¡déjame en paz! ¡asesino!

Impactado

Demond

Eran los ojos más extraños, aterradores, fascinantes, profundos que he visto jamás.

¡Eran idénticos a los los míos!

Juro que cuando la vi en la playa eran azules, o por lo menos podían confundirse con azules, pero al tenerla tan cerca pude reparar en todos los detalles de su hermosa cara. Tenía un rostro angelical, etéreo, puro, sus facciones eran tan delicadas como las de una muñequita de porcelana.

Pecas... Adorable.

Era tan pequeña y grácil, que tenía que levantar bastante la cabeza para poder mirarme a los ojos. Y a pesar de eso, había salvado a esos chicos en la playa sin temor alguno. Era fuerte y delicada a la vez, tenía carácter y eso le daba aquel porte distintivo. 

Su cabello de fuego, húmedo por la playa se veía tan suave. Mi mirada atenta bajó hasta sus rosados labios, húmedos, tersos y...

—¡Eh! ¡mis llaves! ¿se me cayeron? —preguntó observando las llaves en mi mano izquierda.

Y ahí fue cuando escuché de nuevo su melodiosa voz, reclamando las llaves que había estado buscando toda la noche.

—¡Sí! ¡sí! se te acaban de caer y las recogí. —no pude haber sonado más idiota.

"¿Qué haces, imbécil?" Pregunté mentalmente, sin poder creer lo que estaba haciendo.

no lo sé, realmente no lo sé.

¡¿Qué diablos pasaba con mi profesionalismo?!

Pestañeó un tanto confundida y me extendió la mano. Tardé un par de segundos en entender que quería sus llaves.

¡Carajo! ¡que chica!

—¿Me las vas a dar o quieres dar un paso en una carroza fúnebre? —bromeó soltando una suave risa que se llevó el ruido ensordecedor de la fiesta.

Yo no podía dar crédito a que estuviera diciendo aquello a viva voz, ignorante a lo que estaba pasando justo delante de sus narices y lo que se estaba jugando al decir aquello.

Volvió a mirarme con duda y se deslizó por un costado mío, arrancándome las llaves en el acto.

—Bueeeno... Fue un gusto hablar contigo, gracias por no robar el auto.

Volvió a decir en broma, cosa que no hizo más que confundirme.

Ehhhh... ¡Adiós! —se despidió ya a unos metros de mi, antes de que pudiera seguirla alguien se me colgó del brazo.

La empalagosa rubia.

Me sonreía de oreja en oreja, yo no podía estar más frustrado y confundido. Esa princesita metiche había hecho algo, me había hipnotizado con algo, yo que sé, puede sonar ridículo pero me había hecho actuar como un idiota de 15 años en menos de un segundo.

¡Hasta había logrado quitarme las llaves! ¡de mis propias manos!

Estaba furioso. Necesitaba distraerme.

Tomé a la rubia de los hombros y la empujé contra la pared más cercana. 

Necesitaba... Necesitaba quitarme aquella presión infernal que se estaba acumulando en todo mi cuerpo. Estampé mi boca contra el cuello de la chica, haciéndola soltar un agudo grito de la sorpresa, tracé un recorrido con mis labios de su cuello hasta el valle de sus pechos, ella ladeó el rostro y jadeó contra mi cabello.

—¿Quieres... Quieres ir arriba? —preguntó mordiendo fuertemente su labio inferior, que parecía querer romperse.

Gruñí en respuesta y me alejé un poco, ella entendió el gesto y me tomó del brazo, llevándome a donde fuera menos allí. Me llevó a una habitación y cerró la puerta a mis espaldas, me volteé para encararla y prácticamente se me abalanzó encima. La tomé fuertemente de la cintura y la eché en la cama, acercó peligrosamente su rostro al mío, sin despegar su vista de mis labios. Intentó besarme pero giré mi rostro y sus labios -fríos por la cerveza, supongo- chocaron contra mi mejilla derecha. Yo no buscaba un encuentro romántico ni nada parecido. Solo quería olvidarme de lo idiota que había sida allá abajo.

La tomé de la cintura y la volteé, pasé mis manos a lo largo de sus piernas, subiendo el corto vestido hasta su cadera. 

En ese momento, entró un grupito de chicas ebrias, que soltaron un sinfín de grititos agudos al vernos a la rubia y a mí en esas.

Iracundo, me alejé de la chica.

¿Qué diablos estaba haciendo? esa pobre rubia era solo una niña y yo no estaba allí por eso. Además, ella no tenía la culpa de que la maldita princesita  –ingenuamente– estropeara todos y cada uno de mis planes.

Me arreglé como pude la camisa, bajo la mirada dudosa de la rubia y las borrachas a mi espalda, y salí de la habitación, antes siquiera de que la chica pudiera reclamar. 

Al bajar, la gente se había prácticamente esfumado. Solo habían unos cuantos rezagados por ahí deambulando, la mayoría de las personas se habían congregado en la terraza. Me encogí de hombros.

Ese no era mi problema. 

En aquel momento tenía cosas muchísimo más importantes que resolver, como, ¡¿cómo demonios iba a conseguir las estúpidas llaves?!

Tomé una cerveza de una cubeta a mi lado y la destapé, no era mi mejor opción pero estaba seguro que esos niñatos no tendrían un buen Whisky en las rocas o un Martini seco.

¡Bah! aficionados. 

Ni modo.

Apuré la botella justo al momento en el que la multitud estallaba en un unánime "Oooohhhh... ¡Vaya!" junto con un sin número de comentarios acerca de alguien, que desgraciadamente, conocía.

"¿Quién es esa chica?"

"¿Viste cómo salvó a esos chicos?"

"Está buenísima, hermano"

"Creo que aún va al instituto"

"Mira esa delantera"

"¡Que va! ¡Mira ese trasero!"

"¡Dejen de ver su cuerpo! Solo miren lo bien que surfear"

"Creo que se tiñe el pelo"

Esos eran algunos de los comentarios que logré alcanzar a escuchar antes de levantarme para ver mejor, eso sí que era mi problema.

"Oh sí, como no" interrumpió mi subconsciente. 

En efecto, la pelirroja estaba surfeando junto con un grupo de chicos, que no le despegaban el ojo de encima.



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En el texto hay: risas, amorodio, complicidad

Editado: 26.04.2023

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