Llegan pensamientos de otra vida a mi memoria. No puedo evitar el dolor de cabeza que produce usar tanto el cerebro en la situación en que me encuentro.
Paula ha regresado de hacer las compras, yo estoy sentado en la terraza esperando el café que debió traerme la sirvienta hace un cuarto de hora, pero recuerdo que la despedí hace algún tiempo; sin embargo, todavía la espero. Me mira y suspira mientras posa su mano en mi hombre. «Hace un poco de frío», dice sin apartar la mirada del viejo espejo que cuelga desde hace años un lado de la terraza. Apruebo su comentario con un gesto de cabeza al tiempo en que ella me guía a la sala de estar.
No puedo evitar soltar un quejido al ver aquellas paredes blancas tan molestas, adornadas con unos tétricos cuadros que dan ganas de llorar. En esa misma sala hay unos muebles góticos, idea de Paula, que producen un aire de inestabilidad emocional increíble; un pequeño estante con algunos libros es lo único que le da vida al lugar.
Soy puesto, cual objeto de estantería, cerca de la ventana de cristal de donde veo las primeras gotas de lluvias caer.
En julio murió Beatrice, en julio quedé paralítico y quedé postrado en esta silla de ruedas para el resto de mi vida. Pero no quiero revivir aquel tedioso momento de mi existencia sin que antes me martirice un poco con la simple agonía de estar vivo.
Por fin puedo degustar de una rica taza de café en compañía de Madame Bovary cuando ahora cae la lluvia intensamente. La lluvia calma mis demonios, me hace saber que estoy solo y me hace sentir en paz. Paula fue a su cuarto a hablar por teléfono con su novio. Desde el lugar donde me encuentro puedo ir a mi dormitorio, a la cocina y el baño sin la necesidad de que nadie me ayude; este es el único momento en que me siento bien: puedo depender solamente de mí.
La noche viste el panorama de oscuridad. Una insignificante gota de lágrima cae por mi mejilla. La forma en que Flaubert mata a Emma me causa una profunda conmoción. El aire se hace espeso y la niña otra vez deja oír sus quejidos. Trato de consolarla, pero es totalmente inútil que intente dominar fuerzas que no pertenecen a este plano.
La lluvia no cesa y entre relámpagos y truenos atroces hace presencia tras de mí un ser de manos gélidas que toca mi hombro y me dice con una voz temblorosa que hace frío, que le dé abrigo o, simplemente, le permita quedarse un rato para calentarse en el fuego de la chimenea que aún estaba encendido.
Temeroso de la extraña aparición de aquel ser, y sin tener el coraje de voltearme a ver su rostro, le dije que podía calentarse el tiempo que desease y que podía llevarse un abrigo al momento de partir, pero de pronto todo quedó por un minuto en silencio, y cuando creí que nuevamente me encontraba solo me iba a dar la vuelta. En ese instante el ser habló.
No entendí qué quiso decir el ser con aquello de Sigue siendo niña, mas no pude preguntar otra cosa, pues el ser había desaparecido, yendo de a poco poniéndose tibia la sala.
La lluvia va perdiendo la furia y una leve claridad se va dejando ver en el patio, comprendo que el farol que había estado apagado se ha encendido, extrañamente se ha encendido.
Cansado ya de las disquisiciones solitarias del día y la extraña aparición del extraño ser, me retiro a la cama. Voy pensando en quién será la Elizabeth que todavía no ha nacido, quién será la niña que llora. Pienso en si me conozco, si existo.