—¿Estás segura?
—Sí. —Su voz, aunque salió en un susurro, sonó firme.
—Ha pasado un largo tiempo desde todo lo que sucedió. Si no quieres hacerlo está bien.
—Pero quiero hacerlo.
—Muy bien, entonces ahí tienes. Está sobre la mesilla, envuelto en ese lienzo. Lo traje para ti.
No alcanzó a oír el murmullo inaudible de sus "gracias", pero vio con consternación cómo, hecha una nube borrosa de camisón blanco, se levantó descalza del lecho y se desplazó tan rápido como una deflagración. Sus manos delgadas y pálidas se abalanzaron crispadas a desenvolver aquel bulto. A pesar del gesto desesperado, quitó el paño casi con devoción, y con el mismo cuidado abrió la vieja cubierta de cuero que ya estaba bastante descuajeringada. Un polvillo brillante se levantó cuando pasó las primeras páginas.
Él se dio la vuelta. No quiso seguir mirando.
Sabía que en el momento en que ese cuaderno se volviera a cerrar, quizás la perdería para siempre.
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Los techos eran altos, de madera deslucida. En otro tiempo seguramente se había tratado de algún lugar majestuoso, ya que aún quedaban vestigios de pintura dorada en las cornisas. Ahora, en cambio, estaba completamente desolado. Si hablábamos, el eco resonaría en los rincones. Pero ya no había necesidad de hacerlo.
La sangre se expandía por el piso de la habitación, espesa, oscura. El olor a hierro era insoportable.
Y allí estábamos ambos, rendidos, de rodillas y con las ropas manchadas, entregados a nuestro sacrilegio.
Nos miramos fijamente. Delineo con mi febril mirada tus facciones perfectas, tu piel morena, tu reluciente cabello oscuro. Tus ojos siguen los míos, como si fuéramos un reflejo en un espejo, y así mismo, como un reflejo, extendemos la mano al mismo tiempo hacia el otro.
Taehyung. Repito tu nombre mentalmente. Taehyung.
Me pregunto ¿Qué más podríamos haber obtenido de todo esto? Yo blasfemé la vida y tú violaste las condiciones que impone la muerte.
Sabemos que esto no es ningún castigo, sino el devenir de nuestras propias acciones.
Pasas tu índice por mis labios mirándome atentamente, con tristeza, en un gesto que parece completamente fuera de lugar y que, sin embargo, lo comunica todo. Ambos tenemos la incertidumbre de lo que no queremos pronunciar: ¿Se acaba aquí?
La sensación de tu tacto ¿es lo último que me quedará de ti?
A partir de ahora las cosas no volverán a ser las mismas. Después de ti, yo no volveré a ser la misma tampoco.
Ya no sé qué perder o a qué aferrarme.
Tus ojos brasas me miran incandescentes, como si me desafiaran a terminar con nuestra ruina.
Pero yo ya tomé una decisión.