Del amanecer al ocaso (fanfic de Crepúsculo)

Original Character

— Chicas, apúrense, perderemos el avión.

El cretino, cara de zapallo, hizo un gesto de impaciencia, mientras mi madre, con sus manos sobre mis hombros, hacía ejercicios de respiración... para tranquilizarme.

— Oh vamos Julieta, solo es un viaje.

Había escuchado esa frasecita las últimas cinco o seis semanas, incontables veces, tantas que ahora mis oídos se negaban a procesarla y en su lugar emitían solo un pitido molesto. Oh Dios... ¿Era este un ataque de pánico? La verdad no me vendría mal, porque en ese caso, perderíamos los pasajes de avión y nos quedaríamos en casa... si tan solo tuviéramos una...

Con la cara pegada al vidrio de la puerta trasera del auto, vi desaparecer mi casa, el bonito antejardín, lleno de pasto, que el cretino perezoso había olvidado cortar. A Boxer, el perro de mi vecina, con el que jugaba las veces que me quedaba puertas afuera. Todo eso quedó atrás. Gracias a mi irresponsable madre y al subdesarrollado de su novio.

En un país que no es el mío, con un idioma diferente, una geografía que no conozco y ciudades que se agrupan en estados, vive mi hermanito. Allí me iré a vivir, ya que no tengo casa, porque "la vida es una y hay que vivir cada segundo como si fuera el último" dijo el descriteriado de Diego, cuando se gastó nuestros, —ok, esto es apropiación, yo no tengo un quinto— ahorros, todos, en un estúpido paquete turístico a Punta Cana. Embobado por la temporada baja y los ofertones de marzo, vació todas la cuentas de mi ingenua madre, que para coronar la estupidez humana, vendió la casa, para recorrer el mundo con su amorcito.

Hubiera preferido mil veces que se casaran. Mil. Que su fiesta durara una semana y los casara el Papa. ¿Pero vender la casa? ¿Es en serio? ¿No se supone que son adultos? ¿Por qué no se comportan como tal?

Con estas preguntas, acechando mi humor, llegamos al aeropuerto. Atiborrado, como siempre, lleno de personas, siempre corriendo, incluyéndonos, porque Dieguito conducía como un abuelo senil.

— ¡Oh mi bebé! —Me abrazaba mi madre. Le palmee la espalda a modo de despedida y nos separamos.

Ella hacia el lado cool del aeropuerto, donde va la gente de vacaciones y yo al otro extremo, al deprimente de los pobres diablos que estorban en un viaje de placer.

***

Luego de chorromil horas de viaje en avión sin escalas —porque de otro modo me hubiera quedado en la primera ciudad en la que hubiera aterrizado— llegué a mi destino.

Para mi suerte no perdieron mi equipaje —algo bueno dentro de tanta desgracia— y me fue muy fácil distinguir a mi hermanito entre tanto estirado.

— ¡Willy! —grité cuando vi su carita de despistado. Corrí como una loca en su dirección y me pegué como una lapa para abrazarlo. — Willy... —sollocé, escondiendo mi cara en su pecho. Él me palmeo la cabeza, como a un gatito y me devolvió el abrazo.

— Mucho tiempo sin vernos, hermanita.

Onii-chan.

No miré su cara, pero puedo asegurar que puso los ojos en blanco.

***

Mi maravilloso hermano, conducía un destartalado Nissan v16, mientras me iba describiendo el pueblucho, donde lo había abandonado papá. Pueblo Tenedor (o tenedores, como sea), colindaba con Villa Cuchara, en el Estado de Lavavajilla. Hasta el nombre del diminuto pueblo era absurdo o al menos su traducción surreal. Mientras Nancy y Dieguito, disfrutaban de playas paradisíacas y calor tropical, yo estaba condenada a un cielo siempre encapotado que amenazaba con un aguacero en cualquier momento. Nada más eso faltaba para darle la cuota de dramatismo a la situación.

— Bien, llegamos.

Willy, aparcó en la entrada de una casa blanco desteñido, de una planta. No era ni parecida a la casa en la que solía vivir, pero casa es casa. Al menos de aquí no me iban a echar.

Bajamos mis veinte maletas, llenas de ropa de diseñador y entramos a la estancia.

— Tu habitación es la del fondo —señaló mi hermano abriéndose paso con mi única maleta, llena de ropa de segunda mano.

Eché un rápido vistazo a mi alrededor, antes de seguirlo. Una pequeña sala de estar compartía espacio con un comedor de cuatro sillas, al otro lado, estaba la cocina, bien iluminada por una amplia ventana, al igual que la sala. Muchas plantas adornaban cada rincón de la casa, todas ellas muy cuidadas. Al final del pasillo habían tres habitaciones, de las cuales una era el baño, supongo.

Willy estaba en la habitación del fondo, ordenado mi ropa en un armario.

— ¿Te gusta? La he decorado yo mismo.

Había un par de posters, de nuestra banda favorita y la cama tenía una bonita colcha púrpura. A un costado de la cama, un bonito escritorio de madera.

— Bro... —enjuagué una lagrimita invisible. Nadie había hecho tanto por mí.

Willy sonrió dulcemente y me revolvió el pelo.

— Papá también tiene una sorpresa para ti.

— ¿Ese cretino? —hizo una mueca de disgusto.

— No me gusta que le digas así... —ah mi adorable hermanito. Era lo mejor de la familia. El más cuerdo, el más educado, el que había llegado más lejos, el que nos salvaba a todos...

— Ah, ya sabes que Nancy dice que es un vago. —Willy sacudió la cabeza y entornó los ojos.

— Continúa tu ordenando, haré la cena.

 — ¿Cena? —¿Tan tarde era?, el celular en mi bolsillo lo confirmó. Era tardísimo y un milagro que la tripa no me rugiera. Realmente había sido un viaje eterno.

***

Mientras Nancy y Dieguito, disfrutaban de piñas coladas de guata al sol, Willy y yo cenábamos arroz chaufán y chapsui vegetariano. No solo era inteligente, guapo y sensible. Además, dominaba las artes culinarias. La persona que eligiera, sería realmente afortunada. Como yo, que de ahora en adelante viviría con él, hasta que cumpliera dieciocho por lo menos. Hasta ese entonces, no moriría de hambre.

— Un manjar de los dioses —le decía a cada bocado que daba.




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