Sentía una fascinación especial por apuñalar corazones y disparar en frentes. Durante esos tres meses estuvo bastante entretenido con los clanes de Busan, Seúl e Incheon, amenazando a varios de los lideres. Había jugado bastante con ellos, dándose el lujo. Pues, el hombre que decía ser su padre le daba pase libre a hacer lo que le viniera en gana con los sujetos. El trabajo era arduo y prometedor, le brindaba un placer inigualable.
Mordió su labio inferior distraído, mientras accionaba la parte superior del rifle y miraba con un ojo cerrado para mantener entonces la puntería. Pulsó el gatillo, que provocó un sonido un tanto apabullante, dejando clavada la bala perfectamente encuestada en el lugar. Retiró el rifle de la posición y empezó a colocarlo en su respectiva maleta. Un trabajo demasiado aburrido para lo que acostumbraba hacer, pero algo era algo.
Bajó con el arma del edificio, para dirigirse a la estancia donde su padre trabajaba, pero entonces una persona se le atravesó en el camino.
—Justo a tiempo.— expresó el hombre frente a él. El pelinegro alzó una ceja sin entender la función del susodicho y con una sonrisa sínica, observó descaradamente al pelirrojo al lado del más alto.
—Vaya, vaya, Señor Seok Jin— expresó, mientras su mano izquierda dentro de la chaqueta, apuntaba la M99 en dirección al mencionado. Seok Jin se quedó viendo la acción, ya sabía perfectamente a lo que se estaba enfrentando.
Volvió su mirada al joven de cabello rojo fuego a su lado.
—¿Estás seguro que quieres hablar de esto en este lugar, o prefieres que lo hagamos en mis dominios?— preguntó. No estaba seguro de lo que Jungkook pretendía hacer, pero no quería que el chico saliera lastimado. Este era muy apreciado por el mayor. Sin embargo, debía confiar en él.
Jungkook mantenía los ojos fijos en la persona delante suya. Nunca estaría suficientemente preparado para enfrentar al pelinegro. Así que, sin importar que debía hacerlo a toda costa. Muchas cosas estaban en juego.
El menor suspiró. Apretó los puños a sus costados y con valentía enfrentó al pelinegro. Este con la ceja aún enarcada, seguía en la misma posición anterior.
Yoon Gi estiró la comisura izquierda aprobatorio. Buen postre que le estaban ofreciendo en bandeja de plata. Se relamió los labios, divertido.
—¿Y este chiquillo?— cuestionó, ignorando al menor, con las órbitas negras fijas en Seok Jin. El mencionado estaba demasiado alterado como para responder. Entendía perfectamente que Jungkook estaba arriesgando el pellejo para tener a Yoon Gi. Ya no tendría su alianza por las causas conocidas del tratamiento, pero necesitaba a ese hombre fuera del alcance de Yeong Hwan antes de que acabara con los clanes.
Jungkook, viendo al pelinegro distraído, con un movimiento rápido, sé acuclilló y aventó su pierna arrastrándola por el suelo. Permitiendo que Yoon Gi cayera de espaldas al suelo y se diera un golpe contundente en la nuca. Este quedó confundido por el impacto y la rapidez.
El menor no perdió tiempo y se sentó sobre el regazo del mayor, para con rapidez aprisionar sus manos e inyectar un líquido en la parte de su cuello. Yoon Gi intentaba incorporarse, pero su cuerpo no reaccionaba.
El pelirrojo agitado, se levantó del cuerpo. Seok Jin lo miraba ceñudo.
—Lo siento, hice algo que no estaba en nuestros planes, pero no podemos hablar con él sin recibir un disparo de por medio.
***
Tomó las muletas en sus manos y entró en el despacho con toda la calma del mundo. Estaba totalmente enojado por estar llevando esas estupideces a donde quiera que iba. Todo por la jodida culpa del bastardo de Min Yoon Gi, que se creía que tenía el derecho de irrumpir en su guarida y acabar con su clan.
Ese hijo de...
Sentía un odio inmenso cada que escuchaba su nombre. No podía creer en la posibilidad de que uno solo se encargara de casi destruir todos los clanes del territorio. Porque? Cómo podía? Tenía acaso un súper poder? Bufó, llegando al fin a la entrada del despacho y prosiguiendo a sentarse cerca de una pequeña mesa de cristal que contenía unos envases con golosinas y picaderas. Empuñó unas cuantas, para luego llevarlas a su boca.
El hombre de anchos hombros apareció con una sonrisa triunfante en los labios y luego se sentó ante el castaño.
—¿Y esa sonrisa? ¿Acabas de ganarte la lotería?— ironizó, volviendo a llenar su boca de golosinas, dejando ver sus mejillas abultadas. El mayor, acomodó su flequillo, —como le era habitual— y se recostó del sofá.
—¿Donde está lo que te pedí?— preguntó, borrando su sonrisa. Cruzó una pierna sobre la otra.
—Ya viene en camino. ¿Para que quieres tantas armas?— preguntó con interés el castaño.