Vante se quedó mirándome en silencio, y luego volvió a tenderse de espaldas, cerrando los ojos.
—Sabes, olvídalo. En realidad no sé por qué pregunté algo tan absurdo —negué con la cabeza mientras que me incorporaba— Obviamente las pocas veces que nos hemos visto no dan para desarrollar un sentimiento. Es solo que soy una ilusa y- —Él se incorporó con rapidez y puso su índice en mis labios para luego empujarme con suavidad de vuelta hacia la cama, su rostro quedando a pocos centímetros del mío.
—No eres una ilusa, Daphne. Si supieras lo que me pasa... si supieras lo que pasa en mi interior, no dirías que es una pregunta absurda —Tras decir esto, posó su mano en mi mejilla—. Sé que he mantenido inflexiblemente las distancias contigo y eso es lo que probablemente te hace creer que no confío en ti, por lo que mi cariño te parece inaccesible. El problema no es sino mi... condición, que me obliga a sumirme en el aislamiento absoluto y por mucho que intente resistirme, estoy condenado a vagar sin poder comunicar mis sentimientos ni compartir el sufrimiento que me corroe. Es... casi un infierno, Daphne. Y tú no estás ahí. Tú me haces sentir que puedo, de alguna manera, regresar a mi naturaleza humana, a pesar de que en realidad eso sea imposible. Quizás en mi contienda gane el ser repugnante en el que me he convertido, pero tú... tú me das esperanzas para luchar y redimirme. Eso es lo que siento por ti, Daphne.
—¿Por qué dices que eres un ser repugnante, Vante? Tu preocupación, la forma en la que hablas, tu sinceridad y tu sonrisa me hacen ver que eres una persona sensible incapaz de herir a nadie, no entiendo por qué te haces daño llamándote así o incluso viéndote a ti mismo de esa manera...
Vante sólo me miró y alcancé a atisbar ese sufrimiento del que hablaba. Pero antes de que pudiera decir alguna otra cosa, enterró su cabeza entre mi cuello y mi hombro. Sentí su respiración cálida en mi piel, la suavidad de su mejilla contra la mía y un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Lo tenía sobre mí, respirando en mí. Puse mis brazos en torno a su espalda y lo acaricié, tratando, con todas mis fuerzas de infundirle algo de esperanza a través de mis caricias.
—Vante... ¿esto tiene que ver con la razón por la que estabas en la clínica?
El asintió, sin decir nada. Lo abracé con más fuerza.
—Déjame enamorarme de ti y llegar a amarte por lo que eres, no por quién has sido. —Murmuré en su oído. Él volvió a asentir para luego separarse de mí lentamente, apoyándose con los codos sobre la cama. Su rostro quedó frente al mío, mirándome a los ojos con iris diáfanos, con la mirada más pura que había visto jamás en su rostro. Era como observar las aguas quietas del río Estigia. Nos quedamos contemplándonos el uno al otro por varios segundos, quemándonos en la indecisión, hasta que él deshizo el silencio con un ronco susurro:
—¿Quieres que te bese, Daphne? Porque de hacerlo, no podré detenerme jamás.
Entonces se inclinó sobre mí, y antes de cerrar los ojos vi que él también lo hacía. Me entregué al roce de sus labios calientes y carnosos recorriendo los míos con una suavidad que no disimulaba su vehemencia. Nuestras lenguas se encontraron con delicadeza, envolviéndose, suscitando en mí una adicción insaciable.
Profundicé el beso concentrándome en la sensación el peso de su cuerpo sobre el mío, el calor que emanaba y su boca recorriendo mi rostro frenéticamente para luego regresar a la mía.
—Daphne... Ah... Daphne—gimió él con voz nasal para luego continuar besándome. Entonces se apartó suavemente y se giró para quedar de espaldas sobre la cama, con la respiración entrecortada.
Lo abracé en silencio, besando su hombro por sobre la camisa. Él acarició mi cabello y nos miramos profundamente, desnudando el fuego que residía en nuestros ojos.
Desperté de pronto. Eran las cinco de la tarde. Espantada, me incorporé intentando orientarme. Encontré mi celular y me mordí la lengua al ver que tenía tres llamadas perdidas de Yoongi. Había olvidado que teníamos que vernos aquella tarde. Maldije internamente y me levanté con lamentable torpeza a causa del sueño. Vante dormía. Parecía un jodido ángel. No me iba a ir sin despedirme, de modo que tenía la odiosa tarea de romper la armonía de aquella visión y traerlo de vuelta a esta realidad que, por algún motivo, le resultaba tan dolorosa.
Lo remecí con cuidado.
—¿Vante? Tengo que irme. —Sus párpados temblaron antes de abrir los ojos. Su cabello estaba despeinado y el sueño le confería un aspecto adorable.
—Quédate conmigo... —dijo él.
—Tengo que juntarme con mi mejor amigo... no puedo dejarlo plantado, no lo veo hace... once o doce días ya.
—Hmm... está bien —Se incorporó y se frotó los ojos—. Te iré a dejar. ¿Dónde es?
—Gracias, en realidad me salvarías la vida. Eh, voy a llamar a Yoongi para saber qué haremos.
Marqué su número, nerviosa. No sabía cuál sería su reacción después de sus llamadas y del compromiso que quizás creía roto.
—¿Enana? ¿Estás bien? —Fue lo primero que dijo al contestar.
—¡Yoongi! Sí, perdón, estaba... me quedé dormida, pero no te preocupes, tengo presente que nos veríamos hoy. ¿Voy a tu casa?
—Bien, te espero aquí —Y de pronto, como si sospechara algo, añadió— ¿De casualidad estás con alguien?
La voz de Yoongi se escuchaba perfectamente en la habitación a través del teléfono y Vante me miró fijamente.