—Lucas, mírame, mírame a los ojos —pidió. Era definitivo, ella sabía cómo controlarme, todavía me tenía a sus pies y yo seguía cayendo una y otra vez como imbécil. Obligué a mi cabeza a voltear a verla.
Sus ojos estaban empañados, parecía que iba a llorar.
Sin darnos cuenta, estábamos demasiado cerca el uno del otro, podía sentir su aliento en mi cara y viceversa.
—¡Chicos! ¡Ahí están! —exclamó Brian desde lejos. Nos alejamos en un instante. Amalia se enjugó las lágrimas que estaban por brotar y cambió de inmediato la cara por una falsa sonrisa.
Me puse de pie y avancé hacia él sin esperarla.
—¡Brian! ¿Cómo estás? —Quería ser cortes y al mismo tiempo disimular lo que había pasado hacía un rato, ¿será que se habrá dado cuenta?
—¡Muy bien! ¿Empezamos el tour de una vez? —preguntó—, Hola cariño —saludó a Amalia en cuanto se reunió con nosotros. Iba a darle un beso en los labios pero ella estratégicamente los apartó del camino, y él terminó besando su mejilla.
—Vamos —pidió ella.
Brian la guio hasta el asiento del copiloto y a mí me abrió la puerta de atrás del auto. Era un original mini, y este le hacía bastante alusión a su nombre porque era extremadamente pequeño para mí.
Me sentí como esos payasos de feria que se agrupan en un pequeño coche y luego salen a por montones. Por supuesto, la pulga y él cabían perfectamente.
—Que simpático auto —comenté.
—Es herencia de mi padre —dijo él—, a todo el mundo le gusta, pero no todos caben en él. —Se encogió de hombros y soltó una risita baja.
Sabía que se estaba burlando de mí; era justo, yo también me había burlado de él, solo que tres mil veces peor.
Arrancó el auto de una vez y empezó a avanzar por el puente hasta el otro lado. No sabía a dónde me iban a llevar, estaba nervioso y un poco irritado, por mucho que quería intentar estar normal y no golpear a Brian.
El flacucho ese ni siquiera tenía la culpa, de hecho, parecía un buen tipo, y se notaba que la quería de verdad, lo cual me hacía hervir todavía más la sangre.
Le tomó la mano a Amalia mientras conducía, ella parecía bastante incómoda, de vez en cuando me miraba por el retrovisor y yo evadía sus ojos marrones.
—¿Cuánto tiempo te quedarás, Lucas? —me preguntó el chico.
—No mucho, lo más probable es que regrese pronto —acerté a decir.
—Tal vez sea lo mejor —agregó Amalia.
¿Realmente quería que me fuera? Me daba señales demasiado confusas, primero me dice que me ama, luego insinúa que me vaya, pero cuando está a solas conmigo puedo sentir la tensión entre los dos. Simplemente no sé que es lo que quiere de mí.
—¿Por qué dices eso cariño? A mí me encanta conocer a alguien que admiro demasiado, no es que planeara viajar a California, tenerlo aquí es una enorme coincidencia.
¿Este tipo no se calla nunca?
Su rara adoración hacia mí empezaba a parecerme un poco perturbadora.
—Tal vez la estoy incomodando con mi presencia, probablemente tenía cosas que hacer y yo aparezco aquí de entrometido.
—¡Tonterías! No teníamos nada que hacer —exclamó.
—Claro, “tal vez”, siempre es un “tal vez”, porque nunca estás seguro de nada —dijo desafiante Amalia.
Una leve sonrisa se formó en mi rostro, porque había entendido por completo esa indirecta. Brian enarcó una ceja y la miró confundido porque no sabía de qué estaba hablando.
—Yo si estoy seguro, completamente seguro de que los estoy importunando —volví a decir.
A lo lejos, la enorme rueda de la fortuna, que se llamaba “el ojo de Londres”, se alzaba ante nosotros. No parecíamos estar muy lejos.
—¿Pasa algo aquí que yo deba saber? —preguntó Brian. Ya decía yo que se estaba tardando mucho en reaccionar.
—No cariño, para nada. Es que Lucas era un completo imbécil en la secundaria —ironizó Amalia.
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Editado: 03.11.2019