Horas más tarde de que mi tío se había cansado de conversar, la plática fue larga, él solía ser de las personas que hablan muchísimo, Coreen y yo buscamos a las chicas por toda la casa, las encontramos justamente arriba, ellas estaban en la habitación que le fue asignada a Ana y a Lora. Desde el pasillo se escuchaba las voces de ellas. Hablaban en un tono muy alto. Entre sus voces escuchaba risas elevadas. Se estaban divirtiendo.
—Tengo ansiedad de saber que le causa tanta risa —comenté sonriente —. Son muy caprichosas y locas. De seguro deben de estar hablando de sus ligues, aventuras o novios.
—Vamos a averiguar —dijo Coreen —. Yo no le quedó atrás. ¿Sabes de qué tengo ganas?
Giré mi rostro a mirarla y la detuve, Coreen me miraba fijamente y con una sonrisa malévola.
—Espero que no sea una de tus locuras hermana —le advertí seriamente —. Coreen soy tu hermana y me preocupas. Si esto es ahora, me imagino como serás en un futuro próximo. Piensa en papá y en mamá. Por lo menos una vez en tu vida. Algún día serás madre y sentirás el sufrimiento de preocuparte por tus hijos.
Coreen se rio.
—Pero Denis es muy temprano para pensar en esas cosas, yo sólo vivo y ya. Me vale un centavo lo que digas. A mí no me vas a amargar mi vida. Si tú eres la hija equilibrada, yo soy la que da dolor de cabeza.
—Y bastante... —guardé silencio —. ¿Qué me cuentas de ti? No quisiera que andas con un delincuente.
—No, no te preocupes —cruzó los brazos Coreen y apartó su mirada de mí —. Esos no son de mi gusto.
Metí mis manos en los bolsillos.
—Vámonos —le indiqué hacia el pasillo.
Coreen caminó de prisa hacia la habitación, se quedó enfrente de la puerta, volteó su cabeza hacia mí y puso su dedo en su boca en un gesto de que haga silencio. Cuando llegué hacia donde estaba Coreen, me quedé ahí también como ella. No soporté y abrí la puerta. Mi hermana quería escuchar lo que estaban hablando.
—¿Qué es lo que pretendes Coreen? —espeté agobiada.
Entré hacia adentro, luego Coreen me siguió. Me imaginaba la decepción que llevaba por dentro, pero eso no me importaba.
—¿Qué han tomado ustedes? —las interrogé con los ojos achinados.
Parecían como si hubieran tomado alcohol.
—Nada, sólo conversamos —contestó Lora —. Pero vengan vamos a hablar de chicos. No hemos tenido la oportunidad de hablar.
Nos aproximamos y nos unimos a las chicas.
—Ah, entonces es por eso que están como chivas —pronuncié —. Desde lejos se escucha sus chillidos. Por Dios controlen sus hormonas.
—Obvio —dijo Sofía.
—¿Dinos qué haz sabido de Max? —preguntó Ana.
Se arrugó mi cara al instante. Tan sólo mencionar su nombre se me devolvía el estómago.
—Me molesta todos los días —respondí agobiada.
—No se desiste —comentó Lora.
—Nunca lo ha hecho —añadió Sofía.
—Vamos a ver chicas hablen de ustedes, pero antes voy a buscar frutas, chocolate y refrescos mientras ustedes hablan —pronuncié —. O si prefieren una botella de vino... Sidra...
Me levanté en seguida en busca de lo antes dicho, salí de la habitación y bajé por las escaleras a buscar lo que había dicho antes.
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Editado: 29.05.2024