Necesitaba alejarme de ella, necesitaba huir. Entré al primer establecimiento que vi disponible, una cafetería de esas donde no solo servían café.
Ni siquiera tomé asiento porque lo más probable era que ella me siguiera, así que me metí al único lugar donde no podía seguirme: el baño de hombres.
Dos tipos estaban en el lugar haciendo sus necesidades. Realmente lo que yo deseaba era estar solo, así que me metí al primer cubículo que vi abierto y lo cerré.
Las emociones intensas me estaban abrumando. Un nudo en la garganta amenazaba con dejarme sin respiración, pero lo tragué y obligué a que se fuera. Me prometí que no lloraría y no lo haría.
Cuando escuché que los dos hombres se habían ido salí del cubículo. La luz blanca luminiscente me hacía ver demacrado, o tal vez si lo estaba.
Apoyé ambas manos en el lavadero, e intenté con todas mis fuerzas ahogar las lágrimas que querían salir. Lavé mi cara con agua y volví a observarme en el espejo.
Yo era Lucas Hall, mariscal de campo de los Golden Bears, próximo a jugar para un equipo de la NFL, podía tener a quien quisiera; y, aun así, estaba a punto de echarme a morir por un viejo amor de secundaria.
La puerta del baño se abrió y me compuse enseguida porque pensé que sería otro hombre con vejiga pequeña que se moría por orinar.
Me sorprendí bastante cuando, en lugar de pantalones y zapatos, unos tacones y piernas descubiertas hasta las rodillas me recibieron.
Esa mujer estaba loca. No. Quería volverme loco a mí, ¿cómo se le ocurría meterse así al baño de hombres?
Cerró la puerta tras de sí con seguro.
—¿Qué estás haciendo Amalia? No deberías estar aquí.
—Lo sé. —Su voz parecía suplicante, como si realmente le importara verme mal.
—¿Qué es lo que quieres? —No quería ser cortante, no quería tratarla mal, pero mis palabras y lo que pensaba no se estaban conectando.
—No puedo dejar que te vayas sin aclarar las cosas. Yo te pedí que no lo hicieras, y no me hiciste caso.
—Tienes razón, es mi culpa por ser un idiota que todavía está ena… —Por poco lo admito, pero no iba a hacerlo. No iba a darle el gusto de que volviera a romperme el corazón, o bueno, en realidad no quería que lo supiera.
—Lucas, sabes que debo volver a…
—Sí, sí, a Inglaterra —completé pedante.
—Lo de anoche… eso no debió pasar. Yo no lo planeé, pero pasó…y ahora…
—Nada —la interrumpí—, ahora nada. Tú te irás. De nuevo. Sabíamos que era un error, así que déjalo así y ya.
—¿Y si no quiero dejarlo así?
Su pregunta hizo clic por una milésima de segundo en mi corazón. Levanté la mirada bruscamente y me acerqué a ella, quizá demasiado rápido, pues por un momento sentí un destello de miedo en su mirada.
La acorralé contra el muro del baño, su embriagante aroma me hacía perder el control.
—¿Qué quieres de mí, mujer? —Apoyé la mano cerrada en un puño contra el borde del muro.
Amalia seguía siendo tan bajita; la diferencia de tamaño que le llevaba me permitía apoyar la frente contra su cabeza.
—Perdóname —susurró. Me alejé unos centímetros para ver su rostro. Levanté su mentón, tenía los ojos cerrados y una lágrima se derramaba por su mejilla.
—¿Por qué? —su boca y la mía estaban tan cerca que nuestro aliento se mezclaba.
—Porque no debería estar haciendo esto.
Amalia me tomó del cuello y me besó. Sus labios salados me hacían sentir un éxtasis total. Apegué mi cuerpo al de ella y aferré mis manos a sus caderas mientras la empujaba contra mi pelvis.
No pasó demasiado tiempo para que ese beso se convirtiera en otra cosa. Y otra vez, como un idiota, yo estaba cayendo en la trampa.
El beso se hizo prolongado y agitado, respirábamos agitados como si nuestros labios fueran el oxígeno que necesitábamos para respirar.
Me obligué a separarme de ella, aunque no quería. No podía permitir que lo de anoche volviera a pasar.
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Editado: 03.11.2019