La ira me comía viva. No podía entender cómo se había iniciado el incendio si en su casa no había ni una gota de gas en comparación con la mía o con la de su vecino.
No conseguía hacerme a la idea de que mi mejor amiga había salido herida.
Spencer me llevó, cuando se recompuso un poco del shock y le dejaron de templar las manos, a nuestra única alternativa médica en toda Trasmoz. En casos como ese era nuestra maleable oportunidad de salir bien parados en alguna emergencia. A pesar de haber sido de uso militar en el pasado, los doctores y enfermeras que ahora trabajaban allí no tenían ningún tipo de formación similar y muchos menos recursos suficientes en caso de apocalipsis zombie.
Cuando las puertas correderas se resistieron a dejarnos pasar, mi hermano les dio un puntapié con las Dr. Martin y éstas respondieron con un chirrido metálico a la vez que nos dejaron vía libre para entrar.
Una chica de cabello casi rubio no tardó en tirarse a sus brazos. Al estar cerca pude presenciar como Spencer agarró a Roxanne del brazo y se la llevó a parte. No presté mucha más atención. Poco después, llegué con mi abuela, la cual discutía en su idioma natal con Soraya en la habitación abierta de par en par en la habitación de Micaela, la madre de Brooke.
Claramente, mi abuela era la única que sabía lo que estaba diciendo a parte de nosotros, su familia. No me extrañó que el término «alarma de incendios» saliese a relucir después de decir «títere del sistema».
Créeme, tampoco sé de qué leches está hablando. Aunque tampoco me extrañaría que aquello fuese algún inicio de demencia o algo similar...
Seguí caminando un metro más y cuando me paré delante de mi madre, ella me sonrió con los ojos y me animó a ver a la pequeña castaña clara con flequillo de araña.
—Hola —me dijo al quedarme parada, muda, a su lado y dentro de su habitación.
Me tomé mi tiempo antes de preguntarle cómo se encontraba. No quería decir nada incorrecto o incómodo. No después de todo el dolor que ella y su familia acababan de sufrir. Con eso en la cabeza, opté por otra cuestión igual de obvia para alguien que llevaba una venda de unicornios con alas en el cuello y una gasa húmeda tapándole medio muslo derecho.
—¿Alguna herida?
Como respuesta señaló ambas zonas con cara de «no sé, quizás estoy por gusto aquí y me estoy tronchando de la risa, la cual no puedo evitar que se me escape por tus idioteces».
Nos encontrábamos dos plantas por encima del sótano de los doctores y las ambulancias que, por cierto, sus sirenas eran como tener un megáfono constante pegado en la oreja para ser tan temprano. Además, su cama se encontraba en el lateral derecho de mi cuerpo, osea, en paralelo a la ventana que daba al exterior del hospital, a la entrada principal de la antigua base de Zaragoza. El sol bañaba sus heridas como un bálsamo con base aceitosa recién hecho.
No recuerdo cuánto tiempo estuve con ella pero sí que —cuando me recosté sobre el marco de la puerta de la habitación de Brooke—, cerré la puerta antes para que no me viera llorar por lo que podría haber pasado si su vecino no hubiera llamado al 112 con la rapidez suficiente para correr una maratón de dos kilómetros, encontré a mi hermano, con Rosanne a su lado, hablando con mamá.
En ese momento no recordé que Spencer y ella habían terminado su relación dos o tres meses atrás porque ella quería «conocer otra gente».
Supuse que la abuela se había ido a casa hasta que la detecté en la máquina expendedora, cerca de la salida de emergencia, con Cameron. Charlaban animadamente sobre lo que entendí que sería sobre la comida del hospital, ya que el castaño señalaba la trampa llena de muelles.
Por suerte, mi amiga y sus padres estaban ausentes de aquella escena tan deprimente. Lejos de la atmósfera que parecía asentarse sobre nuestras cabezas.
—Ey, ¿estás bien?
«¿Qué cojones...? Ah, porras, otra vez me he quedado más pasmada que una langosta mirando el sol...» Lo miré. Negué con los hombros y miré afligida a Spencer al sentarse a mi lado.
Se le veía bastante desanimado, estresado e infeliz, tanto por la situación como por todo lo que estaba pasando y que él se había empeñado en cargarse en la espalda como un burro sin descanso al que se le empezaban a marcar las ojeras, pero ¿desde cuándo sabía qué ocurría en este estúpido pueblo? Y lo más importante, ¿creía que el incendio de la casa de Brooke había sido provocado aunque los bomberos habían declarado lo contrario?
Antes de que Cameron se acercara y me dejase abrazar por él, el pelinegro intentó decirme su teoría.
Cuando digo que «me dejé abrazar», me refiero a que ni siquiera se lo devolví. Tampoco lo hice cuando le permití darme un beso en la mejilla. Bastón de Caramelo no movió ningún músculo cuando un médico salió de dónde él cojones sabrá e informarnos a todos —porque claro está que mamá, Soraya y la abuela se nos habían unido al ver a semejante individuo de bata blanca con permiso para suministrar medicación — de que mi mejor amiga y sus padres estaban completamente sanos, sin contar con que las futuras visitas psicológicas que les había recomendado a sus respectivos pacientes. Aún no se sabía con claridad si había algún tipo de trauma.
—Pueden visitarlos, si es preciso, a partir de ahora hasta... —sonó un teléfono móvil pero el doctor continuó—: hasta las doce del mediodía.
Dicho todo su discurso se marchó de vuelta, supuse, a la cafetería privada para profesionales sanitarios.
El aparato volvió a sonar poco después y no descansó hasta que un mudo Spencer no se lo puso en la oreja y salió escopetado, sin correr pero topándose con el carrito de limpieza, hacia la salida más cercana.