Aquella mañana Minie salió del hospital sabiendo que la noche anterior había sido la última que pasaría ahí.
Fue directo a su casa, a bañarse, comer un poco y salió hacia el trabajo, deleitándose con aquella rutina que había sido una constante en su vida por más de cuatro años. De alguna manera, cuando sabes que ha llegado la última vez que algo sucede, lo disfrutas más, también comienzas a añorarlo, por su puesto.
El chofer de Bastian iría por ella a su casa por la tarde. Aun cuando él había dicho que no necesitaría llevar absolutamente nada con ella; Minie había dejado listas unas cuantas cosas que su corazón había clamado por llevarse. Su cepillo de dientes eléctrico no podía faltar, además de un retrato de sus padres y la foto de su cumpleaños numero diez con su abuela a su lado.
Pero antes de dejar su casa para interpretar aquel magistral papel que comenzaba a definir su vida y cambiarla en demasiadas formas, debía dejar algo más; su empleo.
Si, vamos, que ella lo encontraba horrible. Empleo de mierda, soltaba en su mente cada que pensaba en las cajas registradoras y los pasillos llenos de víveres enlatados y cosas por el estilo. Pero, quizá lo extrañaría un poco. Quizá, cuando aceptas tu vida con todo y sus decepciones, en el momento en que todo mejora extrañas tu miseria. Es normal ¿o no?
Minerva no esperaba sentirse así, pero como he dicho antes; al menos tenía la certeza de que aquellos serían los últimos instantes en los que volvería a vivir esa parte de su vida tal y como la recordaba; una simple chica extrañamente linda y jodidamente pobre. Fin. Ya no sería ella, pronto sería la esposa de un Campell… el único Campell.
Comenzaba a sonar emocionante. Silenciaba la culpa cuando aparecía y de esa manera todo era más llevadero.
Observó con más detenimiento las cajas registradoras, la pequeña mancha pegajosa en la base del checador de precios, la sensación de sus dedos al recibir dinero… no tenía nada ahí. Ese lugar no se sentía como un hogar. Porque aun cuando le tenía aprecio a los ojos evaluadores de Timmy, al agudo carácter de Rachel, a la timidez de aquella otra chica de la que nunca supo su nombre y un poco más a Sarah con su ligera extroversión y desinterés por todo… no eran sus amigos, eran sólo compañeros de trabajo y ya…
Estaba tan sola. Bastian había sido el único en notarlo y evidenciarlo y quizá comenzaba a agradecerle por darle una oportunidad a ella… no sabía las razones, pero aplaudía las casualidades. Porque aun si llegaba a ser un poco falso; Morin y Mariel la trataban como alguien de su familia. Debía aprovechar mientras durase ¿o no?
Quizá aquello que Bass le había dicho; sobre que al final sería tan feliz que no habría lugar para extrañar nada de aquella vida falsa… podía ser real. Ansiaba que lo fuera. Y tendría que comenzar a poner empeño en lograrlo.
Sarah la miraba entornando sus ojos oscuros y evaluadores. El sonido de la pequeña televisión llenaba sus oídos dentro de aquella diminuta habitación. Mientras esperaba alguna reacción de su parte observó a su alrededor una última vez.
—¿Te casas? —el rostro de la mujer sentada frente a ella se contorsionó en una especie de sorprendida sonrisa y Minie asintió.
Si debían pretenderlo ante todos era mejor que las únicas y pocas personas que dejaba atrás lo supieran, al menos la parte que todos sabían.
—Así es…
—¿Y cómo pasó? ¿Por qué lo dices hasta ahora?
Minie la observó. Mientras jugaba con sus manos, su cabello rubio se colaba por su rostro.
—Es que hasta ahora me lo ha pedido.
—¿Quién es?
—Un doctor del hospital en el que está mi abuela —soltó, cansándose un poco de aquel interrogatorio.
—Vaya… —su boca se abrió con sorpresa —¿Te dedicarás a ser una esposa ejemplar ahora?
Minie levantó el mentón, encontrando un poco ofensiva aquella deducción y negó ligeramente.
—Comenzaré a estudiar actuación, Sarah.
—Espero que te vaya muy bien linda. Rachel siempre dijo que merecías más de lo que había aquí, así que… ve por todo eso.
Minie asintió con desgano, cuando una persona asomó por la puerta abierta miró hacia ella.
—Te dije… es demasiado bella para ser cajera —Rachel que siempre había sido ruda con ella la miraba con sintético orgullo y Minie comenzó a reír.
—¿Nadie te ha dicho que está mal escuchar conversaciones ajenas? —Minie la miró con desaprobación.
—Ay por dios, ya hasta suenas más sofisticada que ayer… —la recién llegada soltó con burla. Ahora si sonaba como ella —. Deberías estar más orgullosa de ese lindo rostro tuyo, rubia tonta —le soltó con una mirada aparentemente amable.
Tanto Sarah como Rachel fijaron la vista en aquella sortija enorme y costosa y Minie estuvo a punto de ocultar la mano tras su espalda, hasta que decidió que no debía hacerlo. La había escondido por semanas de ellas y ya que estaba siendo la última vez que las vería, no necesitaba ser buena, amable, recatada o humilde…
—Nos casaremos por amor, no… por belleza —aseguró, engatusando a aquellas mujeres con su mentira más vigente.
—¿Entonces es un viejo panzón con barba blanca? —Sarah miró hacia ella, con ojos entrecerrados —Por eso tiene tanto dinero y te envía costosos vestidos… ¿eh?
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Editado: 10.08.2021