Recuerdo que en una clase de la universidad hablaron sobre la disonancia cognitiva, que consiste en la lucha mental por tener dos ideas o deseos que se encuentran en conflicto al mismo tiempo, es decir, la lucha que mantiene nuestra mente, cuando nuestros actos no están en sincronía con nuestros pensamientos.
No hacemos lo que pensamos y es ahí cuando se da la disonancia cognitiva, justo como me está sucediendo ahora, donde mi mente me grita que me aleje y mi cuerpo se acerca a él, como imanes que se atraen inevitablemente.
—¿Estas enamorada de mí, Atenea?
No puedo evitar soltar una pequeña risa ante su tono de incredulidad.
—¿No es obvio? Sí, estoy enamorada de ti, Raymond.
No me gusta la forma débil con la que mi voz sale de mis labios, porque incluso con lo baja que suena, se puede escuchar el temblor en ella por miedo a la respuesta que va a venir. Porque, aunque mentalmente llevo tiempo preparándome para su rechazo, estar aquí así ahora, es difícil y duro de manejar.
—Atenea, no sé qué decir… ¿podemos volver a como estábamos antes? Porque realmente no quiero perderte como amiga o lastimar tus sentimientos.
—No es una respuesta lo suficientemente buena, Raymond —le digo y retrocedo un par de pasos, tratando de alejarme lo más que puedo de él.
—¿Qué quieres que diga? ¿Qué se supone que debo decir? —me pregunta él y hay un leve rastro de frustración en su voz—¿Qué también estoy enamorado de ti?
—¿Estas enamorado de mí?
No entiendo porque hago la pregunta, porque yo ya conozco la respuesta.
—No, lo siento, pero no.
Sus ojos están fijos en los míos cuando me responde.
—Ves, es por eso que no podemos regresar a como estábamos antes, porque yo estoy enamorada de ti y tú no sientes lo mismo por mí.
—No hagas eso, no me hagas ver como el malo aquí, yo no soy el villano de esta historia, yo fui claro desde el principio, Atenea. Siempre dejé en claro cuáles eran mis intenciones y sentimientos, yo lamento lastimarte, pero eso depende ti.
La sensación de derrota y dolor me invade con fuerza y requiero de mucha fortaleza de mi parte, para no quebrarme de dolor al pensar que nunca soy la que eligen, que siempre soy la segunda opción, es decir, la perdedora. Tomo aire y el nudo de mi garganta me inca con fuerza e incluso aunque trago un par de veces, no logro deshacerme de aquel irritante nudo o del dolor en mi pecho que se extiende por el resto de mi cuerpo.
Raymond tiene razón, él no me hizo esto, yo mismo me lo provoqué.
—No puedo hacer esto, Atenea, no puedo darte lo que quieres… al menos no ahora.
—¿No puedes o no quieres?
No le sostengo la mirada por más tiempo, porque no sé por cuanto tiempo más voy a seguir conteniendo las lágrimas si lo sigo mirando a los ojos.
—Por favor, detente, no hagamos esto ahora, no se supone que esta noche terminara de esta manera. Es tu noche, deberíamos estar celebrando.
Al principio intento darle una respuesta, pero solo salen balbuceos roncos y palabras que ni yo logro entender, entonces cierro los labios y tomo varias respiraciones antes de volver hablar y decir solo una palabra.
—Cobarde.
Aquella palabra sale de mis labios raspando cada parte de mi garganta, que se siente áspera, como un viejo papel de lija que ha sido olvidado en alguna parte. Y levanto mi mirada hacia él, porque quiero mirar su reacción ante mis palabras y lo que va a responder.
—Atenea, sabes que, si yo pudiera volver a entregar mi corazón, si yo pudiera volver a enamorarme, lo haría de ti.
Él da unos rápidos pasos hacia mí, y pone sus manos en mis mejillas, sosteniendo mi rostro y la expresión de su cara me hace muy difícil seguir manteniendo a raya mis lágrimas, y unas cuantas lagrimas traicioneras caen despacio por mis mejillas provocando un leve ardor en mis ojos.
—Quiero poder enamorarme de ti, Atenea.
Él se inclina hacia mí y sus labios presionan con suavidad mi frente, y yo me encuentro cerrando los ojos mientras sus labios besan mi sien, como si él se estuviera despidiendo. Una triste y dolorosa despedida.
Y me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué él no me puede amar a mí? ¿Por qué tiene que amarla a ella?
—Eso no es suficiente para mí, Raymond
Aparto sus manos y me alejo de él al mismo tiempo que mis ojos dejan de mirar los suyos.
—Será mejor que te vayas a tu casa, de todas formas, ya no hay nada aquí para ti.
Abro la puerta y espero a que él se vaya, pero Raymond no se mueve.
—No, no podemos dejar las cosas así, esto no puede ser todo entre nosotros.
—¿Nosotros? Te equivocas, no hay un nosotros, nunca lo hubo, y ni siquiera debería sentir que te estoy perdiendo porque nunca te he tenido, porque tuve tu cuerpo y tú atención, pero ¿tu amor? Eso jamás lo tuve y no voy a seguir perdiendo mi tiempo contigo.
—No, esto no puede ser todo, nosotros…
¿Qué parte que no hay un nosotros él no entiende?
—Vete, por favor, vete.
Hay algo en la forma que suenan mis palabras, que lo hacen moverse hasta la puerta, pero veo de reojo como duda antes de salir.
—No me iré, estaré aquí afuera esperando a que quieras hablar conmigo. Esperaré aquí el tiempo que sea necesario. Estaré justo aquí, detrás de la puerta esperando por ti.
Cuando la puerta se cierra, recuesto mi cuerpo contra ella y poco a poco me deslizo hasta el suelo, donde me permito llorar un poco por todo lo que acaba de pasar. Me permito llorar por el dolor de tener de nuevo mi corazón roto, por ser tan estúpida y enamorar de mi amigo, una persona que me dejó muy claro desde el principio cuales eran sus intenciones. Lloro por todo lo que siento y por la nada que somos, por lo que pudimos ser y por lo que nunca seremos.
Me atreví a encender la llama, y aquella, aparentemente, inofensiva llama, termino consumiéndome por completo y no dejó nada que se pueda rescatar.
#3404 en Novela romántica
#1050 en Chick lit
cliche romantico, amistad amistad rota amor humor amoroso, amor desamor drama
Editado: 20.12.2021