La fiesta acabó demasiado rápido para mi gusto. Aunque realmente lo que yo quería no era estar en la fiesta, si no, estar cerca de ella.
Al final Daniel no me preguntó nada más. Se hizo el que no entendió nada y me dejó resolver mis conflictos mentales solo. Pésima decisión.
No pude volver a acercarme a Amalia en el resto de la noche. Janet y su pareja, que después supe que se llamaba Richard, estuvieron con ella todo el rato, y cuando se iba al baño, casualmente, el hombre se sentaba a conversar conmigo sobre futbol.
La mañana llegó y todo el mundo estaba borracho, dormido o vomitando.
Mis padres se habían ido antes que yo porque mi mamá estaba cansada, así que estaba varado a merced de Daniel.
Ya muchos de los invitados se habían ido, de los quinientos que eran originalmente, solo quedaban uso sesenta.
Finalmente, Janet dejó sola a Amalia y aproveché la oportunidad para intentar hablarle de nuevo.
—¿Estás ocupada? —le pregunté sarcástico.
Ella volteó a mirarme y no pudo contener la sonrisa que se había estado aguantando desde que me había visto a la distancia.
—Depende, ¿vas a devolverme mi…eso?
—¿Por qué no lo dices? Evitar la palabra no lo hace menos real. —A pesar de que no estaba borracho al nivel de desmayarme, mi filtro estaba notablemente apagado por culpa del alcohol.
—Puedes quedártela, no voy a buscarla —soltó un resoplido y me volteó la cara.
Algunos invitados pasaron frente a nosotros y; como si lo que estuviéramos haciendo fuera malo; me alejé instintivamente de ella.
—Yo sé que si vendrás. Tú sabes dónde buscarme.
Luego de decirlo me sentí estúpido. Tenía veintitrés años, y, aun así, todavía me quedaba en la casa de mis padres. ¡Qué vergüenza!
Lo primero que haría al volver sería alquilarme un departamento mientras durara mi estadía en Atlanta.
Janet volvía caminando en zigzag y no pude evitar soltar una risita. Me puse de pie y me alejé de ella, no sin antes guiñarle un ojo de complicidad. Amalia volteó sus ojos hasta ponerlos en blanco, pero no me importaba. Sabía que su indiferencia hacía mí, era porque todavía le pasaban cosas conmigo, y eso ya no lo podía negar.
Pasadas unas horas, Amalia ya se había ido y los novios también.
Habían esperado hasta que saliera el sol para hacer una hermosa ceremonia de despedida rumbo a su luna de miel, en las islas griegas.
Para la media mañana solo quedábamos los cinco conocidos y un par de familiares de Ian.
Diego se fue con Erika, Janet se había ido junto con Amalia y Richard; y, finalmente, Daniel ya estaba listo en el auto para llevarme de vuelta a mi casa.
El trayecto lo pasé casi todo el tiempo dormido, Daniel me despertó cuando ya habíamos entrado a la ciudad.
—¿Me vas a contar lo que pasó entre ustedes? —dijo de pronto.
La velocidad y el viento me habían hecho sentir un poco mareado.
—Pensé que no me lo preguntarías.
—Sabes que mi alma de vieja chismosa es más fuerte ¡ja, ja, ja! —soltó una carcajada que resonó fuerte en mis oídos, me reí con él, pero la cabeza comenzaba a darme vueltas.
—No pasó nada —negué.
—¿Crees que no me di cuenta que ambos desaparecieron al mismo tiempo? De hecho, todos se dieron cuenta.
—¿Y eso qué? Es solo una coincidencia. —No estaba seguro de si debía contárselo. Es decir, por un lado, sabía que él podía aconsejarme, pero por otro, también sabía lo que me iba a decir.
—Sabes que ella se irá de nuevo, ¿verdad?
—Sí, lo sé.
¿Por qué le gustaba ser aguafiestas? ¿No podía dejarme disfrutar un poco más de la sensación de sus besos y mi piel desnuda junto a la de ella? Era demasiado pronto para obligarme a olvidar.
—Janet me contó que le va muy bien en Inglaterra, que tiene un proyecto en España y todo, ¡es increíble!
—Ella me lo dijo —susurré algo resignado. Sabía que ella no iba a abandonar esos proyectos y maestrías solo por mí. No lo hizo hace cinco años, no lo haría ahora.
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Editado: 03.11.2019