Bastian entró por las enormes y elegantes puertas de su casa. Llevaba toda la vida viviendo en aquella mansión y mudarse, aun cuando ya estaba más allá de la edad mínima para hacerlo, no parecía una buena opción cuando el lugar era lo suficientemente grande para tener la privacidad que necesitaba. Además, había optado por acompañar a su madre, que era la única, además de él, que aún vivía ahí permanentemente.
Sus primas y su tía pasaban la mayor parte del tiempo en Italia, mientras que su hermana se había marchado cuatro años atrás para comenzar sus clases de pintura con los mejores del continente europeo.
Hasta unos meses atrás, aquel espacio también era ocupado por Abraham Campell; él era una de esas personas cuya ausencia representa un vacío enorme. Porque desde que había partido con una muerte ridículamente tranquila mientras dormía; aquella casa se sentía más vacía que nunca. Aun cuando lo único que faltaba era aquel viejo de ojos cafés rondando a las personas del servicio, preguntándoles las historias de sus vidas y cual era su experiencia más amarga y la más feliz, para apuntar lo que podría servirle de futura inspiración en su cuadernillo…
Bass se dirigió al comedor con pasos lentos y cansados. Después de veinticuatro horas laborando, lo que más deseaba era una comida real, algo contrario a la fruta deshidratada y cacahuates empaquetados que compraba en la máquina expendedora entre cada cirugía.
—Me muero por conocerla…
—Tu tía dice que ni siquiera existe, dice que sus dones psíquicos la hacen sentir que Bass está mintiendo —la voz de su madre, amortiguada por las paredes lo hizo rodar los ojos.
—Pues yo le creo… Bastian no mentiría con algo así.
—Morin… ¿Cuándo has visto a tu hermano saliendo con alguien?
—Pues… nunca, pero esto no es cualquier cosa mamá, no creo que deje que perdamos todo… —aquella otra voz lo hizo sonreír un poco, a pesar del tema de conversación.
Su hermana estaba en casa y si había algo que le gustaba casi tanto como entrar a una cirugía era ver a su hermanita.
—Pueden dejar de hablar de mi como si no estuviera detrás de ustedes… —soltó él con voz sarcástica.
—¡Hermano! —Morin se puso de pie y se lanzó a sus brazos, sonriendo alegre, le recordaba a cuando tenían veinte años menos y ella corría tras él para contarle cómo había ido su día en las clases privadas de pintura al óleo.
—Pues no sabíamos que estabas detrás de nosotras. Creo que debo recordarte que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas —susurró su madre, mirándolos sobre el hombro, aun sentada a la cabecera de la mesa.
El rostro de Mariel, desfigurado con seria preocupación hizo a su hija ir con ella. Solo ese gesto bastó para hacerle saber a Bass que incluso su hermana estaba del lado contrario a él; el lado en el que todos se preocupaban por la herencia Campell más que por las aspiraciones personales del responsable.
Morin era una chica dulce, sensible y desinteresada, amaba la libertad y andar de un lugar a otro, quizá era la más sencilla de aquella familia. Pero definitivamente, nadie que haya crecido con la linda facilidad de tener todo sin casi ningún esfuerzo, está listo para perderlo, así que la entendía, de cierta forma entendía a todos.
Bass emitió de forma inconsciente una mueca de incomodidad… lo cual no pasó desapercibido para su hermana, que encontró que lo más adecuado era simplemente encogerse de hombros.
—Yo sé que dices la verdad Bass, confío en que en el cumpleaños de la tía Vera traerás a tu prometida… —aquello era algo que él mismo había dicho, excepto la parte en la que ya era una prometida y su madre pareció recordar justamente aquello.
—¿Ya se lo has pedido? —lo miró de forma evaluadora, era evidente que sabía la respuesta.
De pronto, se esfumaron sus deseos de comer.
—No, mamá —dijo en un tono monótono.
Definitivamente estaba en problemas, porque la verdad era que no había una chica. El cumpleaños de la tía Vera estaba a solo tres semanas y él en verdad debía comenzar a buscar. Quizá era tiempo de recorrer su lista de contactos de chicas con las que había pasado una noche, en busca de una que fuese lo suficientemente interesante para ser invitada a la cena, al menos de forma provisional.
—Pero, la traerás… ¿cierto? —los ojos claros que su hermana había heredado del padre de ambos se tornaron preocupados. Bastian asintió, comenzando a dirigirse a la salida.
De pronto la cómoda y silenciosa privacidad de su habitación era todo lo que quería y necesitaba.
—Traeré a mi novia y la van a amar… —soltó, casi sonando convincente.
Estaba jugando con fuego; quizá su padre estaría orgulloso de que ahora fuese un mentiroso experto. Lo último que supo de él fue que estaba en un viaje por Suramérica, conquistando bellas chicas sedientas de la fama que él prometía. Después de su crisis de los cincuenta ya no había sido el mismo. Su padre; Joshua Collins había sido un productor famoso. Durante el auge de su carrera; cuando lo llamaban “mano de oro”; porque todo lo que tocaba comenzaba a brillar, había conocido a su madre y los cautivadores ojos oscuros de la mujer acompañados del apellido que comenzaba a sonar por toda la industria, lo habían llevado a conquistarla. Mariel había quedado embarazada unos meses después, hasta la fecha se negaba a admitir que aquello había sido el declive de su carrera como actriz de teatro, pero, Bass podía ver la mentira brillando en sus ojos cuando negaba con una sonrisa y decía; Bass es lo mejor que me pudo ocurrir.
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Editado: 10.08.2021