Como la mayoría de los nephilims que estaban en la propiedad de Samael estaban en pésimas condiciones, ya que los Shekhinà no se habían mostrado especialmente misericordiosos, los guardianes no pudieron hacer mucho y ni siquiera estaban muy seguros de que Samael los hubiese escuchado.
Zacharel, Kamael y Jeremiel, eran de los que sostenían que no necesariamente todos los caídos eran malos, algo que solo podía entenderse desde la perspectiva de que el primero era un ángel de la alegría, la benevolencia y la misericordia, el perdón y la libertad; el segundo lo era del amor, la compasión, la misericordia, el perdón y la comprensión; y el tercero no solo era un ángel de la paz, la concordia, la devoción por la verdad, el arrepentimiento y la retribución, sino que fue el que intercedió ante Dios por los Nephilim. De manera que si bien no interferían en la persecución de los caídos y muchas veces debían participar en ella, seguían sosteniendo su punto, aunque sabían que tenían pocas posibilidades que Mikalyàh los escuchase.
Una vez que Kellen había sido expulsado, decidió de forma arbitraria cambiar su nombre, porque a su juicio, aquella ridícula similitud en los de todos sus congéneres y sabiendo además lo que la terminación de casi todos significaba, él no iba a ir por ahí portando el odioso nombrecito de Amiel, que era el que originalmente le pertenecía.
Todos pensaban que la principal razón por la que se había agenciado su boleto de salida era su total incapacidad para aceptar cualquier cosa impuesta por otro, y aunque esto era cierto, la razón real había sido otra. Sin embargo, al caer tuvo verdaderas dificultades con aquellos que en su opinión, o bien eran muy hipócritas, o simplemente habían cambiado de parecer con la caída, el asunto era que le hacían la vida miserable y fue mucho el tiempo que pasó en Bayal.
Una vez que tuvo una idea más o menos clara de cómo era el asunto en su nuevo hogar, y notó que aquí o allá era la misma cosa, porque siempre habría un infeliz queriendo controlarlo todo, el espíritu decididamente anarquista de Amiel lo llevó concluir que lo mejor por hacer era alejarse de todo y de todos, el problema residía en que él había sido creado como un ángel con dones simplemente incompatibles con esa situación y no había manera de que viviese en soledad, así que tuvo que buscar otra alternativa. En principio los demás caídos y con posterioridad los humanos, siempre querían algo de él, y en el caso de los primeros y si podían, intentaban aprovecharse, y en el de los humanos, y aunque no podían, no por eso dejaban de intentarlo. Todo lo anterior contribuyó a forjar el carácter desagradable, antipático y antisocial que todos opinaban que tenía, pero también hizo que decidiese que todo el que quisiese algo debería pagar por ello, convirtiéndose inadvertidamente, en el creador de los mercenarios y padre del concepto en sí mismo. Aunque no era su idea crear un grupo de ninguna especie, al que creció a su alrededor, algo natural debido a los dones de los que era portador, y cuando algunos sugirieron que debía comandarlos, él se negó y de hecho montó en cólera, pero luego les daría solo una premisa que se mantendría siempre, y era que no habían sido expulsados de su hogar para venir a encadenarse neciamente a otro tirano, de manera que cualquier decisión que tomasen y cualquier cosa que hiciesen, dependería exclusivamente de ellos y si consideraban que las mismas les reportaba algún beneficio.
Por supuesto y como cabría haber esperado, a Samael no podía pasarle inadvertido aquel individuo y había intentado atraerlo hacia su bando, pues ya estaba en conocimiento de la habilidad que tenía con las palabras y esto hacía que le resultase sumamente fácil conseguir cualquier cosa de cualquiera sin esforzarse mucho, de modo que sería un activo muy valioso. No obstante, pasaría mucho tiempo antes de conseguirlo y de hecho no sucedería hasta que Heylel lo envió a Bayal por una indecente cantidad de tiempo y Samael se enteró de ello.
La situación de los mercenarios que eran enviados a reclusión variaba de acuerdo a su condición, y la misma determinaba también el lugar al que eran enviados. Por ejemplo, si éste era un descendiente, era enviado a el parque y posiblemente su progenitor se ocupase de gestionar su salida, pero si era un caído, a donde lo enviaban era a Bayal, y si no contaba con un padrino apropiado, no le quedaba más remedio que cumplir el tiempo al que había sido condenado sin ninguna posibilidad de salir. Esta circunstancia fue la que aprovechó Samael para ofrecerle su generosa oferta y siendo que Amiel ya sabía que sin el apoyo de algún caído de rango superior, siempre demoraría más en salir cuando alguno de los nueve decidiese enviarlo a Bayal, aceptó, pero dejando claro que nunca haría nada que no quisiera ni aceptaría órdenes de nadie que no estuviese dispuesto a pagar, aunque también le dio su palabra en el sentido de no negarse nunca a aceptar un trabajo que él requiriese sin menoscabo de lo anterior, algo no solo no hizo feliz a Samael, sino que lo enfureció, pero sabiendo lo útil que podía resultar aquel sujeto, también le dio su palabra de socorrerlo en los inevitables viajes a prisión.