Mi propuesta la tomó por total sorpresa. Se quedó observándome lo que sentí era una eternidad, después de un tiempo que me pareció demasiado largo, una enorme sonrisa se formó en su rostro, y aunque me daba la impresión de que quería decir algo, simplemente las palabras no salían de su boca, sin embargo, asentía de arriba abajo con bastante euforia.
—Si. ¡Sí! ¡Por supuesto que sí! —dijo al fin con un timbre de voz que me dejó saber que la idea le emocionaba demasiado. —¡Por Dios! Jamás pensé que me pedirías esto, quiero decir, lo deseaba, pero no lo esperaba, ¿por eso estabas tan nervioso?
Estaba seguro de que mis mejillas se habían sonrojado.
—¿De verdad lo deseas? —Una sonrisa también se había formado en mi rostro. De pronto una felicidad que había sentido muy pocas veces en mi vida, me inundaba el pecho.
—Claro que sí. Estoy aquí por ti, te amo.
Nuestras miradas estaban fijas sobre el otro, hasta que el mesero nos interrumpió para traer la comida.
—¡Dios! Tenía tanto miedo de lo que fueras a responder. —Abrí los ojos como platos al darme cuenta que ella realmente había dicho que sí, y yo aún no tenía una casa a donde mudarnos.
—¿Por qué? —preguntó entre risas—, es un poco tonto creer que diría que no.
—Pero, pulga, hay un detalle, todavía no tengo apartamento propio.
—Conseguiremos algo juntos, no creo que sea tan difícil. —Se encogió de hombros y empezó a devorar el platillo que tenía en frente.
Había olvidado lo mucho que a esta mujer le gustaba comer, lo cual era difícil de creer dada su condición física.
Me ponía nervioso empezar esta nueva vida con ella. Creía conocerla lo suficiente, no obstante, durante toda mi vida me habían llenado la cabeza con historias tales como: “cuando vives junto a alguien empiezas a notar sus defectos”, “no te va a gustar los hábitos que tenga”, “se va a acabar la luna de miel y va a empezar la monotonía”, y un sinfín más; que realmente me habían traumado mucho, sobre eso de “volverse serio”.
Rogaba al cielo que solo fueran puras patrañas, además estaba completamente seguro de que amaría todos sus defectos, incluso más que sus virtudes, pues, eso es lo que hacía a Amalia, ser ella.
—Siento que cada día me enamoro más de ti —solté de pronto.
Ella volteó a mirarme y volvió a sonreír.
—¿Por qué?
—Eres perfecta.
—¡Ja, ja, ja! No lo creo. Es más, me estás haciendo considerar la idea de vivir juntos, porque estoy segura que después de una semana viviendo conmigo, vas a empezar a verme diferente.
—¿Quieres apostar? —pregunté con malicia.
—¿Eso es un reto acaso? ¿Cómo en la secundaria? Porque si mal no recuerdo tú terminaste perdiendo.
Enarqué una ceja en señal de incredulidad. —¿Disculpa? No, no, no. El último en hacerte una broma fui yo.
—No es cierto…fui yo cuando… —Se quedó callada intentando recordar aquel momento, pero yo no lo olvidaba tan fácil, porque la ultima vez que ella intentó hacerme una broma, yo había terminado golpeado, en el hospital y con una dislocación de hombros, que hasta hoy, todavía me había dejado un par de secuelas.
—¿Ya te acordaste?
—Sí. —dijo de mala gana. Amalia odiaba perder, y eso no lo había perdido en todo este tiempo.
—Pero tienes razón, el que terminó mal, fui yo —respondí encogiéndome de hombros.
—No me lo recuerdes, me hace sentir terrible.
—¿Por qué? No fue tu culpa.
—Bueno no, pero esa lesión fue por defenderme, además yo si había entrado para hacerte una broma.
—Eso ya lo sabía, y pasó hace mucho tiempo, no hay por qué sentirse culpable —le tomé la mano y ella la entrelazó a la mía con ternura.
—Sí, pero hay algo que no sabes, creo que nunca te lo dije.
Me quedé mirándola expectante, esperando a que continuara.
»Yo fui a visitarte al hospital después de eso.
—En realidad si lo sabía, Daniel te vio ahí ese día, y tu padre también fue a visitarme. —Recordar a su padre, automáticamente me hizo querer saber de él.
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Editado: 03.11.2019