Déjame decirte que...

¡No te diré mi nombre!

Me disculpan si hay faltas ortográficas :) 

La vida tiende a traerte colores.

No te lo esperas, ni siquiera sabes que lo necesitabas. ¿Pero que se puede hacer? Viene, y arrasa con todo a su paso. Cada centímetro y metro cuadrado. No pasa desapercibido nada. Absolutamente nada.

Y me estoy cuestionando; si es que, a este punto, yo ya he perdido un tornillo.

Una sola vez. Solo una vez.

Bastó para que lo tuviera en mi mente durante toda la noche. ¡Y eso no es nada! Él se quedó impregnado en mí, como si de piel se tratase. No podía, o más bien, no quería borrar de mi mente sus lindos ojos. Sus finos labios. O su brilloso cabello.

En sí, solo lo vi aquella vez. Y lo único con lo que pude describirlo fue: es lindo.

La mente era una bastarda jugadora mentirosa, creadora de crisis existenciales. Me sentía como cuando estaba esperando la próxima actualización de un libro, uno donde quedé prendida desde la sinopsis. Uno donde su portada fue lo primero que llamó mi atención.

Lo imaginaba. ¡No sabía ni por qué!

Pero en cuanto estaba sola, siempre lo primero que estaba en mi mente era él. Solo él. Lo imaginaba hablando conmigo de temas peculiares, o tomando una taza de té. O viendo juntos una película. O en un karaoke improvisado.

Era tormentoso. Ni siquiera podía concéntrame en mis libros. Cada que el Sr. Darcy le decía a Elizabet Bennet que la amaba, imaginaba que esos éramos nosotros.

Era algo loco. Algo como para mandarme a un psiquiatra. Ni siquiera sabía su nombre y ya me lo imaginaba conmigo en situaciones románticas dignas de películas.

Sí, también lo imaginé con un ramo de flores en la puerta de mi casa, esperándome.

Pero bueno, no tenía caso. Eso es lo que se hacía con los crushes.

Porque vos, al tan solo mirarte, te convertiste en mi crush.

Y luego me puse a pensar, con un suspiro de mis labios, y con mi vista en el techo de mi cuarto, si es que volvería a verlo. A veces pasaba cinco minutos y ya me estaba haciendo de nuevo esa pregunta. Ni siquiera dormía.

¿Volvería a verlo?

Mi mente no me dejaba en paz. Y estaba a solo un paso, un pequeño paso, de querer cambiar de cerebro. Pero luego recuerdo que en el tengo los nombres de mis libros favoritos, la letra de mis canciones, mis mejores amigos, y todas las escenas románticas o tristes que he leído, etc. Así que se me pasa esa idea para nada lógica.

Pasaron tres semanas, tres semanas desde que lo conocí, tres semanas donde mis amigos me veían tan distraída, que varias veces tuvieron que darme cachetadas para que les preste atención.

Sasha decidió golpearme con un cuaderno. Y desde ese golpe que me dejó con una mejilla un poco morada, tuve que esforzarme para prestarle atención y dejar de pensar en el ser que hacía que tuviera insomnio. Insomnio del bueno.

Hasta que un día. Un lunes como cualquier otro, aburrido, y con ganas de dormir en vez de ir al instituto. Decidí salir del curso e ir por un cake de vainilla. Algo fuera de mi rutina; ya que siempre en la hora de receso me quedo en el curso leyendo, o me voy a la biblioteca (lugar donde hay aire acondicionado y unos sillones bien cómodos) me la paso más en la biblioteca.

Pero ese día me dio un hambre feroz, y saciando a mi estomago me fui a la cafetería.

Una vez que ordené el cake mi teléfono vibró, en la pantalla había notificaciones de Instagram y me distraje un poco viendo como Cris Evan había publicado una nueva foto. Cuando, como si fuera en cámara lenta. Un balón de futbol pasó por mi cara, bien cerca, tan cerca que me asusté y pegué un saltito que hizo caer a mi teléfono.

Eso fue un golpe duro, mi bebe había caído tan desgarradoramente que sentí como si en realidad la pelota me hubiera golpeado.

Me agaché para recogerlo con mucha suavidad, por el rabillo del ojo vi como alguien pasaba por mi lado y se llevaba su balón, altamente peligroso, al menos para mí.

Quería decirle, no, gritarle a esa persona que la próxima tenga cuidado. Pero como siempre, permanecí callada, mordiéndome la lengua para no decir lo que pienso. Me erguí y arreglé mi uniforme, guardando en el bolsillo con mucho cuidado a mi bebe.

Miré por donde se fue la persona, y cuando mis ojos vieron su espalda, tuve que agarrarme del barandal para evitar caer ahí mismo.

Yo conocía esa espalda.

Bueno, esperaba que fuera ≪esa espalda≫

Lo seguí y justo cuando ya iba bajando los escalones él me dejo ver su rostro. Y fue como si al mi alrededor varios pajaritos cantaran, y unos rayos de sol solo lo iluminaran a él.

Era él.

Y estaba a unos metros de mí.

¡Y ESTABA UTILIZANDO EL MISMO UNIFORME DEL MISMO INSTITUTO QUE YO!

Agárrenme que me desmayo.  

[…]

 

 — ¿Y cuando le vas a hablar?  — escuché que preguntaba, pero no le contesté, ahora él estaba con el balón dispuesto a anotar un gol.

 — Deja de molestarla, está tanteando el terreno ¿acaso no ves? Nuestra niña está creciendo, y muy pronto la veremos de la mano de — por el rabillo del ojo vi como Kendra se acercó a Emily señalando con su dedo hacia la cancha — él… — le escuché decir.

Esto estaba mal, estaba muy mal.

Pero, se sentía bien. ¿a quien quiero engañar? Se siente pésimo, terrible, abrumador. Yo estaba en pleno colapso interno y dos de mis amigas estaban pendientes de mí, pensando que me va a ocurrir lo mismo que a la protagonista de un libro que leyeron hace una semana.

 — Esto es patético — me alejé de la puerta y fui a sentarme con ellas. Agaché la cabeza y volví a pensar en lo obvio.

Esto estaba muy mal visto.

 — Nuestra pequeña acosadora — dijo Kendra.

 — Por favor, no me llamen así — supliqué — ni siquiera sé por que les hice caso.

 — ¡Oye! nuestra idea tiene resultados muy eficientes, ya lo veraz — una muy convencida Emily me dio palmadas en la espaldas.



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En el texto hay: amoradolescente, amigos reales, elartedecrecer

Editado: 17.10.2021

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