Eran ciertas. Muy ciertas las palabras de Nam Joon y no podía sacarlas de su cabeza aunque le fuese posible.
Ho Seok estaba en coma y los doctores solo podían mantenerlo estable. Su cuerpo había fallado. Estaba negado a despertar. Su rostro estaba marcado por innumerables moretones y raspones a causa del increíble accidente. Tenía algunas costillas rotas y una fractura de cráneo. Lo habían interferido quirúrgicamente para evitar que se formara una hemorragia y estaban tratando de que el menor sobreviviera a pesar de las complicaciones.
Estaba destruido, agobiado por la mala noticia, por las palabras que habían pronunciado los labios del moreno que no dejaban de recriminarle una y otra vez por el doloroso hecho de que uno de sus mejores amigos estuviera postrado, y al borde de la muerte.
Si Ho Seok moría...
Agregó un poco más de vino de arroz al pequeño vaso y lo llevó directo a boca. No era suficiente beber en exceso. Jamás los pensamientos se apartaban de él. Nunca lo abandonaban por más que suplicaba. Dió otro profundo trago escuchando como la gente a su alrededor reía animada y hablaba de cosas triviales.
El mundo era ajeno a lo que personas como él vivían. Él solo era un simple juguete del destino. Mangoneado por una cuerda que sostenía sus brazos y pies, hasta sus pensamientos. Era una marioneta llevada a doquier por antojo.
Golpeó la mesa con el vaso, después de haber vaciado la botella. Era un miserable. Un miserable por tener a personas que le brindaban tanto amor. A las que tarde o temprano terminaría decepcionando.
Lo sabía.
Sabía que no era bueno para nadie, siquiera para si mismo. Porque todo lo que estaba a su paso era arrasado. Él no lo merecía.
—Señor, creo que ha bebido demasiado.— expresó una joven, cual le habia atendido ateriormente.
Yoon Gi ignoró las palabras de esta y fue por la segunda botella llena que ocupaba la mesa. Sin importarle otra cosa que intentar olvidar, la abrió y llevó directamente a su boca. Se incorporó de la mesa. Que más daba si se moría embriagado. ¿A caso era lo único en su vida que estaba en sus manos? ¿Su muerte?
Claro que no.
Nada lo estaba. Ni una parte de ella.
Salió del local dando trompicones.
Después de unos minutos caminando y dando vueltas por el barrio, Llegó a su lugar favorito. Al lugar al que nunca olvidaba llegar.
Estaba allí.
Los recuerdos que una vez atesoró en su memoria se esparcían por todo el terrero, dándole pocos reflejos de la realidad. Se sentó en la butaca y acarició las teclas. Extrañó tanto esa sensación. La que no lograba evitar compartír con Ha Na. La que renacía en su interior cuando estaba con esas personas...
Era tan cerrado y a la vez tan abierto. Las palabras no describirían del todo cada uno de sus sentimientos, de sus anhelos. Era tan incierto.
Su vida era una absoluta mierda.
Extendió las manos en la superficie blanco y negro, iniciando una tonada con sonidos suaves y melancólicos. Sus ojos empezaron a cerrarse. Sintiendo como la melodía embargaba todo su ser. Lo aliviaba de apoco y le demostraba que estaba en un lugar seguro. Lejos del temor que experimentaba en ocasiones, lejos de la culpa, lejos del tormento. Era inexplicable como su vida era un mar de emociones. Como pasaba de lo bueno a lo malo, de dulce a lo amargo...
Continuó tocando, desplegando sus dedos en una melodía sin fin. Dejando que su alma se liberara solo un poco de la presión. Pero el recuerdo de sí mismo siendo un asesino lo carcomía, lo atacaba y las notas se volvieron más intensas, más sólidas, más retumbantes, más crudas, hasta terminar en un súbito movimiento. ¿Como podría vivir por más tiempo haciendo todo aquello? Como seguía sobreviviendo si no tenía las fuerzas sentimentales para continuar? ¿Como podía sopesar la idea de abandonarlo todo?
Se merecía este calvario. Este era el precio que estaba pagando por su maldición. Por ser tan inutil e incapaz de salvarla. Ella lo había sido todo. Era la única que pudo haberlo ayudado, era la única que pudo haber detenido al hombre que le hacía vivir el mismo infierno, pero no estaba allí para hacerlo.