El estridente y constante sonido de los coches comenzando a pasar a toda velocidad dirigiéndose a la carretera interestatal a primera hora de la mañana, era lo que la hacía despertar cada día. Estaba acostumbrada, pero a veces, le parecía tan exasperante que debía apretar la almohada contra su rostro para no gritar, justo como aquella mañana.
Su abuela dormía en la habitación contigua, así que, no despertarla era otra de sus motivaciones para evitar gritar desesperada.
Se puso de pie, su pijama consistía en una sudadera enorme y mallas térmicas. Aquellas casas prefabricadas en bloque en las que la gente menos afortunada vive a las afueras de las grandes ciudades eran una completa ruina. No tenían calefacción y la manta que mas cobijaba se la dejaba a su abuela; la edad hacia doler sus huesos y articulaciones con el frio, así que, ella podía soportar un poco.
Se miró al espejo al entrar al pequeño baño de la casa de un solo piso. Su reflejo con bolsas bajo sus grandes ojos azules la hacían lucir como un intento de mujer bonita. Quizá si dormía un poco más aquellos signos de cansancio desaparecerían y por fin lograría lucir como cuando tenía quince años y muchas menos preocupaciones. Cuando aún recibían las ayudas del gobierno por ser una menor de edad huérfana y su abuela aún tenía fuerza suficiente para trabajar.
Tomó el cepillo de dientes eléctrico que había comprado por puro capricho para luego arrepentirse; al ver que las pastillas para regular la presión arterial de su abuela se habían terminado. En una esquina del espejo descansaba una foto recortada directamente del periódico local en la que Dorothy Banks sonreía brillante hacia la cámara frente a las puertas del gran teatro Campell. Dorothy era una actriz local que gracias a que un cazatalentos la descubriese; había logrado fama mundial después de sus presentaciones en el teatro de la ciudad. La susodicha había asistido a la academia de actuación Campell. En su ciudad todo parecía pertenecer a la familia Campell, o cuando menos, mucho llevaba su nombre.
Ella había recortado aquella fotografía muchos años atrás, cuando aun tenia la esperanza de llegar a ser como Dorothy. Cuando creía con más fervencia que podría lograrlo. Ahora tenía veintitrés y a esa edad es como si comenzaras a ser mas realista de lo que nunca has sido… Es fácil perder los sueños cuando tienes veintitrés, vives en la periferia de la ciudad y tienes un trabajo de mierda en el que llevas cuatro años, con la supuesta meta de ahorrar para comenzar un curso de actuación y tus ahorros se van cada que hay un imprevisto, que es, básicamente, cada mes.
¿Te suena familiar? Minerva esperaba con toda su alma que no. Deseaba que nada de esto le pareciera familiar a nadie mas que a ella, porque esa cruel manera del destino de pisotear sus sueños era desmotivadora.
Llenó de pasta dental el cepillo y lo encendió. De pronto, ante su reflejo de ojos azules y cabello rubio que todos los que la habían visto crecer habían alabado al menos una vez, se dio cuenta de que la vida definitivamente se estaba tardando demasiado en llevarla por aquel camino de éxito que todos le auguraban a su clásica belleza. Quizá solo estaba destinada a ser el ejemplo, claro y presencial, de cómo las chicas bonitas nacidas en familias pobres no deben desaprovechar sus atributos con la esperanza de lograr sus objetivos de maneras más justas.
Quizá, si hubiese aceptado casarse con el viejo dueño del conjunto de apartamentos familiares de al lado, ahora podría ser un poco más como Dorothy y no como ella misma…
—Minerva Morté… —pronunció su nombre frente al espejo luego de escupir los restos de dentífrico al lavamanos y enjuagar su boca con agua. Sonaba extraño, no entendía la razón por la cual sus padres habían creído que aquel era un nombre que auguraba éxito.
No habían funcionado sus supersticiones sobre darle un nombre imponente a la hija que ni si quiera vieron crecer. Tal vez era una suerte que se ahorraran el presenciar en lo que se había convertido. Y además de todo, aquel no sonaba como el nombre perfecto y romántico que tienen todas las protagonistas de las historias de amor. Quizá por eso es por lo que aún no había tenido la suya. Otra cosa mas que añadir a su lista de fracasos vitales.
Salió del baño, con una calma mortal que se esfumó en cuanto sus ojos se cruzaron con el antiguo reloj colgado en la cocina.
— ¿Qué has estado haciendo en el baño por tanto tiempo? —su abuela la miró con ojos fatigados desde su mecedora, la madera vieja y cansada chirriaba bajo el peso de la mujer.
Minerva le dio un rápido vistazo a aquel rostro envejecido. Su abuela había hecho todo por sacarla adelante luego de que sus padres fallecieran en un inesperado accidente de tren, le debía todo. Verla volverse débil y pequeña le hacía doler el alma, porque las arrugas cada vez mas notorias en su rostro y el cabello cada vez mas blanco la ponía a pensar en que llegaría el momento en que ella le faltase y… no quería imaginar que se hiciera realidad, porque entonces estaría completamente sola en la vida.
—Pensaba mi nombre artístico… ya sabes, para cuando sea una actriz famosa —soltó la joven, con espacios entre las palabras, ocasionados por la dificultosa actividad de meterse en aquellos rígidos pantalones caqui, que eran parte de su uniforme como cajera en un pequeño super mercado cerca del centro de la ciudad.
— ¿Cuál será ese nombre? —escuchó su carcajada atragantada y sonrió mientras se metía la polo negra por la cabeza.
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Editado: 10.08.2021