AMALIA
Ver a mi madre y a mis hermanos juntos era como un sueño, uno de esos que parecía haber acabado hacía muchos años, pues iba a cumplir casi una década sin ver a Cris, y de Harold ni hablar. Había crecido tanto que ya casi no lo reconocía.
Aquellas facciones de niño que alguna vez tuvo ya se habían perdido casi por completo, dando paso a un pequeño hombre del que me sentía muy orgullosa.
Cris era otra historia, tan rubio como yo, parecíamos mellizos en lugar de hermano mayor y hermana menor; adoraba que seguía conservando aquella sonrisa jovial que lo caracterizaba, y al mismo tiempo; parecía haber heredado la firmeza de papá; aunque estaba segura de que no le gustaría que le dijera eso.
Podía ver en los ojos de mamá un brillo especial que solo había vuelto cuando conoció a Jona; el cual, dicho sea de paso, no pudo asistir a la reunión, pero eso era lo de menos; a mí solo me importaba tenerlos a ellos y a Lucas.
Parecía estar muy nervioso y no comprendí por qué hasta que abrió la puerta y mi familia apareció de pronto, sin embargo, todavía podía notar cierto atisbo de nerviosismo en sus facciones, aún cuando ya teníamos bastante rato en la mesa.
Imaginé que era por el hecho de que Cris lo intimidaba mucho.
No podía comprender como la noche había pasado de ser maravillosa, a una terrible pesadilla. En cuanto Harold mencionó a papá, simplemente todo se fue lentamente por la borda; la gota que rebosó el vaso fue cuando mi lindo pero irritante hermano menor dijo que le había avisado a nuestro padre que estábamos aquí.
Ni siquiera nos dio tiempo de unos segundos de suspenso, pues la puerta sonó casi al mismo tiempo que las palabras.
Solo rogaba que fuera un error, que la persona que estaba tras la puerta fuese un repartidor, un extraño, ¡por Dios! Hasta que fuera Brian, pero no mi padre, cualquiera, menos él.
—¿Vas a abrir? —volvió a preguntar Harold, pues todos estábamos completamente inmóviles en la mesa.
El corazón retumbaba tan fuerte en mi pecho que podía escuchar los latidos en mis oídos, y pensé que me marearía al levantarme. Volteé a mirar a Lucas, quien tenía reflejado el shock en los ojos, me miró confundido; él tampoco sabía nada sobre esta nueva visita sorpresa.
Mi madre estaba realmente incómoda, la mirada que le dirigió a Harold no debería ser la que una madre le da a su hijo, pero no negaba que se la merecía.
Había sido un completo idiota. De pronto la distancia de la mesa a la puerta se me hizo increíblemente larga, ni siquiera tuve el valor de mirar a Cris, pues lo más probable es que estuviera echando chispas por los ojos; si mi padre y él se volvían a ver, se desataría la tercera guerra mundial.
Los golpes se volvieron incesantes y desesperados, cuando finalmente abrí la puerta, todas mis esperanzas se fueron abajo, pues Harold no mentía.
El hombre estaba justo ahí de pie frente a mí, un hombre que se parecía a mi padre, pero que definitivamente no lo era más.
Estaba muy borracho, y eso no solo lo deduje por su peste, o la botella que traía en la mano. No podía mantenerse en pie de forma estable, balanceaba su peso de un lado a otro y ni siquiera podía mantener su vista fija en mí más de un minuto.
—¿Qué estás haciendo aquí? —susurré.
—¡Feliz navidad! —gritó de pronto, y me empujó para entrar.
Cuando me di la vuelta, todos los demás ya estaban de pie, mi madre se había alejado varios pasos de la mesa, y Cris estaba frente a ella de forma protectora. Lucas seguía en el mismo sitio sin saber qué hacer y Harold venía directo hacia mí y mi padre.
—Ahora si estamos todos completos —anunció Harold pasando un brazo por el hombro de papá.
—¿¡Cómo te atreviste a traerlo hasta aquí!? ¿¡Eso era lo que tenías que hacer con tanta urgencia!? ¡Cruzaste un límite! —espetó Cris. Estaba tan rojo que parecía que iba a explotar, llevaba las manos empuñadas, y mamá parecía sostenerlo para evitar que arremetiera contra él y papá.
—¿Yo? Aquí el límite lo han cruzado ustedes cuando decidieron que papá no existía —reclamó.
—N…no, se peleen… Ginger, diles a tus hijos que se comporten —respondió papá, entre que hipaba y arrastraba las palabras.
—Robert, creo que tienes que irte, mira nada más como estás, no puedes ni caminar —le dijo mamá. A pesar de lo nerviosa que se veía, intentaba mantener la calma.
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Editado: 03.11.2019