Una de mis palabras favoritas es EVENTUALEMENTE, porque me hace creer que todo es posible si soy paciente, que, sin importar los obstáculos, aquello que espero que pase, va a suceder. Esa palabra también encierra otras muchas como: esperanza, resiliencia, paciencia. Muchos dicen que es extraño que tenga una palabra favorita, pero para mí es normal tener una, incluso tengo una lista con palabras que no me gustan en absoluto, pero ese no es el punto aquí, la cuestión es que ahora, justo en este instante de mi vida, el significado y el valor de esa palabra es todo a lo que me puedo acoger.
—Déjame invitarte un postre en la mejor pastelería de San Francisco —me dice Andrea mientras pone su brazo alrededor del mío—. Es mi forma de agradecerte por escucharme anoche.
Andrea me llamó anoche porque no podía dormir y necesitaba hablar con alguien. Me contó que se siente asfixiada por el trabajo y por vivir una vida que no quiere. Yo la escuche y dejé que se desahogara.
Pero parece que hoy se siente mejor, porque está sonriendo y de buen humor, insistió en invitarme almorzar.
—Pagaste el almuerzo, yo puedo pagar el postre.
—Nada de eso, ayer te mantuve sin dormir y lo mínimo que puedo hacer es esto.
—No estaba dormida, yo tampoco he podido dormir estos días.
Mientras yo conduzco hacia la pastelería que ella acaba de mencionar, ella me cuenta que ahora está defendiendo un caso pro bono contra la injusticia salarial de una corporación contra sus empleadas. Aquel caso parece haberle dado una razón para despertarse hoy, pero me pregunto, ¿qué sucederá con ella cuando ese caso termine?
—Las mujeres en esas compañías ganan el 12 % menos que los hombres y realizan el mismo trabajo que ellos. Hay cerca de cinco mil mujeres trabajando en esas compañías que ganan el 12% menos que los hombres y le debemos a esas mujeres luchar por su justicia salarial, así que no me arrepiento por tomar este caso, incluso si mi jefe está molesto conmigo por eso.
Cuando llegamos a la pastelería, ella me dice que me prepare para probar los mejores dulces de San Francisco y posiblemente de ese lado del país.
—Solo tiene meses de inauguración, pero son deliciosos.
El lugar es pintoresco y tiene un aire dulzón, cuando entramos suena una campanilla anunciando nuestra llegada y todo es mucho más pintoresco y casi sacado de un cuento. Hay algunas mesas de color blanco y la mujer que está detrás del mostrador es joven, no mucho mayor que yo y tiene una enorme sonrisa amable en su cara.
—Bienvenidas a Coco pie, lugar de los mejores pies de coco y que no te arrepentirás de comer, excepto si eres alérgico al coco, en ese caso no lo comas. ¿Qué deseas hoy, Andrea?
Por la familiaridad con la que ella saluda a mi prima, asumo que Andrea viene seguido aquí y si los postres son tan buenos como su roma, puedo entender la razón.
—Atenea, ella es Astrid, la dueña de este lugar.
—Es un gusto conocerte Astrid, mi prima no ha dejado de alabar tus postres.
—Espero que mis postres estén a la altura de sus cumplidos, aunque no sé exactamente que cumplidos te ha dado, pero son cumplidos y todos son bien recibidos… y ahora dejo de hablar.
Andrea pide un pedazo de torta de nuez y chocolate, y un pie de limón.
—A mi jefe le gusta el pie de limón y estoy segura que este postre hará que este menos enojado conmigo.
—Yo llevaré una porción de tiramisú.
Andrea insiste en pagar y yo la dejo, pero le digo que la próxima vez invito yo.
—¿Crees que debí llevarle algo a Paulina? Está mal desde que terminó con Milo, aunque ella diga lo contrario —me cuenta Andrea cuando salimos de la tienda—. Está saliendo casi todos los días de fiesta, esa es su forma de enfrentarse a un rompimiento, pero yo le dije…
Ella detiene su paso, tanto su actitud, como su expresión cambia de un momento a otro.
Yo sigo su mirada para saber que o quien provocó su cambio de actitud y observo a un hombre alto, de traje caro y actitud dominante que sale de un restaurante y camina hacia un mercedes negro.
—Es un lindo lugar y también muy caro, pero asumo que las hienas para las que trabajan te recompensan muy bien. —le dice Andrea en un tono seco y molesto. —Dime, Jordan. ¿Qué se siente comer, vestir bien y disfrutar a base de las injusticas de otros?
El hombre le dirige una mirada a Andrea, pero no detiene su paso.
—Podría solicitar una orden de alejamiento, esto podría considerarse como acoso, señorita Montenegro.
Escucho a mi prima soltar una risa falsa ante las palabras del hombre de traje.
—Yo no acoso a cobardes que defienden a hombres que pisotean los derechos de las mujeres y nos ven como algo inferior a ellos.
—¿Qué puedo decir? Un hombre tiene que comer.
Dicho eso, el hombre de traje se coloca unas gafas oscuras, entra en su auto y se aleja hacia el tráfico de San Francisco.
—Madre no es la que engendra, madre es la que te voy a dar la próxima vez que te vea —grita Andrea en dirección hacia donde se ha ido Gideon. Varias personas que caminan cerca de nosotras nos quedan mirando, pero por la expresión de mi prima, eso a ella no le importa —. Ese imbécil arrogante es el abogado de las corporaciones contra la cual las mujeres a las que estoy representando pertenecían. Gideon Rhodes encabeza mi lista negra.
Andrea suena muy molesta mientras habla de él.
—¿Puedes creer que es hermano de Astrid?
—¿La de los postres?
—Sí, en realidad conocí el lugar por él.
Ese comentario de su parte levanta mi curiosidad y Andrea se da cuenta de eso.
—¿Cómo sucedió eso? —le pregunto.
—Mira esto va a sonar mal y defensa de mi hermana, no lo es, pero nos hemos enfrentado a muchos casos y en un arranque de coraje cuando me ganó por una laguna en nuestra constitución, me enfadé y le dije a Paulina, ella se enfadó conmigo y lo siguió para hablar con él, le dijo algo, no se exactamente que, pero cuando regresó no lo hizo sola, hurtó una bolsa que él había dejado. Resulta que esa bolsa solo tenía un postre, una tarta de chocolate y nuez, y decía que era de este lugar. Así fue como conocimos Coco pie.
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Editado: 20.12.2021