Vante sonrió débilmente, mirando al suelo, mas no me dijo nada.
Lo cogí de la mano y lo conduje al interior de mi casa. Ya la humedad y el frío estaban resultándome insoportables.
Goteábamos tanto que prácticamente inundamos el espacio en el que se quitaban los zapatos.
—Espérame aquí. Iré por unas toallas.
Corrí escaleras arriba, temblando, y me quité la ropa mojada, secándome apresuradamente y reemplazándola por un pijama con rapidez. De inmediato cogí dos toallas y regresé a donde estaba Vante. Él continuaba de pie, cabizbajo.
—Baja la cabeza a mi altura —Le ordené a lo que él obedeció. Le pasé la toalla por su fino cabello y el olor a flores secas que desprendía llenó mi nariz—. Ahora quítate ese abrigo.
Vante se lo sacó, sin saber dónde dejarlo. Lo colgué de una percha. Ya pensaría qué hacer con el charco que se iba a formar en el piso. Noté que su sweater y su camisa estaban igual de mojados que el abrigo.
—Tendrás que sacarte eso también —señalé su ropa mojada, ruborizándome— la lavaré y la secaré, no será mucho tiempo.
Él me miró sonriendo tímidamente. Cogió entonces el sweater por el cuello y se lo quitó, levantando un poco la camisa y dejando ver una parte de la piel de su cadera junto con la orilla de su ropa interior. Esto estaba resultando un trabajo duro.
Intenté no quedarme mirándolo como boba cuando sus manos desabrocharon hábilmente los botones de su camisa, dejando su pecho descubierto. Su piel de color caramelo estaba erizada. Supongo que me quedé observándolo muy fijamente esperando a que se quitara la camisa, porque detuvo sus movimientos y cuando lo miré a la cara me miraba burlonamente.
—¿No tienes algo que me pueda poner por mientras? ¿O prefieres que vaya sin camisa por tu casa?
—Eh... ¡Sí! Digo ¡no! Sí tengo algo, no quiero que andes sin camisa. —Él se rio quedamente mientras que yo me daba la vuelta y corría nuevamente por las escaleras para ir a buscar entre mi ropa algo que pudiera prestarle.
Cuando pasé frente al espejo de mi habitación, me percaté de que estaba absolutamente roja. Dios, tenía que calmarme.
Encontré una camiseta vieja y enorme que había sido de Yoongi y se la llevé junto con un pantalón de pijama que seguramente le quedaría pequeño, pero como era delgado daba igual. Lo importante era no tener la vista fija en cierta parte de su cuerpo que se expondría de quitarse los pantalones mojados.
Cuando bajé, Vante se había sacado la camisa. Observé disimuladamente las sinuosidades de su torso, desde sus clavículas ligeramente prominentes hasta la gentil curva de sus hombros anchos.
Vante no era musculoso, aunque sí esbelto. Su delgadez se traducía en formas elegantes, pero su pancita era como la de un bebé. Subí la mirada por su pecho hasta llegar a su rostro y a sus ojos, los que me miraban fijamente. Creo que volví a enrojecer, porque sentí la sangre como nunca en mis oídos. Me aproximé a él sin decir nada y le tendí la ropa.
—Gracias —Dijo él—. ¿Se supone que también me quite los pantalones? —Preguntó extrañado al ver mi pijama de flores deslucidas.
—Sería lo más conveniente si no quieres pescar un resfrío.
—Dudo que eso sea posible, a decir verdad. —Rodé los ojos. De nuevo con sus enigmas.
Aun así, se puso la camiseta (que le quedaba suelta) y desabrochó sus pantalones, dejándolos caer al suelo y descubriendo sus largas piernas. Casi comienza a salirme sangre por la nariz, así que me di la vuelta para dejar de llenar mi mente de pensamientos impuros. No era la idea hacerlo sentir incómodo tampoco.
