Heylel era un ángel que se había agenciado su expulsión debido a su exacerbado apego a la libertad. Muchos siglos habían transcurrido desde entonces, y a lo largo de ese tiempo había recibido diversas denominaciones, una de las más populares era la de Lucifer. Hasta allí todo muy bien, el problema se presentó cuando comenzaron a confundirlo con Satanael. En algún momento de la historia, la figura de Lucifer y Satanael se fusionaron en una misma, algo completamente absurdo, pues un ángel en ningún caso podía ser un demonio, pero como decía el mismo Heylel, la estupidez era libre.
Su desacuerdo, como solía llamar al soberbio lío que había organizado en casa, obedecía a su recalcitrante defensa de la libertad, de modo que la consecuencia de su actitud le había reportado el tener que probar que el ser humano era no solo merecedor de esa libertad, sino que sabría cómo manejarla sin dañar a sus semejantes, y la forma de hacerlo era constituyéndose en el tentador oficial de la humanidad.
Aunque Heylel había defendido su punto a sangre y fuego, y estaba convencido de ello, no solo tendría que probar su punto, sino que la lucha contra otra criatura netamente malvada y a quien ciertamente no le interesaba en lo más mínimo que el ser humano se superase a sí mismo, sino que contribuiría en forma decidida a que no lo hiciese de ninguna manera, dificultando mucho con ello el trabajo de Heylel, pues si bien sabía que aquel sería su enemigo, el desgraciado aquel tenía a su servicio una grosera cantidad de criaturas que se reproducían como ratas.
Adicional a lo anterior, y si bien era el único que sabía que con su caída, no solo adquiriría los defectos de la futura humanidad haciendo más difícil su tarea, ya que tendría que luchar contra éstos en sí mismo, también perdería el único medio efectivo para acabar con Satanael. De manera que estaba perfectamente al tanto de que su lucha no tendría fin y que pasaría el resto de la eternidad en aquel terrible y continuo enfrentamiento, sin poder descuidar su otra obligación sin importar lo injusto que le pareciese tener que hacerlo cuando Satanael y sus huestes ya hacían ese trabajo y con mucha más saña, pues mientras Heylel se limitaba a tentar con el fin de que el ser humano fuese capaz de resistirse y superarse, Satanael y los suyos ejercían cualquier método de coacción imaginable para perderlos en forma irreversible.
Durante mucho tiempo, todos los caídos a excepción de cuatro de ellos, a saber, Sariel, Abadon, Raziel y Ramiel, habían ignorado lo que Abe llamaba el castigo adicional de Heylel, de manera que todos asumían que Heylel se comportaba de aquella manera, es decir, fastidiando a la humanidad que originalmente había defendido, debido al resentimiento por la caída y a sus nuevas características, pero mucho tiempo después, Heylel hizo partícipes de la verdad a Araxiel y a Limeriel, y ellos habían guardado celosamente su secreto, porque si a ellos se les dificultaba entender aquello, no había ninguna posibilidad de que los otros lo hiciesen, como les advirtió Heylel, y lo más seguro sería que utilizasen aquella información para causar un caos mayor del ya existente; y si bien inicialmente Araxiel se había mostrado en desacuerdo y pensaba con aquella información se desmontaban todas las historias oficiales sobre Lucifer, Heylel se mostró igualmente en contra, y sería Limeriel la que lograría que Araxiel entendiese y recordase, que Heylel había sido expulsado no por desobediencia, sino por defender y hacerse responsable por sus ideales, de modo que no había forma de que renunciase a la responsabilidad que le habían adjudicado, independientemente de que le gustase o no.
De ese modo habían llegado al presente, con un Heylel tremendamente abatido y deseando poder morir, no solo por el peso de todo lo anterior, sino porque había sucumbido al amor, y a uno que sabía imposible, porque a pesar de que pudiese salvar a Lil y probar que no por ser mitad shedim era necesariamente mala, su amor nunca tendría una oportunidad.