Muerde su labio con violencia, intentando mantener la calma. Sigue caminando por la calle, mientras los silbidos y los comentarios asquerosos salen del interior del automóvil. Reza en su mente porque acabe todo, que pueda llegar a la protección de su pequeño hogar a quince minutos del instituto. Y de verdad piensa que llegaría, pero vuelve a equivocarse.
Y disfruta clavar ese bolígrafo en su ojo.