Demonios, magia y androides

2- La niña, la casa y el espejo

El demonio que me acecha - Segunda parte

La niña apenas tenía 12 años, pero nunca se comportó como los de su edad. Ella verdaderamente quería ver la casa, aquello de lo que todo el mundo hablaba y a la vez callaba. Sus padres, por supuesto, no la hubiesen dejado ir, aunque eso sólo aumentó sus ganas de verla. Más que solo verla, deseaba entrar y sentir la casa, imaginarse cómo sería vivir en ella.

Recordó lo sucedido en la escuela y se alegró de no estar allí en aquel momento, con todas aquellas personas gritándole y suprimiendo su verdadero ser. La niña siguió caminando por la vereda vieja y rota del vecindario, divisando a lo lejos su destino. Sentía cómo algunas cortinas se corrían en las casas a su alrededor y sus propietarios la observaban, probablemente pensando que estaba loca por siquiera pensar en ir hacia ese espantoso lugar. Pero ella no sacaba la sonrisa de entusiasmo y caminaba dando pequeños saltitos de vez en cuando. 

Se encontraba a unas cuatro cuadras de la casa, pero de un segundo a otro ya se encontraba ahí, como si se hubiera transportado. Observó que las rejas estaban rotas y el caminito hacia la puerta no parecía haber notado el paso del tiempo. Por otra parte, el resto de la casa estaba prácticamente destrozado. Sucio, viejo y de aspecto peligroso, eso a la niña le fascinaba,  y se dirigió muy contenta hacia la entrada. Por suerte, en la zona que rodeaba a la casa ya no había vecinos, todo el lugar era prácticamente pasto sin cortar y árboles desperdigados al azar. Nadie vería nada de lo que hiciera. Estaba cansada de que supervisen cada segundo de su vida. 

Por dentro, la casa no se veía tan mal. Estaba cubierta por una capa de polvo gruesa, pero la mayoría de los muebles aparentaba estar en buenas condiciones. La niña pensó que quizás la fachada del hogar había sido arruinada a propósito con tal de alejar a los curiosos como ella. Siguió paseando por el lugar, tocando la mayor cantidad de cosas posibles, ya sean lámparas, libros, sofás y objetos de decoración antiguos. Se encontraba en la sala de estar, una habitación amplia y de techo alto. En el costado derecho había una escalera de madera podrida y una puerta tan rota que se podía ver todo lo que había del otro lado. Era un baño que tenía un espejo tan nuevo que llamó la atención de la niña.

Ignoró por completo las dos puertas a la izquierda, y nunca supo que detrás de ellas se encontraban la cocina y una despensa. En cambio, se esforzó en abrir la puerta, que estaba trancada y posiblemente cerrada con llave. Al darse cuenta que era imposible abrirla, decidió pasar por el hueco que había en la parte de abajo. No pensó que podría pasar por ahí, pero el hueco parecía haberse hecho especialmente para ella. 

 Entró al baño muy emocionada de averiguar lo que todo el mundo intentaba ocultarle. Sus paredes estaban recubiertas de baldosas blancas, y sólo unas pocas tenían algo de brillo. El inodoro parecía haberse extirpado hacía mucho tiempo, aunque la bañera aparentaba estar en buenas condiciones, exceptuando sus cortinas andrajosas. Pero lo más interesante de todo aquello era el lavamanos. A pesar de estar cubierto de suciedad y moho, la niña no creía que fuera tan antiguo como el resto de la casa. Echó un vistazo y vio hilos de sangre escurriéndose por el desagüe, aunque no le dio tanta importancia como al espejo. Era despampanante, nunca en su vida había visto un espejo tan hermoso y con tanto brillo. Tenía una forma ovalada que reflejaba de la cabeza a la cintura de la niña. Esta lo miró con una emoción indescriptible y acercó una mano hacia su superficie, pero no pudo tocar nada.

 No pudo tocar nada, porque sus dedos traspasaron el vidrio.

 La niña no se detuvo, y siguió sumergiendo su mano, luego su brazo, y en cuestión de segundos se apoyaba en el lavamanos para entrar por completo en el espejo. 

 Cuando ya estaba en el otro mundo del que tanto había escuchado hablar, se sorprendió de su belleza, igual o superior a la del espejo. Parecía ser una habitación de igual tamaño que la sala de estar, pero toda su superficie estaba recubierta de una sustancia viscosa y rosada, sin muebles, ni puertas, ni ventanas. Algunas esquinas se veían más oscuras que otras, y ciertas zonas de las paredes tenían manchas de sangre. 

De pronto, la niña escuchó unos susurros en su oído. O más bien en su cabeza, aunque no estaba tan segura de ello. Le contaban cosas que siempre había querido saber, le revelaron  secretos que sus padres ocultaban, y le sugirieron ideas que jamás se habría imaginado. Eran unas voces que la acompañaban y la entendían, no la juzgaban ni pretendían saber más que ella.

Cerró los ojos. 

Cuando los volvió a abrir, ya no se encontraba en el espejo. 

Tenía la apariencia de un ático. Frente a la niña había un gran ventanal que daba al patio trasero. A su alrededor, además de cajas y telarañas, la estaban mirando. Como el cielo se encontraba nublado, no pasaba mucha luz por el ventanal, y de todas formas solo iluminaba a la niña. Los demás, al parecer, preferían quedarse en la sombra y en silencio. No podía ver muy bien, pero aún así se dio cuenta que ninguno de ellos estaba completo. Piernas, brazos, cabezas, mandíbulas, órganos. A todos les faltaba algo, igual que a ella.

Se dirigió a su destino a grandes pasos. 

El ventanal cada vez se veía más grande. Al llegar, la niña miró hacia abajo, al patio trasero. Sobre el pasto, alguien había clavado estacas de uno a dos metros de altura. Era lo lógico, por supuesto. Seguramente esa persona siguió lo que le indicaron las voces del espejo, que siempre tenían razón. 



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En el texto hay: distopia, brujas magia, reinos guerras

Editado: 28.12.2021

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