Es Raymond quien se aleja primero y la mirada que me da antes de agachar la cabeza y cubrir su cara con sus manos, me dice que lo que sea que él va a decir o hacer a continuación, no será de mi agrado.
—Esto no está bien, no podemos hacer esto. Yo…
Yo lo interrumpo.
—Tú me besaste.
Lo hizo, él me encontró en mitad del camino y respondió al beso con el mismo fervor que yo, no es algo que imaginé, eso pasó. Nos besamos, su beso tenía sabor a helado de vainilla y a pesar que nunca he sido fanática de dicho sabor, mientras lo besaba pensé que podría volverse mi sabor de helado favorito, porque sabía muy bien en sus labios. Pero ahora, tan solo unos minutos después, el sabor se vuelve amargo en mis labios y sé que se debe a lo que él acaba de decir.
Es interesante lo rápido que un dulce recuerdo se trasforma en uno amargo.
—Lo sé, lo sé, pero esto no tenía que suceder.
Por supuesto que no debía pasar, ¿no cree él que yo también he estado evitando que esto suceda? Lo hice, lo intenté.
¿Debería besarte ahora, kardia mou? —me preguntó.
No, debí decir que no. Fui estúpida al acercarme a él con la intención de besarlo, porque Raymond ya me ha dejado claras sus intenciones y sus reglas. Lo hizo esa noche cuando hablábamos y la mañana después de la fiesta de fin de año, cuando creíamos que habíamos tenido sexo, aunque ni siquiera nos llegamos a besar. Él siempre ha sido claro con sus intenciones, diciéndome de frente y sin rodeos que sigue enamorado de su prometida muerta, entonces ¿por qué yo decidí ignorar sus advertencias y permitirme tener sentimientos por él? Es como si yo hiciera este tipo de cosas a propósito. ¿Esto me puede hacer sufrir? Sí, entonces vamos ahí. Me siento como la definición de locura, camino hacer lo mismo que me lastimó la última vez, esperando ahora obtener resultados diferentes, aunque en el fondo yo sé que los resultados serán los mismos.
Lo único que uno obtiene cuando se enamora de alguien que está enamorado de otra persona, es un corazón roto y es lo que yo voy a obtener si sigo por ese camino.
—Escucha, Nea, no eres tú…
—Soy yo, si ya me conozco el discurso, Raymond, puedes ahorrártelo. Mira, estamos bien, seguimos siendo amigos. Finjamos que nada pasó, que este beso nunca sucedió y sigamos como hasta ahora. ¿Te parece bien eso? Porque a mí me parece perfecto.
¿Qué más se supone que debo decir ahora? No tengo otra opción que intentar mantener mi dignidad y obligarme a seguir adelante como si nada hubiera pasado porque eso es lo mejor ahora, no quiero tener que lidiar con Raymond, sus reglas y su amor por su difunta prometida. Es por eso que lucho contra esta sensación desagradable que crece en mi pecho, porque a pesar del disgusto que siento por la forma en que se ha empañado el día, tengo que reconocer que tengo parte de la culpa de esta situación y debo hacerme responsable de eso.
—Lo siento mucho, Atenea, no quería que las cosas se confundieran entre nosotros. Quiero ser tu amigo, me gusta serlo, pero no podemos ser más que eso.
Yo guardo las manos en los bolsillos de mi chaqueta y miro sobre su hombro porque no quiero enfrentarme a su mirada, a la pena que sus ojos proyectan.
—Lo sé, Raymond y está bien, lo entiendo. Amigos, seamos amigos.
Escondo detrás de una falsa sonrisa mi molestia y la extraña sensación que siento al decir esas palabras. Es raro porque antes del beso, o al menos eso creo, no había imaginado que Raymond y yo podríamos ser algo más que amigos, porque esa es la única forma en la que lo he visto o quizás todo este tiempo solo me he estado mintiendo y engañando, ocultando lo que realmente siento.
—Amigos —repito, aun con la mirada en cualquier parte menos en él—, solo amigos.
Siento que se acerca un poco a mí, pone una mano en mi mejilla y se inclina hacia mí para besar mi frente antes de alejarse.
—Lo siento, Atenea.
Dice antes de darse la media vuelta e irse.
Yo me quedo con las manos en mis bolsillos mirando como él se aleja, como su figura se mezcla con los demás antes de desaparecer por completo, e incluso después que Raymond sea alejado, yo me quedo en el lugar donde estoy.
Cuando llego a mi apartamento, veo a mi hermano sentado junto a la puerta, esperando por mí.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Miguel levanta la mirada al escucharme y se levanta del piso para venir a saludarme.
—Esperando por ti, eso es obvio.
Abro la puerta de mi apartamento y me quito el abrigo, veo sobre mi hombro como Miguel hace lo mismo después de cerrar la puerta.
—Me has estado evitando y a papá.
—Miguel, no quiero hablar de eso.
Miguel se dirige a la esquina de mi apartamento, a la pequeña licorera y toma botella con wiski, lo veo servirse un trago y regresar con el vaso a donde yo estoy.
—Evitar los problemas no los hacen desaparecer.
—Lo sé, Miguel y no necesito que me psicoanalices para eso.
—¿Por qué huyes de nuestro padre?
Le quito el vaso de la mano y bebo su contenido antes de devolvérselo. Él me mira fingiendo estar molesto conmigo y regresa para servirse otro trago, esta vez, se lo bebe antes de regresar hasta donde yo estoy.
—Porque no estoy de humor para que me digan que no soy suficiente y que ahora sé la razón de eso. Además, estoy haciendo algo de tiempo para saber cómo puedo mantener la herencia.
Miguel sonríe un poco hacia lo último que digo.
—Papá te quiere, tiene su extraña forma de demostrarlo, pero lo hace. Eres importante para él, está muy orgulloso de ti.
—¿De verdad crees eso? Porque él nunca me ha dicho tal cosa.
Ni con palabras ni con acciones, pero ahora que sé que él no es mi padre, no es algo que le pueda reprochar, ¿qué obligación tiene él de estar orgulloso de mí? ¿Por qué debería quererme?
—Miguel hablaré con él, lo digo en serio, pero no ahora.
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Editado: 20.12.2021