—¿Y bien? ¿Por qué tuvimos que salir corriendo de tu casa?
—Uhm... Verás... uh... Yo prácticamente viví casi toda mi vida con mi abuela en Daegu. Allá... bueno, existen algunas creencias sobre... ciertos espíritus que vienen a atormentar a los vivos y- —Lo interrumpí.
—Me estás diciendo que salimos de tu casa porque nos estaba persiguiendo un espíritu.
—Bueno, no quería ponerlo en esos términos, pero sí. Más bien a ti.
—A mí. Ya.
—¡Es en serio! ¿Acaso tu pesadilla no te dice nada?
—Si fuera porque mi pesadilla estableciera cosas del mundo real, tú deberías estar muerto o algo así.
Vante se quedó en silencio, sin mirarme.
—¿Qué? ¿Acaso estás muerto? —Me burlé.
—Lo que digo te parece ridículo ¿verdad?
—No exactamente. Es decir, entiendo que son creencias, pero... me sorprende que las tomes como ciertas, nada más.
Vante no me dijo nada. Me soltó y se dio la vuelta.
—Vante... ¿Te ofendiste?
No hubo respuesta.
La verdad yo también estaba bastante molesta. Todo era demasiado surreal como para sentirme a gusto con la situación, así que decidí darme vuelta igualmente, dándole la espalda.
No supe en qué momento me quedé dormida, pero al despertar, Vante ya no estaba a mi lado. Bajé esperando encontrarlo en la cocina, sin embargo, no se encontraba en ningún sitio y me di cuenta de que se había ido. Pero todo era muy raro, porque la llave estaba echada por dentro (sí, ésta es una de las pocas casas en Hanguk que no usa sistema de contraseña) y no había señales de que alguien hubiese salido.
Nuevamente me invadía la amargura. Se había ido y ni siquiera había tenido la deferencia de despedirse. ¿A ese punto llegaba su rencor? Traté de convencerme de que una persona que se dejaba llevar así por sus pasiones no le haría ningún bien a mi vida, pero luego a mi mente venían las imágenes de Vante consolándome la noche anterior, diciéndome que nadie era perfecto, Vante besándome... Vante diciéndome que estaba sufriendo. ¿Me había detenido yo a pensar en su sufrimiento, en lo que le pasaba? En lugar de eso me burlé de algo que él podía considerar totalmente cierto y parte de cómo veía la vida. Lo había denigrado.
Llevé las manos empuñadas a mi cabeza reiteradas veces, pero aun así la desolación no desaparecía. Me largué a llorar sintiéndome la persona más estúpida sobre la tierra. No me había dado cuenta de lo hermoso que era Vante, y con mi comportamiento quizás lo había perdido.
Transcurrieron seis días en los que Vante no me dirigió la palabra. Pensé reiteradamente en hacerlo yo, pero cada vez que me disponía a escribirle me faltaba el valor para enviarle el mensaje, de modo que comencé a posponerlo día tras día hasta que fue la fecha en la que Jane se hospedaría en mi casa.
Aquel sábado la fui a buscar al aeropuerto. Hacía años que no la veía: de la niña gordita y tímida que conocí, no quedaba nada. Jane estaba hecha una rubia despampanante, alta y esbelta, cuyos largos rizos caían sobre sus hombros con gracia. Traía puestos unos lentes de sol de diseñador sobre su respingada nariz, que, en cuanto se los sacó para saludarme, revelaron unos enormes ojos grises que evocaban al amanecer, rodeados de larguísimas y espesas pestañas. En definitiva, era una muchacha preciosa.
Me quedé en mi rincón, confundiéndome entre las sombras con mi vestimenta oscura, mesando mi corta melena en un intento por ordenarla y verme un poco más presentable ante aquella que, con su aspecto, bien podría ser miss universo.
— ¿Daphne? ¿Eres tú? —Jane se inclinó desde su metro setenta y cinco para observarme con atención.
—Hola, Jane. Sí, soy yo —Sonreí con la amabilidad que pude reunir dentro de mi nerviosismo.
No me esperaba el largo y apretado abrazo en el que ésta me envolvió, haciéndome casi perder el equilibrio.
—¿Cómo has estado, querida Daphne? ¡Años sin verte! —Le iba a contestar, pero ella siguió hablando— Hace un mes terminé con quien era mi novio ¿sabes? Por eso tomé la decisión de venir para acá. Necesitaba un cambio, y vaya que fue buena idea. ¡Hasta se respira un aire diferente! ¡Y qué gracioso es ver que toda la gente tiene los ojos rasgados! —Rio encantadoramente, aunque su comentario me pareció un poco raro—. Ah, la de cosas que tengo que contarte, Daphne. ¿Cuántos años han sido desde que no nos vemos? ¡Y la casualidad de encontrarnos justo en este momento en que decidí venir a Corea! Quién sabe, quizás me vas a presentar al amor de mi vida —Volvió a reír—. En fin ¿vamos a tomar algo antes de que vayamos a tu casa?
Accedí con el alma en los zapatos. No me gustaba estar afuera en los días de invierno en los que había un sol completamente inútil que, a pesar de no calentar, seguía dañando mi piel con sus rayos UVA. No me gustaba tampoco estar en las calles concurridas en compañía de una casi extraña que no dejaba de parlotear.
—Estás muy callada, Daphne —Dijo ella, mirándome con curiosidad.
Me pregunté si debía decirle que estaba diagnosticada con fobia social, pero claramente no me atrevería. Ya comenzaba a sentir los resultados de tanto tiempo de exposición. Me sudaban las manos y sentía como si fuera a vomitar el corazón.
—No es nada, los años... me han vuelto más retraída, eso es todo. —Dije intentando sonreír. Jane me miró con compasión. Parecía que se había percatado de que yo no iba a ser una buena compañera de juerga.