—Ya estoy listo —Dijo con una voz dos octavas más graves que lo normal, lo que hizo que me estremeciera.
Me di la vuelta y lo vi con mi pijama de flores que le llegaba a la mitad de las pantorrillas. Se veía tan ridículo que no pude sino echarme a reír.
—¡Oye! No es mi culpa que no tengas algo más decente que prestarme.
—Da igual. Ahora ven a secarte el pelo.
Fuimos juntos al baño y le pasé el secador de pelo, pero él me cogió de la mano antes de que me fuera.
—¿Qué pasa?
—Déjame secarte el pelo a ti primero. Digamos que yo tengo mejores defensas contra un resfriado y tú acabas de salir del hospital.
Obedientemente me senté en la tapa del retrete y el comenzó a secarme el pelo con la intensidad más baja. Pasaba sus dedos por mi cabello con suavidad, provocando en mí una agradable sensación.
—Listo. —Dijo él—. Como tienes el cabello corto es fácil secarlo.
—Tu turno. —Le dije yo.
Cambiamos lugares y procedí a hacer lo mismo. Acaricié su cabeza mientras que pasaba el secador y él dejó escapar un suspiro que sonaba demasiado a satisfacción. Una vez que hube terminado, guardé el aparato y me puse de pie frente a él intentando verme seria, pero él extendió sus brazos y me tiró hacia él, haciéndome caer sobre sus piernas. Pasó sus manos por mi cabeza y luego por mi cuello, y me besó la frente.
—¿Qué es lo que tienes ahí? —Dijo de pronto, señalando mi cuello con alarma. Supuse que se refería a lo que quedaba de los hematomas que ya habían prácticamente desaparecido de mi piel en estos días.
—Lo mismo que le hiciste a Jane. De todas maneras, lo tengo desde hace bastante tiempo. Me sorprende que no te hayas percatado antes. —Le dije mordaz. La expresión de Vante cambió a una de gélida cólera—. ¿Estás celoso? Sabes mejor que nadie que no tienes ningún derecho a estarlo —Me puse de pie, enfurecida.
—Ojalá fuera sólo eso, Daphne. Pero la situación es mucho más delicada de lo que crees.
—¡Por favor, Vante! ¡El hecho de que me haya acostado con alguien no es nada relevante para ti!
—En primer lugar, sí, es relevante para mí, pero a pesar de eso, no lo digo por esa razón porque como bien dices, no tengo ningún derecho a recriminarte nada. Daphne, esto es muy importante. ¿No te das cuenta de que esas marcas son demasiado inusuales para haber sido hechas en un simple polvo?
—No fue un simple polvo, Vante. ¿Acaso quieres que te dé los detalles? —Sus ojos se oscurecieron y su rostro se contrajo por una milésima de segundo en algo similar al dolor.
—Disculpa que te pregunte esto, pero ¿cuándo fue?
—El último fue hace una semana.
—¿Y a lo largo de esta semana no has tenido sueños extraños?
—No —mentí. No quería que empezara con lo de los espíritus otra vez.
—¿Estás segura? Por favor, Daphne. No me mientas.
—¿Y por qué me pides a mí que no te mienta cuando tú a mí sí me mientes?
—Yo nunca te he mentido.
—¡Pero sí me ocultas cosas! Y ahora que lo recuerdo, sí me mentiste una vez. Me dijiste que no conocías a Jimin y resulta que sí lo hacías. ¿Cómo puedes ser así? ¡Él está sufriendo creyendo que estás muerto! ¿Cómo pudiste llevar a cabo esa mentira tan a sangre fría y causarle tal dolor a tu mejor amigo? No tienes idea de la culpa con la que lidia todos los días. Y no tienes idea del dolor que me causas a mí con tu comportamiento errático. ¡Te quiero, Vante, pero duele! —Él se quedó en silencio, mirándome con una de sus típicas expresiones indescifrables—. Iré a meter tu ropa a la lavadora. —Me giré y salí del baño.