—Estás muy extraño, ¿todo está bien? —me preguntó Amalia.
Esa mujer tenía un jodido sentido de la percepción muy bueno. Sabía que le estaba ocultando algo, y mi ansiedad no me dejaba actuar con demasiada normalidad.
—Sí, todo está bien —dije despreocupado.
Faltaban exactamente veinticuatro horas para navidad. Y no podía dormir a causa de mis pensamientos sobre el matrimonio. ¿Querría ella casarse conmigo?
Necesitaba conversarlo con alguien antes de arrojarme a hacer algo de manera impulsiva, aunque quizá era eso lo que necesitaba. No pensarlo demasiado y solo hacerlo.
Dormimos abrazados esa noche, y por fin pude entregarme a Morfeo.
Al día siguiente Amalia no trabajaría, así que ella se quedaría a preparar la cena, —que pensaba que era para dos—. Ya yo me había encargado de tener preparada la comida extra sin que lo supiera, Daniel me había ayudado con eso.
Llegué al entrenamiento más temprano de lo habitual porque tenerla cerca me hacía poner nervioso. ¿De verdad estaba pensando pedirle matrimonio a Amalia esta noche?
La única persona que podía detenerme en esa locura era Daniel, así que tenía que contarle lo que mi loca cabeza estaba maquinando antes de que fuera demasiado tarde.
—¿Con quién pasaras la nochebuena? —le pregunté de forma casual.
—Pues te vas a sorprender, pero lo pasaré con una chica, así que no uses tu lastima de ultimo minuto para invitarme —respondió. Cualquier otra persona habría creído que estaba ofendido, pero la verdad es que ese era el nivel de sarcasmo habitual en él.
—¿No quisieras traer a tu chica a mi departamento? —insistí.
—¿Qué? No. Pensé que cenarías con tu suegrita y tus cuñados. —Se echó a reír al finalizar la frase, y aunque quería reírme, los nervios no me dejaban.
—He estado pensando en proponerle matrimonio a Amalia —solté de repente.
Daniel abrió los ojos como platos y casi se ahoga con el agua que estaba tomando. Tosió un poco antes de responder.
—¿De verdad?
—La idea ha estado rondando mi cabeza, y cuando lo pienso realmente quiero estar con ella toda mi vida.
Lo miré esperando la carcajada, pero eso no sucedía.
—¡Qué bien! Me parece genial la verdad, había apostado conmigo mismo a que esperarías un poco más, pero sabía que un día me dirías esto.
Su respuesta me dejó en completo shock. Yo esperaba que Daniel, el eterno casanova, el despreocupado, el “nunca te comprometas”, iba a disuadirme de hacerlo.
—¿Qué? ¿Quién eres y dónde está mi amigo Daniel?
—Te lo digo en serio. Sé que siempre te fastidio con lo de que seas libre, pero no soy ciego Lucas, sé que la amas, ya viven juntos, casarse es lo más lógico, estoy seguro que ella te dirá que sí.
—Esperaba que me dijeras que era una locura.
—Pues siempre es una locura, ¿acaso el amor no lo es?
—Ok, ¿quién es esa chica con la que estás saliendo? Te está poniendo raro.
Ambos soltamos una carcajada antes de continuar.
—¿Cuándo piensas pedírselo? —preguntó.
—Pues en realidad pensaba hacerlo en la cena de esta noche.
—¿Ya compraste el anillo? Esta noche… no lo sé, ¿no crees que es muy apresurado? —preguntó rascándose la cabeza.
—¿Ves? Ahora me dices que es apresurado —dije ofuscado.
—No, la idea me parece genial, pero ¿acaso tienes ya todo planeado?
Me sentía un poco estúpido. No había pensado en nada de eso, solo quería pedirle matrimonio esta noche porque quería aprovechar el hecho de que estuviera su familia allí. Quería hacer las cosas bien, aunque fuera un poco anticuado, al menos quería tener la aprobación de su hermano mayor y de su madre.
—No puede ser esta noche, ¿cierto? —dije desanimado.
—En realidad sí. Las tiendas no cierran sino hasta las nueve. A penas salgamos de aquí puedo acompañarte a buscar el anillo, siempre y cuando te sepas la medida.
Por supuesto que me la sabía.
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Editado: 03.11.2019