—¿De qué hablas? —Le respondí, retirando bruscamente su mano de mi mandíbula—. Sabes, creo que es mejor que te marches. Iré yo sola a comprar.
Seguí caminando realmente enfadada. ¿Quién se creía? ¿Qué demonios se creía? "Es a ti a quien quiero" repetí en mi mente. No podía negar que hasta cierto punto eso me halagaba, pero también me ponía los pelos de punta. Llevábamos saliendo dos jodidos días y me soltaba algo así. Suga tenía razón. Debía de tener un grave problema.
—Daphne... —Sentí su voz profunda detrás de mí. —Daphne, por favor espera.
No quería armar un escándalo, así que lentamente me volteé y lo miré a los ojos.
—Di lo que tengas que decir y hazlo rápido. —Francamente estaba asustada.
—No te tomes a mal lo que dije. De verdad quiero ser tu amigo. Ya te dije que soy torpe.
¿Torpe? ¿¡Torpe!? A mí eso me pareció de todo menos una equivocación. Cada palabra había sido intencionada y pronunciada con absoluta precisión.
—Eso no fue torpeza, V. Y no estoy dispuesta a tratar con mentirosos. Ahora si me disculpas... —Me iba a voltear para continuar caminando en la dirección del supermercado, pero su larga mano se enrolló en torno a mi antebrazo con firmeza.
—No he terminado —Susurró. Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron ante esa voz—. Admito que mentí. No sabría cómo explicarte esto, pero... —Su mirada cambió totalmente de expresión a una de angustiosa inocencia y su agarre se suavizó—. Daphne, hace mucho tiempo no tengo un amigo. Yo... la verdad entendería que no quisieras seguir hablando conmigo... Pero... de verdad me agradas. Quiero conocerte mejor y estar para ti, estar junto a ti.
No pude evitar enternecerme. Parecía como si todas mis defensas se disolvieran ante esa faceta suya.
Sus grandes ojos me miraron con tristeza.
—V, no tengo nada en contra de ti, pero ¿cómo se supone que desarrolle una amistad con un extraño?
—Me figuro que debe ser difícil... —Miró al suelo y suspiró entrecortadamente.
—No me da confianza.
—¿Yo no te doy confianza? —Volvió a mirarme, esta vez con tanto ardor como inocencia.
—No he dicho que tú no me des confianza. Pero es difícil tener un amigo del cual no sabes ni su nombre. A lo más... podemos ser conocidos.
—¿Conocidos? Daphne... aunque no sepamos todo del otro sé que tenemos más en común de lo que nosotros mismos podemos percibir. Podríamos estar en un punto medio entre amigos y conocidos, dos personas que se llevan bien y comparten su vida sin pensar en su pasado. Algo así como... ¿Amidos? —Preguntó. No pude resistirme por más tiempo.
—Está bien. Amidos. —V sonrió, y sin previo aviso me cogió de los hombros y me abrazó.
Su cercanía me conmocionó. Su olor era embriagador, una mezcla a flores secas, bosque y un débil rastro metálico y dulce. Su pecho, algo delgado, chocó directamente con mi mejilla, permitiéndome oír cómo latía su corazón. Era un sonido tenue e hipnotizante, que de pronto me hizo olvidar dónde estábamos y por qué, y sin darme cuenta, me encontré aferrándome a sus brazos para no acabar de escucharlo jamás. Él me estrechó cuidadosa pero firmemente contra sí, y lentamente acercó sus labios a mi oído.
Ante aquel tacto algo húmedo y suave, me sobresalté y lo solté con violencia. ¿Qué demonios me pasaba? Aún sentía en mí una sensación que me tiraba poderosamente de vuelta hacia él, pero me daba cuenta de que no tenía ningún sentido e iba en contra de todas mis aprehensiones. Apreté los puños intentando controlarme. ¿Por qué me sucedía esto cada vez que estaba cerca de su cuerpo?
—¿Qué pasa? —Preguntó V, extrañado. Lo mismo me pregunto yo, querido.
Reposé la mano en mi frente, intentando serenar mi respiración. V se veía preocupado, pero me pareció ver entre mis dedos que una leve sonrisa perversa se asomaba en las comisuras de sus labios. Aparté la mano, confusa. Ni rastro de esa sonrisa. ¿Qué me estaba pasando?
—Estoy bien, no sé... sólo de pronto me sentí mareada. —mentí—. En fin. ¿iremos al supermercado?
Caminamos juntos en silencio, pero yo me sentía inquieta. ¿Por qué de pronto sentía el deseo irreprimible de lanzarme a sus brazos? Era una sensación similar a la sed, la que sabía que sólo se calmaría si me sometía a ese dulce placer de rendición total. Pero al mismo tiempo, este impulso estaba teñido de un afilado dejo de peligro. Era como si, de mitigar este fuego, me arrojara a la misma muerte.
Iba sumida en estos pensamientos cuando, sin percatarme de que teníamos que detenernos al borde de la acera para que el semáforo cambiara a verde, puse un pie en la calzada, dándome cuenta muy tarde, pero en menos de un segundo cómo las bocinas sonaban a mi alrededor sin que los autos se detuvieran. V me tironeó bruscamente de regreso a su lado y nuevamente aterricé contra él. Ahora el impulso volvió con mayor violencia.
Lo miré a los ojos, completamente perdida.
Él me miró de vuelta, entreabriendo sus labios.
Y sin mediar otro pensamiento, lo estreché con fuerza, alzando mi rostro para buscar su boca con la mía.
Él giró su rostro y depositó un beso en mi mejilla, susurrándome con extrema ternura: —Daphne... ésas no son cosas que hacen los amidos...
Me aparté, asustada. ¿En qué había estado pensando?