Abe Wilson era el dueño de una librería particularmente encantadora, pero que vendía muy pocos libros, ya que su principal atractivo residía en que por unos cuantos peniques, podías pasarte horas en una de las dos salas ubicadas en la planta superior leyendo el libro de tu preferencia y tomándote un buen café, una taza de té, o incluso un scotch para los más exigentes. Otro de los atractivos del establecimiento de Abe, era que los que se paseaban entre sus estanterías, podían encontrar textos muy curiosos que iban desde ejemplares de primera edición, hasta manuscritos que por su aspecto, se diría que tenían cientos de años.
Abe era también un ameno conversador que parecía versado en todas las materias existentes, aunque algunos de sus clientes más asiduos sabían que había sido profesor de historia, lo que explicaba, al menos para ellos, sus amplios conocimientos.
Siendo que trataba con mucho público, Abe había tenido que enfrentar toda clase de situaciones, pues los seres humanos suelen ser muy entrometidos, curiosos e indiscretos. El primer asunto que lo había fastidiado mucho, había sido el tema chicas. Abe era tremendamente atractivo, de manera que por lo menos la mitad de sus primeras clientes, habían sido jovencitas muy decididas a cazarlo. Pero no le había ido mucho mejor con ciertos caballeros que al notar su poco interés en las damitas, habían asumido que Abe era gay.
Ante esta situación, el pobre sujeto tuvo que tomar una decisión, pues a él ciertamente no le interesaban ni ellas ni ellos, ya que Abe no era un hombre común, sino que era un ángel caído, lo que explicaba entre otras mucha cosas, su sobrenatural belleza. Sin embargo, él estaba convencido de que no debía tener aquella clase de relación con los humanos, de manera que cambió la forma que había adoptado al caer y tomó el aspecto de un anciano.
Dada su condición, él podía fácilmente suprimir cualquier idea de aquellas cabezas, pero aparte de que era un real fastidio, lo que lo hizo tomar la decisión definitiva de cambiar su aspecto, fue la amenaza de una criatura que juraba que se quitaría la vida por su causa. Esto desesperó a Abe, porque era verdad que él podía suprimir pensamientos, pero no tenía ningún poder sobre los sentimientos, de modo que aquella tragedia que en verdad se hizo efectiva, fue lo que cambió las cosas.
El nombre real de Abe era Abadon, y había sido un serafín que se había dejado seducir por las ideas de Lucifer, pero una vez que habían sido expulsados, ni todo su arrepentimiento obró a favor de ganar el perdón, algo que Lucifer esgrimió a favor de sus ideas diciendo que aquello no se correspondía con el amor y la conmiseración que se predicaba. Abe tuvo que resignarse a su nueva condición, y como ahora tenían sentimientos más complejos y no solo el amor primordial del que estaban hechos, guardaba un verdadero resentimiento hacia Lucifer y uno mucho mayor hacia todos aquellos ángeles que habían decidido seguir caminos retorcidos causando tanta tragedia y dolor a la humanidad. No obstante, no militaba ni en un bando ni en otro, porque a pesar de que estaba en contra de las actividades de los seguidores de Satanael, tampoco aprobaba ciertas conductas de los del otro bando, así que se mantenía neutral y no intervenía en ningún sentido.
Una tarde se encontraba en la segunda planta explicando a un estudioso de las religiones, una cuestión relacionada con el concilio de Nicea, cuando sintió una presencia que no le agradaba en forma especial, de manera que se excusó con el joven estudiante y bajó. Unos segundos después había localizado a tres jóvenes que hurgaban en la sección de esoterismo, pero fue solo uno hacia el que dirigió su atención, con la resultante de que unos minutos después, lo había apartado de sus compañeros y ahora lo miraba con hostilidad.