esos pensamientos en mi mente.
Los traumas que adquirimos en nuestra infancia, nos van acompañar por el resto de nuestra vida. —me explicó mi terapeuta en mi segunda sesión con ella. — Esas heridas emocionales, no se olvidan, pero podemos conseguir que sanen y aprender a vivir con ellas. Es un camino muy largo, pero vale la pena.
—Buenos días, kardia mou. ¿Cómo está la segunda maravilla del mundo?
—Bien. ¿Está listo el laboratorio? Necesito empezar con la evaluación del papiro que estuvimos hablando.
Él me hace una seña para que yo lidere el camino hasta el laboratorio que me han asignado.
Caminamos en silencio, algo que me agrada porque hoy no tengo ganas de hablar o prestar atención a cualquier cosa que no tenga que ver con mi trabajo. Yo solo quiero pensar en mi trabajo, porque es el único terreno seguro que tengo para caminar, lo único estable a lo que me puedo afirmar o aferrarme cuando todo lo demás a mi alrededor empieza a desmoronarse.
—¿Qué sucede, kardia mou?
Giro despacio mi cara hacia Raymond y mis ojos avellana miran atentos sus hermosos ojos verdes. En este momento, odio con la misma intensidad que adoro la forma en que sus ojos me miran, la forma que dice, kardia mou, como si fuera un secreto entre los dos, algo que el resto del mundo no debe saber.
—Nada.
Él no me cree y estoy segura que esta por dejar pasar el tema, pero antes que yo aparte la mirada, sus dedos sostienen mi mentón y me hace mirarlo. Su toque es sutil, un suave roce de sus dedos contra mi piel, casi se siente como un roce fantasma, si es que eso existe.
—De verdad no es nada, solo fue una noche larga. No pude dormir.
Le explico, aunque no necesito darle explicaciones, pero su preocupación por mí parece tan genuina que sería malo de mi parte no responder y tratar de hacer desvanecer esas arrugas en su entrecejo que han surgido ante mi vaga y corta respuesta.
—Es algo, lo sé porque estas muy callada y tranquila esta mañana, cuando tú siempre eres hablantina y llena de energía —me dice Raymond—. Si no quieres decirme está bien, no tienes que hacerlo, pero estoy aquí y somos amigos, te dije antes. ¿Recuerdas? No debes pelear sola tus batallas.
Él prácticamente me pide con la mirada que le cuente lo que me sucede y si fuera cualquier otra cosa, yo lo haría, pero hablar sobre esto no es tan sencillo, al menos no todavía. Todo es muy reciente y hablar sobre eso solo lo volverá más real de lo que ya es y yo no quiero que sea real todavía. Aun quiero saber que tengo la oportunidad que uno de mis padres me ame o que, en el fondo de su corazón, haya algo de amor para mí. No me siento lista para renunciar a eso y entender que él no me quiero porque no es mi padre.
—Te diré, pero hoy no será ese día.
—Cuando estes lista para decirme que pasa por esa cabeza tuya, yo estaré aquí.
Responde, mientras yo paso una mano por mi cabello que he dejado suelto esta mañana, pero a penas entre al laboratorio, lo voy a recoger en una coleta porque es difícil para mí trabajar con mi cabello suelto.
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Editado: 20.12.2021